Frank Calzón. Publicado el lunes, 13 de agosto de
2001 en El Nuevo Herald.
El pasado 26 de julio, aniversario del inicio de la revolución de
Fidel Castro, la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó
no implementar de ahora en adelante la ley que prohíbe los viajes turísticos
de los norteamericanos a Cuba. Jeff Flake, representante republicano por
Arizona, presentó la medida. El congresista Lincoln Díaz-Balart
(R-FL) declaró a El Nuevo Herald que su colega Flake le explicó
que se interesó en el asunto "a partir de una visita de cabildeo del
disidente cubano Elizardo Sánchez Santa Cruz''. Sánchez, a quien
considero mi amigo, declaró en una nota de prensa distribuida por el
Center for International Policy en Washington que "el mantenimiento de las
restricciones de los viajes a Cuba a quien favorece, en última instancia,
es al régimen cubano''. Si así fuese, entonces ¿por qué
el régimen de La Habana celebró inmediatamente el advenimiento de
la nueva ley?
Castro permitió que Sánchez viajase a Miami para asistir a los
funerales de su hijo. El Center for International Policy culpa a Washington de
muchos de los problemas de Cuba, mientras ignora gran parte de la represión
castrista.
El cabildeo de Sánchez es importante porque él vive en Cuba.
Los cubanos en la isla que apoyan el mantenimiento del embargo (como elemento de
presión a favor del respeto a los derechos humanos) viven bajo amenaza de
cárcel.
Refresquemos la memoria. A partir de 1989, cuando el régimen enfrentó
su peor crisis ante el fin de los subsidios soviéticos, Castro se vio
obligado a permitir algunos ajustes en la economía. En medio de lo que se
denominó "el período especial'', a los cubanos se les permitió
trabajar por cuenta propia, aunque con muchas restricciones, en oficios como
carpintero, barbero, etc. También se les permitió abrir pequeños
restaurantes caseros, los llamados "paladares'', con un límite de
doce asientos. La tenencia de dólares, delito punible con cárcel
hasta ese momento, se legalizó.
Estas reformas se llevaron a cabo, única y exclusivamente, porque la
sobrevivencia misma del régimen estaba en peligro. Cuando al gobierno le
pareció que la situación mejoraba un poco, redobló la
represión. De nuevo volvieron las detenciones y el acoso diarios a la
disidencia; los cubanos volvieron a sufrir prisión por "delitos''
tan graves como comprar un pollo en el campo; el número de "cuentapropistas''
disminuyó en más de un treinta por ciento.
Aun así, Castro busca dólares desesperadamente, y favorece el
levantamiento del embargo y la esperada inyección de millones de dólares
que aportarán los turistas. Castro, que suspendió los pagos de la
deuda del país en 1986, quiere préstamos del Banco Mundial.
Elizardo Sánchez, líder de una organización de derechos
humanos en la isla, jugó un papel clave en la aprobación de la
reciente ley. Sánchez tiene una seria responsabilidad en sus manos y bien
pudiera usar su influencia para que al menos algunos políticos americanos
tengan en cuenta lo siguiente:
Todos los negocios con Cuba son joint ventures --empresas mixtas-- entre el
socio nacional, o sea, el régimen, y los inversionistas extranjeros. No
se permite a los cubanos ser socios.
Castro recibe millones de dólares mediante el fraude laboral. A los
inversionistas extranjeros no se les permite contratar a trabajadores por su
cuenta. Es el régimen quien contrata. Las empresas extranjeras le pagan
al régimen entre ocho y nueve mil dólares al año por cada
obrero, y el régimen le paga al obrero un equivalente de $15 dólares
mensuales, unos $180 al año.
En los hoteles segregados de Castro, los cubanos no pueden hospedarse,
aunque tengan dólares con qué pagar, ni tampoco pueden entrar en
los restaurantes, las playas o las clínicas para extranjeros.
Las ganancias del turismo no son como las remesas familiares que le llegan
al cubano de a pie. Los ingresos por concepto de turismo van directamente a las
arcas del régimen para fortalecer a la policía y enriquecer a las
fuerzas armadas. Gaviota, la compañía oficial cubana para el
turismo, es una entidad encubierta de las fuerzas armadas de Cuba.
Los cubanos necesitan un permiso de salida del régimen para viajar
al extranjero. Al igual que en la antigua URSS, los cubanos también
necesitan un permiso para poder mudarse de una ciudad a otra dentro del
territorio nacional. Los cubanos que residen en el extranjero necesitan un
permiso de Castro para visitar su país.
Castro confisca todas las propiedades --hasta efectos eléctricos y
muebles-- de todo cubano que emigra. Los pasajes y todos los trámites de
inmigración dentro de Cuba tiene que costearlos un familiar en el
extranjero, en dólares.
Muchos apoyaron a Castro en un principio, seguros de que no había
nada peor que la dictadura de Batista. Al triunfo de la revolución,
confiaron en él. Pero la historia ha demostrado que se equivocaron. Esa
candidez es responsable, en parte, de la tragedia cubana.
Las ideas tienen consecuencias. ¿Se equivocó Elizardo Sánchez
al cabildear en la oficina del congresista Flake? ¿Tuvo en cuenta la
correlación de fuerzas (de recursos) entre el régimen y la oposición
dentro de la isla? ¿Arriesgarán los turistas su pellejo para
defender la libertad? ¿Financiarán esos turistas con sus dólares
el aumento de la represión?
Roguemos a Dios que me equivoque, y que mi amigo Elizardo Sánchez no
tenga que arrepentirse de su cándido cabildeo. Mientras tanto, que vaya
pensando cómo explicarles el asunto a los disidentes en la mirilla atroz
del régimen.
Director ejecutivo del Centro
para una Cuba Libre.
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