El agua de
beber
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, agosto - Ultimamente había yo engordado tanto que parecía
un Buda de porcelana. El dinero que tuve que pagar por la laptop me obligó
a reducir el volumen de los alimentos que suelo consumir. De manera que durante
todo el mes de julio tuve que apretar mi cinturón. Planifiqué una
dieta consistente en un solitario huevo hervido en la mañana, sopa de
arroz aderezada con unas pastillas de condimento y papas hervidas. En treinta días
bajé veinte libras de peso, pero descubrí que la carne de cerdo es
dañina, pues mi sistema digestivo mejoró. También me
demostré a mí mismo poseer voluntad para superar el pecado de la
gula. Por supuesto, la pasión por la laptop robaba toda mi atención
y, en los afanes por desentrañar su misterio, en lo menos que pensaba era
en consumir alimentos. Lo que no podía faltarme era el café, el
tabaco y la mucha agua que acostumbro a tomar en estos veranos, pero hervida en
mi casa y que llevo conmigo a la calle en unos pomos plásticos que coloco
a ambos lados de mi mochila.
Pero, ¿por qué yo -que no soy extranjero- coloco a ambos lados
de mi mochila sendos pomos con agua hervida? El tema de la laptop se terminó,
hoy les hablaré del agua que se dispensa en los establecimientos públicos.
Sé que no puedo generalizar, pero sí hablar de mi experiencia
personal, de cierto dolor que padecí durante tres meses en la boca del
estómago. No fui yo solo. Conocí a varias personas con los mismos
síntomas. Pensamos que se trataba de algo malo. Esas personas se
sometieron a pruebas médicas, pero el resultado fue negativo. No tengo cómo
investigar oficial y sistemáticamente, pero por mi experiencia personal y
por la de los individuos que conozco deduzco que está contaminada el agua
"de beber" que se oferta en los establecimientos públicos
ubicados en el municipio Habana Vieja. Y no sé si se trata de un virus
que actúa en algunas personas y en otras no, pero ésta es la
verdad: era un dolor en el estómago y podemos dar testimonio de ello.
Ahora comprendo por qué los turistas andan por las calles de la
capital con su pomo de agua Montero, que pagan en dólares. Es cierto que
lo hacen por una razón conocida como "la diarrea del viajero",
originada por las diferencias entre las aguas potables de los países, que
no tienen el mismo tratamiento. En Chile, por ejemplo, sus habitantes apenas
beben agua, en su lugar consumen cierto vino de bajo por ciento en alcohol, que
por ser de fácil preparación ha sustituido al agua y se encuentra
al alcance de casi todos los bolsillos. Tengo entendido que en muchos países
europeos sucede otro tanto.
Sin embargo, se ha descubierto que el turista que sólo pasa una o dos
semanas en otro país se arriesga a padecer "la diarrea del viajero"
y por tanto a pasar todos los días de felicidad que compró sentado
en la taza sanitaria del hotel, porque su organismo necesita más de una
semana para adaptarse al nuevo entorno.
Esto nos demuestra lo importante que es el asunto del agua, sobretodo ahora
que el medio ambiente emite señales de protesta contra el mal uso que el
hombre le da a la naturaleza.
La historia del dolor en la boca del estómago comenzó en el
mes de marzo. Al principio suspendí un cuarto de aspirina cubana que
consumo, después el café, pero el dolor continuaba. Entonces acudí
al yerbero. Comencé a beber infusiones de caña santa, en lugar de
té o café, por las mañanas en ayunas. Por la noche antes de
acostarme ingería grandes trozos de sábila. Pero el dolor, con la
exactitud de un reloj, siempre aparecía a las seis de la tarde y sólo
desaparecía dos horas después.
Como un Sherlock Holmes de mi propio organismo pensé en el último
sospechoso: el agua. Recordé que el agua que bebo dentro de mi casa yo
mismo la hiervo más de quince minutos, pero cuando salgo a la calle
constantemente ingería los refrescos que el Estado vende en sus
establecimientos, y los batidos de diferentes frutas tropicales que venden los
cuentapropistas. Llegué a la conclusión de que ese dolor me lo
causaba el agua no hervida, por lo que en mis salidas a la calle comencé
a ir provisto de dos pomos con agua hervida. En menos de veinticuatro horas cesó
el dolor.
No sería mala idea que las autoridades locales tomaran cartas en el
asunto, pues no debe olvidarse que el agua potable es como la sangre de una
ciudad. Además, nuestro Ministerio de Salud Pública -que tanto se
preocupa por nuestros hermanos africanos y de otras regiones del mundo- podría
investigar si en los establecimientos comerciales se cumplen las regulaciones de
higiene, según lo dispuesto en la ley.
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