Belkis Cuza Malé.
El Nuevo Herald, agosto 10, 2001.
"Hechiceros de la tribu'' les llamó Fidel Castro en un discurso
lleno de odio, en 1971. Y quizás no le faltaba razón al dictador
cubano, cuando en una de las épocas más torpes de su política
cultural calificó así a los intelectuales que se le oponían.
En el buen sentido de la palabra, nada se parece más a un hechicero que
un escritor, un artista, o un pensador. Agarran la materia viva de la realidad y
la pasan por miles de tamices, la colorean, la hilvanan, ponen y quitan trozos,
alteran el tiempo a voluntad y lo mismo es de día que de noche, verano
que invierno. Y no hablemos de los personajes de ficción que puede crear
uno de estos "hechiceros''. Toda una ciudad repleta de gentes, variotipos,
perplejos o insólitos, que hasta parecen caídos del espacio. Así
que, como vemos, la definición de "hechiceros de la tribu'' le viene
como anillo al dedo a esta "clase'', a ratos vilipendiada y mal vista por
el resto.
Mientras la mayoría de los ciudadanos de la isla iban perdiendo poco
a poco sus propiedades, o sus derechos, con contadas excepciones, los
intelectuales le otorgaban coherencia al sistema, lo unificaban con sus obras,
legitimaban en muchos casos la tragedia que día a día iba viviendo
la isla. Al cabo de cuatro décadas, cuando muchos han huido al exilio,
acosados también por la falta de libertad de expresión, me temo
que en una Cuba poscastrista algunos sigan teniendo la presunción de que
los intelectuales verdaderos han de proclamarse de izquierda si quieren ser
respetados.
Los hay incluso que interpretan nuestra historia desde esa óptica,
convirtiéndose ya en jueces implacables de todo pensamiento de signo
contrario. Entre ellos, no faltan los teóricos marxistas de nuevo cuño,
filósofos eruditos, que intentarían revalidar sus ideas en una
Cuba sin castrismo. Seres de mucha labia, que sólo quieren ver el mundo
desde la perspectiva oprobiosa de un Lenin pasado por todas las aguas
revisionistas. Gente que se llena la boca para decir qué Cuba quiere, qué
Cuba vendrá, como si la isla no fuera a dejar de ser nunca lo que es hoy,
sino sofisticadamente marxista, donde ellos puedan ejercer sus juegos de
abalorios, para los que parecerían estar entrenándose ya desde un
exilio un tanto diferente, y por supuesto, desde su antiexilio. Gente cabezona
que aún sigue proclamándose marxista, que trabaja en la creación
del gran hechizo con que pretenderían envolver esa moneda de dos caras en
que han convertido sus vidas. Porque mientras se mantenían en Cuba
callaban, aguardando la oportunidad de quedarse en cualquier parte del mundo.
Pero una vez que de nuevo se sienten seguros, que han arribado sanos y
salvos, gorditos, bien comidos y bien vestidos, vuelven a armar la novela de la
vida y a poner y a quitar elementos, haciendo extrañas interpretaciones
de la realidad futura o dictámenes de conciencia, en los que obviamente
ellos ejercen de nuevo una autoridad que se parece mucho a ese malhadado
calificativo de "hechiceros de la tribu''.
Otros, en cambio, limpian su pasado, rescatan las huellas del mal, ponen y
quitan expedientes. Se autoproclaman víctimas, cuando en realidad no han
desaprovechado una ocasión para colarse por el ojo de la aguja, dar todos
los viajes, conseguir todos los premios asupiciados por la revolución que
antes los compraba y ahora enfrentan.
Me dan miedo estos señores que hablan con tanto determinismo de una
Cuba sin Fidel, pero con izquierda, con mucha izquierda. Para ellos, como quizás
para algunos no muy bien informados, todo lo que no sea de izquierda está
asociado a lo impugnable, a lo repugnante: el colonialismo, la burguesía,
Dios, la moral, los republicanos, el dinero, la globalización, el
ultraconservadurismo y quién sabe cuántas otras etiquetas. Para
ellos, sólo la izquierda desea la erradicación de la miseria, la
libertad, el cese de la esclavitud, del racismo, la igualdad para la mujer, el
derecho de los homosexuales, etc., etc. Y se sienten perdonavidas cuando asumen
la posición de transigir con los otros.
Me gustaría pensar que la inteligencia de la que hacen gala algunos
de estos señores teóricos, hoy en el exilio, no va a menguarse con
la posible toma del poder a que aspiran. Por lo menos en el sector de la
cultura.
Porque no cabe dudas de que tanta teoría tiene que encubrir ansias de
poder. Siempre ha sido así. Y ojalá que este izquierdismo
trasnochado --puesto de manifiesto ahora por algunos sectores radicales-- no
ayude de nuevo a enredar la madeja en una Cuba libre. Que esta inteligencia
--nada espiritual, por desgracia--, no agite banderas ni cree una maquinaria de
poder tan fuerte o peor que la que existe hoy en Cuba.
BelkisBell@Aol.com
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