Daniel Morcate. Publicado el jueves, 2 de agosto de 2001 en
El Nuevo Herald
La barahúnda que ha provocado el cisma de la Fundación
Nacional Cubano Americana prueba la importancia que ha llegado a tener esa
organización de exiliados cubanos. En América y en gran parte de
Europa, la FNCA goza de un reconocimiento, a menudo crítico, que no tiene
ningún otro grupo del destierro. En parte esto es el fruto de los
creativos esfuerzos anticastristas y a favor de refugiados cubanos que ha
realizado en múltiples foros a través del tiempo. Y en parte es el
resultado de la constante campaña de descrédito a que la somete el
régimen de La Habana. Pero el estruendo que acompaña a la ruptura
interna de la FNCA también obedece a la imagen exagerada, y a mi juicio
innecesaria, de cohesión que siempre ha intentado proyectar al exterior.
Como casi todas las organizaciones políticas con misiones específicas,
la Fundación ha operado bajo el lema de que los trapos sucios se lavan en
casa. Por eso, los no iniciados escuchan ahora con perplejidad las denuncias públicas
de algunos militantes contra otros. En realidad, la Fundación ha pasado
por momentos similares varias veces, incluso cuando vivía su líder
fundador Jorge Mas Canosa. Baste recordar la renuncia de otro de sus fundadores,
mi amigo Frank Calzón, y la controversia pública que la rodeó
pese a la extraordinaria discreción con que entonces se comportó
Frank.
En aquella oportunidad la polémica apenas trascendió los círculos
del exilio porque la FNCA aún no tenía el reconocimiento que tiene
ahora. Otras figuras de relieve subsecuentemente la abandonaron en medio de
mutuos reproches que sólo ocasionalmente encontraron eco en la prensa. Lo
curioso es que los disidentes de entonces se quejaban más o menos de lo
mismo que denuncian los disidentes de ahora: de ser marginados de la toma de
decisiones y de diferencias estratégicas irreconciliables. Frank, por
ejemplo, consideraba políticamente miope el radical giro prorrepublicano
que querían darle a la organización algunos dirigentes en la época
del reaganismo triunfalista. El tiempo le daría la razón. Durante
el largo mandato de Bill Clinton, algunos demócratas le pasaron la cuenta
a la FNCA.
La crisis que en la actualidad afecta a la Fundación brinda la
oportunidad a sus dirigentes y a otros activistas exiliados de meditar sobre la
importancia de que sus agrupaciones sean más abiertas, representativas y
democráticas. Un exilio causado por una dictadura puede erigirse en
reserva política y moral para su pueblo en desgracia. Pero sólo si
desarrolla buenos hábitos de conducta que en el futuro pueda imitar ese
pueblo. El extenso legado autoritario de la vida política cubana y el
comprensible temor a las infiltraciones castristas han impedido que la mayoría
de nuestras organizaciones sean todo lo democráticas que deberían
ser.
Entidades exiliadas como la FNCA deberían renunciar a la idea de que
los trapos sucios se lavan en casa. Esa trillada divisa puede resultar válida
en contextos familiares y privados, pero casi nunca lo es en el contexto político,
salvo en ocasiones en que pudiera hallarse en juego la seguridad de una nación.
Por el contrario, una organización política auténticamente
democrática suele beneficiarse del amplio debate de las ideas y
estrategias que proponen sus militantes. Uno de esos beneficios consiste en
evitar la percepción pública de un cisma grave cada vez que surgen
discrepancias entre sus miembros.
Para hacerse más democráticas, nuestras agrupaciones políticas
también deberían desarrollar normas claras y justas para elegir a
sus dirigentes y practicar la alternancia en el poder. Con demasiada frecuencia
a nuestros líderes se les asoma el fidelito o el fulgencito tan pronto
obtienen el mando de una entidad política e intentan perpetuarse en él
usando el mismo "yo soy el hombre'' que siempre han invocado como excusa
todos los energúmenos que han desgobernado a Cuba.
Por último, nuestras organizaciones necesitan abrirse con urgencia a
las mujeres y a los afrocubanos que lamentablemente brillan por su ausencia en
los cuerpos directivos. Al parecer, pocas reparan en el hecho fundamental de que
se ejercitan para funcionar en una sociedad en la que más de la mitad de
los habitantes son negros y mulatos. Irónicamente, el pretexto que suele
utilizarse para esta deplorable exclusión es la misma obstinada negación
del problema que usa la dictadura cubana para marginar a los afrocubanos de los
círculos del poder. No en vano mis hermanos de raza han rebautizado a
Castro y su camarilla como el "Centro Gallego''.
Regresen o no al seno de la organización los actuales disidentes, la
Fundación aún puede salir reforzada de esta crisis. Para ello, sin
embargo, sus dirigentes han de sacar las conclusiones pertinentes. Una es que no
deben dejar caer en saco roto las críticas constructivas que les hacen
los disidentes. Y otra, más importante, es que su liderazgo será más
sólido en la medida en que sepan diferenciarse mejor, en su
comportamiento público, de la dictadura a la que durante tanto tiempo han
combatido con dedicación y eficacia.
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