¿Ya no somos los mismos?
Pablo Silva Cabrera
I
LA HABANA, septiembre - Su uniforme ostentaba el grado de teniente coronel
de la Seguridad del Estado y le refirió a mi esposa: "Cuando llegue
Pablito dígale que vino Rogelio, su amigo de la infancia".
Aquella visita me hizo recordar el inicio de los años 60 cuando ambos
éramos adolescentes y nos reuníamos en la Playa Baracoa, al norte
de la provincia de la Habana, durante las vacaciones. Por el día nos bañábamos
en el mar y tratábamos de enamorar a cuanta muchacha, en short o trusa se
nos acercaba. Por las noches paseábamos en bicicleta por el pueblo, que
en aquellos tiempos sólo tenía una calle principal.
Playa Baracoa era un poblado para vacacionistas. Allí construyeron
sus casas de veraneo muchas familias de Bauta, San Antonio de los Baños y
otras localidades cercanas; viviendas de maderas y tejas, casi todas con piso de
tablas y muchas con sótanos por donde correteábamos Rogelio y yo.
Andábamos en grupos, como es usual a esa edad. Recuerdo a Ronald,
experto en abrir botellas de refresco con la boca, y también a aquellas
competencias de clavado en el puente del Club Textil.
Eramos como todos los muchachos: alegres y despreocupados. Menos Rogelio,
que sobresalía por su seriedad y madurez, y sobretodo por su
inteligencia. Era un amigo excelente.
En aquella época nos iniciamos en el íntimo de Onán, y
charlábamos frívolamente sobre el tema. Una vez más la
excepción era Rogelio, quien participaba en esas conversaciones con
cierta discreción.
Sería muy difícil precisar el verano exacto, pero lo cierto es
que no nos encontramos más.
Las casas de maderas y tejas las habitaron otras familias, que ahora residían
en ellas todo el año y no por temporadas. Se acabaron los paseos
nocturnos en bicicleta, y aquellas muchachitas no las volvimos a ver. Circularon
rumores de que habían partido a llevar el calor del verano de Cuba a
otras costas más al Norte. En nuestra playa se instaló el invierno
todo el año.
II
En una de esas "entrevistas" rutinarias a las que nos somete la
Seguridad del Estado, un oficial a mitad del interrogatorio me dijo casi risueño:
"Mi jefe lo conoce desde que ustedes eran niños..."
Al decirme esto mencionó a mi amigo Rogelio con otro nombre. Sin duda
uno de esos seudónimos que acostumbran a usar los agentes de una policía
política enfrentada a una oposición tan pacífica, que no
esconde su rostro ni su identidad, y mucho menos sus intenciones.
En cierta ocasión, un amigo pedagogo -de vasta experiencia y que no
conoció a Rogelio- me comentó que los muchachos cuando no llegan a
adultos siguen siendo los mismos que eran en la infancia.
Hoy me desperté pensando en Rogelio y en la teoría del
Pedagogo, pues anoche escuché por Radio Martí que un oficial de la
Seguridad del Estado -con el seudónimo de mi amigo de la niñez-
hostigaba a un grupo de defensores de los derechos humanos, en el barrio
habanero de San Miguel del Padrón.
Epílogo
Prefiero creer que sigues siendo el mismo que conocí hace cuarenta años,
mucho antes que te nacieran estrellas en el cuello del uniforme, y que la razón
la tiene el Pedagogo, y no aquel poeta que aseguró: "Nosotros los de
entonces, ya no somos los mismos".
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