El
primer gusano
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre - El primer gusano, ajeno a mi familia, que conocí
se llamaba Osvaldo Cáseres. Vivía frente a mi casa. Nuestros
portales los separaba un charco inmemorial que, en tiempos de lluvias, inundaba
toda la calle. Era una persona decente y comedida, de ésas que saludan en
las mañanas y tienen siempre una sonrisa lista. Carmen, su esposa, era
tan dulce que hasta sus regaños parecían un arrullo. Osvaldo y
Carmen tenía dos hijas: Carmen Luisa y Anisia. La primera morenísima
y bella; la segunda, gordita y alegre.
Osvaldo nunca fue cederista ni miliciano. Los adultos no querían que
habláramos con él. Podía ser una mala influencia. El lo sabía
pero no lo tomaba en cuentas. Siempre tuvo un buen consejo que darnos o un
cuento que narrarnos. Los muchachos del barrio, violando las prohibiciones, lo
queríamos sin remilgos políticos. Nadie pudo impedir que creciéramos
saludándolo, escuchándolo.
Trabajaba en una fábrica al final de nuestra calle. Allí se
acababa el pueblo. Luego la Línea de San Fernando, sí, la famosa
de la Trocha de Júcaro a Morón, y más allá, manigua.
Cuando íbamos de aventuras a las ruinas de los Fortines Españoles
a bañarnos, en las tórridas tardes pueblerinas, a las turbinas de
las antiguas arroceras de Los Aguileras, regresábamos por la fábrica.
Osvaldo nos brindaba refrescos recién hechos o nos permitía tomar
los trozos de hielo que se rompían en el trasiego de camiones que venían
a cargar. La fábrica sólo producía hielo y gaseosas de limón
y de naranja.
Era la época en que la emprendieron contra los "cachimbitos".
El sueño de la industrialización, el desarrollo a largo plazo, los
planes quinquenales, dejó a Morón sin refrescos ni hielo.
Un día, sobre un tractor ruso, llegó a la fábrica un
personaje importantísimo. Ya había pasado por la Isla de Turigüanó
y había dado la orden de clausurar la fábrica de chorizos que
desde los tiempos del Comandante Félix Torres funcionaba allí.
Los muchachos, ajenos a la catástrofe que se avecinaba, una vez
corrida la voz, fuimos a rodear y saludar al personaje. No pudimos acercarnos.
Algunos, los más audaces, subidos a los árboles, escabullidos
entre los adultos, lo vimos de lejos. Pero desde entonces se rumoreó la
historia o la leyenda. No sé, porque ocurrió dentro.
Los canchanchanes, los guatacas, los comecandelas, despepitados, abandonaron
sus labores y se abalanzaron sobre el recién llegado. Quedaron solas la
embotelladora y la enchapadora. Los feldespatos, detenidos a mitad de camino,
bamboleban enormes piedras de hielo. La envasadora se atascó sin que
nadie la atendiera.
Sólo Osvaldo Cáseres se mantuvo trabajando. El hombre se abrió
camino entre la multitud de aduladores y llegó hasta la oficina donde
Osvaldo seguía sumido en sus cuentas y cálculos. El personaje le
extendió la mano. Osvaldo, mudo de asombro, lo saludó.
El administrador quiso sacar de su error al personaje. Tras una sonrisa,
pretendidamente cómplice, explicó que Osvaldo era el único "gusano"
de la fábrica. El personaje, según cuentan, recio de carácter,
puso su mano sobre el hombro de Osvaldo y con una voz medio entrecortada dijo: "Ojalá
todos los revolucionarios cumplieran con su deber como este gusano".
Y se marchó, quizás apremiado por otras clausuras, dejando
firmada para siempre la credencial de que Osvaldo Cáseres era un
excelente trabajador y que la fábrica moriría a los pocos meses.
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