Enrique Patterson. Publicado el 8 de agosto, 2001.
El Nuevo Herald.
Casi siempre a finales o a principios de siglo los cubanos son puestos por
la historia --o lo que es lo mismo, por sus propias acciones-- ante el hecho de
hacerse preguntas acerca de Cuba, los cubanos y su futuro. A finales del siglo
pasado, cuando se iniciaba la república, estas preguntas --si existían--
eran menos agónicas, más esperanzadas.
Algo permanece. El archipiélago aún se encuentra en la misma
geografía --aunque más dañado ecológicamente--, a idéntica
distancia de unos Estados Unidos hoy más poderosos que, a pesar del
discurso maniqueo de la actual dirección cubana, están menos
interesados en la isla que a finales del siglo XIX. Aún está ahí,
también, el estado cubano; pero ha absorbido, en teoría y de
hecho, a la sociedad cubana, dividiéndola mucho más de lo que ya
estaba en 1959.
Más allá de eso la sociedad cubana tendrá que comenzar
casi de cero en un proyecto que garantice democracia y desarrollo económico
sostenible. No existe un sistema político pluralista y autónomo,
que represente ante el estado los disímiles intereses que emergen de la
sociedad civil. No existe una sociedad civil propiamente dicha, con amplios
movimientos sociales que presionen para democratizar el sistema económico
y la vida social. No existe un poder político --regularmente sometido a
examen, a la libre elección y la crítica pública--
representativo de los intereses y a la voluntad de la mayoría a la vez
que respetuoso de la minoría, ni un poder judicial independendiente que
pueda proteger al individuo y al ciudadano contra la maquinaria represiva del
estado, de cualquier estado.
No existe, de hecho, una economía nacional, sino, por un lado, los
enclaves dolarizados donde todos quisieran trabajar a pesar de ser explotados, y
el resto de la "economía'' por otro, donde se produce poco y se gana
menos.
Los cubanos ya no son los mismos ni pueden definirse como se definían
en 1959. Una gran cantidad de los que viven en la isla no sueña con
mejorar su vida en el país, sino que identifican esto con una partida
semejante al destierro hacia cualquier sitio, no importa si Amán o
Conakry. Por otro lado, muchos descendientes de cubanos nacidos en el exterior
se siguen considerando como tales, del Cotorro, de Jacomino, de Mafo; consumen y
producen cultura cubana y envían dinero a la isla, sueñan con
ella. Estamos ante un estado nacional frente a una nación transnacional,
un logro incuestionable del castrismo. Pero, mientras que México
implementa mecanismos que beneficien a su población residente en el
exterior, incluso el voto, Cuba implementa políticas que discriminan a
los que viven fuera --a pesar de que sus remesas monetarias hacen que el estado
no colapse económicamente-- y a los que pretenden emigrar. Ejemplo muy
raro, diría yo, de nacionalismo.
Si el país tuvo algún proyecto económico y social capaz
de incentivar a los cubanos a implicarse como vías de alcanzar el
bienestar y la justicia social --ni qué hablar de democracia--, eso es
pasado. Ahora, si tal proyecto existe, carece de transparencia y es ajeno a, o
ignorado por, las mayorías; perdió credibilidad ante la ciudadanía
y parece generar una clase social no vista antes: me refiero a una burguesía
comunista. Lo primero, por detentadora de los medios económicos y del
capital, mucho más explotadora que la de 1959; lo segundo, por su origen,
su ineficiencia económica, sus hábitos represivos y su imbricación
con un estado excluyente y un partido monopartidista.
Por último, los cubanos vienen de regreso de tres utopías: a)
la utopía de la revolución liberadora y democrática: ya
saben en carne propia que las revoluciones, en su mayoría, culminan en
dictaduras e inquisiciones; b) la utopía del socialismo: los dirigentes
se encargaron de desprestigiarlo, identificándolo con la propiedad
estatal, la represión, el culto al líder, el catecismo y la
dictadura; c) la utopía republicana: el estado y la nación se
convierten en templos a los cuales el ciudadano se debe más como servidor
que como portador de libertades inalienables que deben respetarse.
El escenario no es alentador. En el futuro Cuba tendrá que avanzar
sorteando estos escollos políticos, sociológicos y sicológicos,
a la vez que que resolver los problemas no resueltos por la revolución:
es decir una sociedad abierta y democrática, sin discriminación
racial, respetuosa de los derechos individuales. Un estado democrático
comprometido con la redistribución de la riqueza sin caer ni en
igualitarismo ni la gestión económica del estado. Demasiadas
deudas pendientes para una revolución que se dice exitosa.
Las más grandes revoluciones del siglo XX latinoamericano son la
mexicana y la cubana. Ambas generaron sistemas que perpetuaron a un partido en
el poder, siete décadas el PRI ya hacia la quinta el PCC. Pero México
se democratiza y el país se destaca por una pujanza económica
ejemplar en el área, mientras Cuba, que gozaba del tercer lugar en
indicadores económicos en 1959, hoy ocupa el penúltino lugar
seguida por Haití. Hoy los cubanos desearían verse en el pellejo
de los mexicanos.
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