Adolfo Rivero Caro. El Nuevo Herald, agosto 10, 2001.
Hace unos días leía una substanciosa columna del profesor
Jorge Salazar-Carrillo sobre Miami y la cuenca del Caribe, publicada en
Perspectiva el 4 de agosto. Explicaba que si la Florida fuera un país
independiente sería el número 12 del mundo en cuanto a potencia
económica. Dentro de la Florida, a su vez, nuestro Miami-Dade es el
condado de mayor importancia económica con un producto bruto mayor que el
de 22 estados de Estados Unidos. "Cada vez existe una mayor conciencia de
que Miami es la capital extraoficial de la región'', dice
Salazar-Carrillo, "aunque hay muchos en Miami que parecen ignorarlo''.
No me extraña que muchos parezcan ignorar que nuestro condado es un
emporio de riqueza. Y la razón es sencilla: esa riqueza simplemente no
llega a ellos. El mismo profesor termina su columna señalando que "nuestra
generación de empleos palidece en relación con otras ciudades de
la Florida y su desempleo es casi el doble''. Sin duda, como menciona, un factor
de tremenda presión sobre nuestra economía es la continua
inmigración de la cuenca del Caribe. No creo, sin embargo, que ésa
sea la raíz de nuestros problemas.
Tomemos un ejemplo de nuestra vida cotidiana. ¿Quién puede negar
(salvo los burócratas, por supuesto) que el transporte público de
Miami es un desastre? ¿Y quién puede negar que un buen transporte es
una necesidad básica? Invito a mis lectores a reflexionar sobre lo
siguiente. Nosotros contamos con una masa y un flujo continuo de inmigrantes en
desesperada necesidad de ganarse la vida. Ahora bien, los vehículos, de
todo tipo, son más baratos en Estados Unidos que en ninguna parte del
mundo. Y lo mismo sucede con la gasolina. ¿Cómo es posible entonces
--pregunto yo-- que esos inmigrantes no hayan salido a ganarse la vida
resolviendo esa obvia y urgente necesidad popular? Hay dos respuestas posibles.
Una es que sean los inmigrantes más incapaces y faltos de iniciativa del
mundo. La otra es que los obstáculos que les pone el gobierno para montar
sus pequeños negocios tengan que ser prácticamente insuperables. ¿Qué
respuesta les parece a ustedes la más razonable?
¿Se tratará acaso de una política del condado limitada
exclusivamente al transporte? Sería extraño, ¿verdad? Me
pregunto si mis lectores no conocerán de alguien que haya querido montar
un pequeño negocio y se haya visto asfixiado por los impuestos y las
regulaciones? ¡Sí! ¡Qué sorpresa! Pero, ¿cómo
es posible que en una ciudad que es una de las mayores puertas de entrada de
inmigrantes del mundo tenga, en la práctica, una política tan
extraordinariamente hostil contra los mismos?
Increíblemente, Miami-Dade ha estado y sigue estando gobernado por
políticas socialistas. Sus dirigentes, por supuesto, se indignarían
si alguien se lo dijera. Son hombre prácticos. Pero, como decía
Keynes, los hombres prácticos que menosprecian las ideas no son sino
esclavos de las ideas de algún economista muerto hace 200 años.
Existen dos filosofías políticas radicalmente distintas. Los
liberales americanos (socialistas) no creen en la libre empresa. Piensan que
todos los problemas tienen que ser resueltos por el estado. El centro del
desarrollo está en el gobierno. La filosofía opuesta, la de los
Padres Fundadores de esta nación, es que el centro está en
garantizar el máximo de libertad a los individuos para que éstos
puedan conseguir sus aspiraciones. Eso, por supuesto, sólo puede
conseguirse en un estado de derecho. Pero el estado existe, por sobre todas las
cosas, para garantizar la libertad de los hombres.
En la América hispana, en los primeros siglos después de la
conquista, el contrabando tenía mucha fuerza porque la corona española
no permitía el libre comercio. La corona lo regulaba todo. Que el
gobierno lo regule todo es tan viejo como los faraones. Lo radicalmente nuevo es
la libertad del individuo. De aquí que el socialismo sea profundamente
reaccionario. La idea de que el gobierno es el que tiene que resolver todos los
problemas es prácticamente atávica. Sobrevive porque la libertad,
aunque enormemente productiva, siempre es riesgosa. Y siempre habrá quien
prefiera la pobreza segura a la prosperidad arriesgada.
Todo el mundo está escandalizado con los problemas del Aeropuerto
Internacional de Miami, pero tuvo que ser Carlos Ball, nuestro brillante
columnista venezolano, el que sugiriera privatizar el aeropuerto. Ball señaló
lo obvio: el gobierno local se volvería multimillonario, se cerraría
la más importante fuente de corrupción de la ciudad y se
garantizaría la eficiencia de la instalación. La respuesta fue un
silencio ensordecedor. Nadie quiere vender la vaca lechera. No es una vaca
cualquiera. No es por gusto que llevamos 40 años en el exilio.
Las agobiantes regulaciones que nos imponen los gobernantes locales no son
ninguna fatalidad. Pero hay que tomar conciencia y prepararse para una batalla
larga y tenaz. Aunque los políticos no respondan, siempre hay en qué
apoyarse. La prensa, por ejemplo. Si a la sección de opiniones llegaran
suficientes historias de horror sobre cómo los impuestos y las
regulaciones han matado pequeños negocios, el periódico se vería
prácticamente obligado a recogerlas. Y eso crearía una tremenda
presión sobre el gobierno local.
Es un bochorno que en una ciudad de inmigrantes, la principal preocupación
del gobierno sea impedirles poner un pequeño negocio y no ayudarlos. Y,
por favor, no se trata de crear otra agencia estatal, con carros, dietas y
secretarias, para ayudar a los inmigrantes. No. Lo que hay que hacer es eliminar
regulaciones y quitar impuestos. No critiquen tanto a Fidel Castro e imítenlo
menos.
www.neoliberalismo.com |