El Nuevo Herald.
Mario García Joya. El Nuevo Herald, agosto 7, 2001.
Ausencia quiere decir olvido, decir tinieblas,
decir jamás. (Canción cubana de la trova tradicional)
A finales del año pasado, Tim Wride, curador de Los Angeles County
Museum of Art, LACMA, me invitó a participar en la muestra de fotografía
cubana que preparaba ese museo y que finalmente se inauguró en abril de
este año con el nombre de Corrientes cambiantes: la fotografía
cubana después de la revolución. Por un lado, comprendo la
significación que tiene para cualquier creador vincular su nombre al de
una institución prestigiosa como el LACMA y por otro, que la idea en sí
misma es algo importante; sólo debía asegurarme de que el discurso
épico y apologético dentro del cual, inevitablemente, insertarían
mis fotos, quedara contextualizado y situado en su realidad pasada, irrepetible
e impensable en la Cuba actual.
Buscamos fórmulas para que esta premisa se cumpliera, pero, a pesar
de su comprensión, Wride no podía garantizarme nada en ese sentido
y finalmente tomé la decisión de no participar. Ahora quiero
explicar a la comunidad de fotógrafos, especialmente a los que allí
participaron, los principios que me situaron en esta posición. Como bien
se dice, nada personal ha ocurrido. En última instancia, quizás,
también a muchos de ellos les hubiera gustado expresar allí su
propio discurso.
Entre las muchas circunstancias que rodean mi fotografía hay una que
me marca "como el hierro al toro''. Se trata de la aludida coincidencia
espacial y temporal del fotógrafo y su sujeto como requisito
indispensable para que el hecho fotográfico, al menos documental, se
produzca. En otras palabras, se puede decir que no existe la foto de la famosa
ascensión de Matías Pérez en su globo porque el Korda de la
época no estaba allí, en el Campo Marte de La Habana, aquella
tarde de Jueves del Santísimo, con su cámara y su magnesio, cuando
Matías "voló como Matías Pérez''.
Pero, el 1 de enero del 59 yo, sin embargo, estaba en La Habana, despidiendo
mi adolescencia con una cámara "cargada'' y muchas ganas de
utilizarla. La conmoción social que desató la huida de Batista y
la posterior entrada de Fidel Castro a La Habana exacerbó en la fotografía
cubana su valor documental. Ahí, al alcance de la mano, había un
mundo que se expresaba por sí mismo con la elocuencia y la pasión
del que, "vencida la noche, saludaba la aurora''.
--¡Qué bonito, poeta! --le decía yo a un vecino del
Cerro.
--Sí, pero, tírame una foto, aquí, ¡mira! --y se
situaba "en pose'' junto a una bandera.
Así, a cada paso, la realidad se nos imponía. No había
que pensar mucho, sólo teníamos que apretar el obturador y ahí
están las imágenes, llenas de gentes esperanzadas y felices,
esforzadas en recuperar y enderezar una sociedad que había quedado
traumatizada por la corrupción y el crimen.
De más está decir que por esa época yo no tenía
idea de qué cosa era "la memoria colectiva de una nación'',
ni su "historia gráfica'' ni nada por el estilo. Sin embargo, había
tomado muy en serio mi desempeño como cronista y durante los dos primeros
años (1959 y 60) viví en las calles veinte horas diarias. Me sentía
afortunado de estar allí en tal efervescencia y poder fotografiar a toda
aquella gente común, del barrio, verdaderos héroes populares con
un impresionante aval de siete años jugándose el pellejo en el
peligroso enfrentamiento con la tiranía batistiana.
Yo formaba parte de aquel alborozo y mi identificación con los
acontecimientos se evidencia en mis fotografías. En ellas existe un mundo
retratado con la infinita ternura que siento por mis amigos, por mis gentes y
con la admiración que sentía por los de la Sierra Maestra y sus
leyendas, y por el verbo, entonces justiciero, de Fidel Castro. Con el tiempo
esta historia tomó un rumbo opuesto al de sus comienzos y la Cuba
contemporánea, irreconocible en su apariencia y perdida en su proyección,
es la antípoda de aquella esperanzadora realidad.
Desde el punto de vista museológico, el período de mi trabajo
que más puede significar en el amplio panorama de una retrospectiva de la
fotografía cubana es el de la época entre el 59 y el 62. Es el que
complementa las fotos de Alberto Korda, de Raúl Corrales y Osvaldo Salas,
y el que, de alguna manera, da continuidad generacional al trabajo de
Constantino Arias y al de José Tabío. De ahí el interés
por mis fotos, mi supuesta ``gloria'' y también mi eventual desgracia por
el persistente desacuerdo que mantengo con la maniquea costumbre de encasillar
autores.
Demasiado tiempo llevo expresándome a través de imágenes
para ignorar el impacto emocional de una fotografía, su capacidad para
convencer y hasta para mentir si se le asocia a ciertos contextos y, sobre todo,
cuando se le sitúa merodeando algo que pudo haber sido una admirable
gesta.
También sé de cuánta confusión puede causar en
los juicios la prolongación artificial de una realidad a través
del tiempo "virtual'' de la "fábula'' fotográfica.
Conozco los sentimientos que mis imágenes pueden despertar y no quiero
que, con un mensaje equivocado, contribuyan a desvirtuar la percepción
del carácter tiránico que rige la realidad actual de mi país,
cubriéndola con un "artístico'' y risueño velo.
No quiero ser cómplice de tantos "descubridores'' que se
enriquecen con la pobreza de los talentosos músicos, pintores, fotógrafos,
carpinteros o albañiles de la isla; no quiero ser cómplice de esta
"izquierda'' bien comida que no escucha y no ve, ni de la que "tanto
ama a Cuba'', sobre todo, a sus "lindos'' mulatos y a nuestras "cultas
prostitutas''; no quiero ser cómplice de un gobernante que provoca las
desgracias y socializa la culpa; no quiero ser cómplice de los que
encarcelan porque se hable de libertad o se "jinetee'' un pan.
No quiero ser cómplice del alto funcionario que desde La Habana envía
su perrita a un veterinario en París, ni de los sicarios que a
manguerazos hundieron el trasbordador con madres y criaturas, asesinos impávidos
ante el horror inocente; no quiero ser cómplice del planeado deterioro
moral de mi pueblo, del robo de su autoestima y su dignidad ciudadana.
Tampoco quiero ser cómplice de la cómplice apatía ni de
mi propia frustración. Guardaré mis imágenes porque ahora sí
pienso en la memoria colectiva y tengo la convicción de que estuve allí
por accidente, que en realidad estas fotografías no me pertenecen, que
pertenecen a mi país y a sus recuerdos.
Las guardaré para cuando se pueda contar la historia tal y como es o
para cuando, como ahora en ZoneZero, me inviten a exponer mis fotos con mi
propio discurso.
Mario García Joya es un maestro de la fotografía
latinoamericana contemporánea. En Cuba trabajó como fotógrafo
de las principales películas de Tomás Gutiérrez Alea,
incluyendo 'Fresa y chocolate'. Reside en Los Angeles.
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