La Vanguardia Digital
- - Lunes, 13 de agosto de 2001
El calendario hermana hoy dos acontecimientos sin relación directa
pero capitales a la hora de comprender el siglo XX: el 40 aniversario de la
construcción del muro de Berlín y el 75 cumpleaños de Fidel
Castro. Sin embargo, ya estamos en el siglo XXI y la coincidencia resalta aún
más el anacronismo viviente en que se ha transformado el dictador cubano,
aferrado al poder y con unos planes sucesorios que apuntan a su hermano Raúl
y por tanto a la creación de otra dinastía totalitaria, al modo de
los Kim norcoreanos, los Somoza, los Duvallier o los Trujillo.
Mientras los ciudadanos de la antigua República Democrática
Alemana (RDA) son hoy simplemente alemanes y viven mejor que en 1989, cuando el
Muro fue derribado, los cubanos están condenados a un presente sin
porvenir en tanto viva el dictador, cuyo aferramiento a un modelo político
y económico fracasado terminará por borrar el crédito -y
las imágenes juveniles e idealistas- de la revolución que derrocó
al dictador Fulgencio Batista en 1959, aunque Cuba entonces distaba de ser un país
tercermundista. Ni siquiera ha seguido los pasos del único modelo
comunista "posibilista" del mundo, el de la República Popular
China, donde, si bien hay dictadura política, los ciudadanos tienen
cierta libertad para negociar y ganarse la vida de forma más digna para
ellos y sus hijos, sin necesidad de estar a expensas de los turistas.
El día que el mundo recuerda el Muro como un desgraciado episodio de
la guerra fría sin consecuencias en la actualidad, Fidel Castro celebra
su 75 aniversario en Caracas, en compañía de su único gran
valedor latinoamericano, el presidente Chávez. Y como cada año
desde 1962, Estados Unidos le brinda el mejor regalo posible: un embargo
comercial -otro anacronismo- que permite al dictador justificarse ante los suyos
y ante sectores de la opinión pública occidental, que incluso lo
equiparan erróneamente a un bloqueo. Desde 1959, Estados Unidos ha tenido
diez presidentes y Cuba un único dictador. De ahí una cierta
resignación e indiferencia de los estadounidenses, que favorece un statu
quo en el Capitolio con visos de esperar -también- al fallecimiento del
dictador para revisar su eficacia.
Hoy nos resultan lunáticas las historias de los alemanes separados
por un muro de hormigón. La figura de Castro puede correr la misma suerte
a medida que avance el siglo XXI.
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