CUBANET .INDEPENDIENTE

1 de agosto, 2001


Viajes, remesas y corrientes de información

Manuel David Orrio, CPI

LA HABANA, agosto - Nilda y Adela, una pareja de lesbianas habaneras triunfantes en la gestión de un restaurante privado de los denominados paladares, opinan que la más efectiva manifestación anticastrista realizada en ocasión del aniversario 48 del asalto al cuartel Moncada fue la aprobación por la Cámara de Representantes de Estados Unidos de un proyecto de ley destinado a eliminar las restricciones a los viajes de norteamericanos a Cuba.

"Un millón de turistas americanos paseando por las calles de La Habana equivale a la visita del Papa multiplicada por diez", fue una frase que ganó la atención de los periodistas estadounidenses encargados de cubrir la visita a la isla del gobernador de Illinois, George Ryan, ocurrida en 1999. Su recuerdo, al conocerse la votación en la Cámara, significó para quien la dijo el "va por la casa" en la paladar de Nilda y Adela, cuyo estilo de gestión gastronómica les ha permitido vencer los obstáculos creados por el gobierno de Fidel Castro al desarrollo de esas microempresas.

Nilda y Adela no sólo han vencido tales obstáculos, listas están para recibir a más estadounidenses de los que ya han probado su cocina, algunos de los cuales han mostrado la tenacidad de su regreso a Cuba, prisioneros de amoríos con jineteras y no jineteras, o encantados por el sol decembrino de las tardes habaneras. Por cierto, uno de sus clientes yanquis les satisfizo un viejo deseo al regalarles un videocasette que les permitió ver por primera vez en la vida un acontecimiento más o menos paleolítico para el Primer Mundo: la presencia del hombre en la Luna.

Nilda y Adela se han esforzado tremendamente para hacer triunfar su restaurante, fundado con una inversión nacida de la ayuda enviada por unas amigas lesbianas que abandonaron Cuba cuando los sucesos del Mariel, en 1980. Ambas están orgullosas por su batallado triunfo. Pero lo que más agradecen a su elección de independencia es la oportunidad que les dio de un mayor conocimiento de las realidades del mundo a través de sus clientes extranjeros, más o menos ejerciendo algo llamado por Naciones Unidas "acceso a las corrientes de información". Para ellas la votación promotora de más estadounidenses visitando a Cuba representa un paso importante en el logro para los cubanos de más posibilidades de informarse, y de pensar en consecuencia. "Si se quiere democracia para Cuba, lo primero es mostrársela a los cubanos", afirma Nilda.

Como muchos en Cuba, ellas expresan una visión del estado actual de las relaciones entre la isla y Estados Unidos, nacida del complejo entramado social emergido tras la presencia en la tierra de José Martí de casi dos millones de turistas y sus buenos mil millones de dólares anuales en remesas, procedentes las últimas en su mayor parte de la nación del Potomac. Para personas como Nilda y Adela, es constable una especie de disolución difusa del régimen unipartidista cubano, a consecuencia de los escenarios creados por el turismo y la dolarización de la vida isleña. Es natural, por lo tanto, que piensen así, que vean más posible la apertura del mundo hacia Cuba que la de Cuba hacia el mundo. "Fidel es lo menos importante -expresa Adela- a la hora de pensar en cómo abrir a Cuba".

Los opuestos a esa creencia, dentro y fuera de la isla, opinan que los ingresos derivados del turismo norteamericano sin trabas, así como de remesas estadounidenses irrestrictas, fortalecerían al régimen unipartidista de Castro, tanto en economía como en represión. Pero no parecen tener respuesta para la observación de Nilda y Adela en el sentido de la ganancia que representaría para el cubano de a pie un esperable mayor acceso a corrientes de información, punto donde tanto la calle habanera como la prensa de varios países reportan la existencia de una lucha por incrementar dicho acceso, lo cual involucra desde la existencia de hackers criollos, hasta el contrabando de videocaseteras.

Si por un lado los opuestos a la liberalización entre Cuba y Estados Unidos tienen su parte de razón, también la tienen los partidarios de aquélla, sobre todo en lo referido al avance que se obtendría al aliviar a los cubanos de su desastrosa situación informativa, demostrable con estadísticas de Naciones Unidas para 174 países, entre los cuales Cuba ocupa el lugar 91 en consumo per cápita de papel de imprenta y escritorio. Según los números, aunque sus líneas telefónicas principales ascendieron entre 1990 y 1998 de 31 a 35 por mil habitantes, ello significó descender del lugar 100 al 117. De idéntico modo, la isla elevó sus televisores por millar de isleños de 206 a 239 entre 1990 y 1998, pero cayó del sitio 64 al 71 en cuanto a la calidad de ese índice. Y cabe agradecer a la presencia del dólar y las remesas que semejante caída, tan ilustrativa, no fuera peor.

Otro tanto sucede con la tenencia de computadoras personales y el acceso privado a Internet. Si se supone -y es una exageración escandalosa- que uno de cada mil cubanos posee una computadora personal, Cuba sería bajo tal supuesto el país número 151 en ese indicador, tanto como en 1998 era la nación número 122 en anfitriones de Internet, para calificar como uno de los estados más retrasados del orbe. Sólo en dos puntos, nada más en dos, el cubano de a pie ha ganado realmente un mayor acceso a corrientes de información desde 1990 a la fecha: en el crecimiento espectacular del turismo que encuentra en las calles de su cotidianidad, y en el ascenso no menos espectacular del que practica, incrementado el último en 458 por ciento respecto a 1990, para sólo ser superado en el mundo por los sudafricanos post-apartheid, y aún cuando las cifras de turistas isleños son de apenas unos 50 por diez mil habitantes.

Inobjetable, la realidad de la censura castrista. Pero también innegables las carencias del pueblo cubano en materia de medios materiales para oponérsele, por falta de relaciones y de dinero. Las estadísticas, las frías estadísticas, informan del importante rol que puede desempeñar la decisión congresional norteamericana de eliminar las restricciones a los viajes de estadounidenses a Cuba, en tanto que mayor acceso de los cubanos a las corrientes de información, paso previo para estimular una conciencia social proclive al vivir democrático. Puede que tal iniciativa favorezca a Castro en un sentido táctico, pero en lo estratégico le es fatal. Los derechos humanos sólo se consagran cuando devienen desarrollo humano, y es hora de preguntarse cuándo este esencial punto de la agenda de Cuba se va a colocar en el sitio que realmente merece, a los efectos de los políticos de Estados Unidos. Nilda, Adela, millones en Cuba, desde mucho ansían respuesta.


Esta información ha sido transmitida por teléfono, ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a Internet.
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