Una cuenta
que no da
Tania Díaz Castro, UPECI
LA HABANA, agosto - En Cuba hay cuentas que no dan, que discrepan: la que el
Estado saca con relación a los gastos que ocasiona el pueblo, y la que el
pueblo hace y cuyo resultado es que no puede alimentarse con la moneda que cobra
a través de salarios y jubilaciones, y mucho menos vestirse, calzarse,
comer en un buen restaurant o disfrutar de los servicios de los centros turísticos,
las discotecas...
El trabajador cubano promedio recibe un salario en moneda nacional
equivalente a 11.32 dólares mensuales, en país donde el Estado
vende el litro de aceite comestible en 2.40 dólares, el paquete de
spaguetti a dólar, y el kilogramo de leche en polvo en más de 3 dólares.
Por eso hay que seguir sacando la cuenta, hacer cálculos, porque la
cuenta no da, según la realidad cubana.
El Estado saca una cuenta con la divisa que invierte, por ejemplo, en los
pocos y pésimos productos que recibe (cuando la paga) cada familia por la
magra cuota normada en moneda nacional, así como en los deficientes
servicios de agua, gas, electricidad, teléfono y alquiler de viviendas
que precisamente el Estado no les da mantenimiento.
También señala el Estado que una placa de rayos X, un equipo
de ultrasonido, una intervención quirúrgica, la extracción
de una pieza dental y los escasísimos medicamentos que se adquieren en
las farmacias, le cuesta dólares y todo ello lo recibe gratis la población.
Pero, ¿y si sacamos la cuenta del dinero en dólares que aportan
los trabajadores cubanos al Estado? ¿Acaso no son esos mismos trabajadores
los que producen los bienes materiales de exportación o los artículos
alimenticios de primera necesidad que se venden en las tiendas dolarizadas, artículos
que todo trabajador debe comprar en dólares, pese a recibir su salario en
moneda nacional?
No, claro que la cuenta no da. Eso lo sabemos todos sin ser economistas. El
cubano común, de a pie, que es la inmensa mayoría, vive muy por
debajo de los límites de la pobreza, lo que no ocurría en las décadas
del cuarenta o cincuenta del siglo pasado.
Las dificultades materiales son tan grandes para esa gran parte de la
población que no se vislumbra ninguna solución ni a corto, mediano
o largo plazo.
Si antes eran los ricos quienes disfrutaban de las ventajas de la vida
moderna, hoy son los altos dirigentes castristas los que gozan de ese
privilegio, respaldados por nuestras propias leyes.
Sí, debemos seguir sacando la cuenta y repetir como el sabio griego
Anacarsis: "Las leyes son como las telarañas, los insectos pequeños
quedan atrapados en ellas, pero los grandes las rompen".
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