CUBANET .INDEPENDIENTE

29 de noviembre, 2000


Engels, globalización y castrismo

Manuel David Orrio, CPI

LA HABANA, noviembre - No asombra que la prensa oficiosa cubana conmemore el próximo 28 el natalicio 180 de Federico Engels, uno de los fundadores del llamado comunismo científico, dado que la vigente Constitución de Cuba lo designa como uno de los "guías", junto a José Martí, Carlos Marx y Lenin, de un pueblo consumidor de picadillo de soya.

Nacido en Barmen, Alemania, en 1820, a su extensa labor teórica como economista, sociólogo y filósofo, unió Engels su capacidad como uno de los organizadores del Partido Socialista Alemán, primero de su tipo en la Historia, así como en la creación de la llamada Segunda Internacional, hoy devenida Internacional Socialista. Parece olvidado, tras el derrumbe soviético y de "los demás", aunque su legado no cayó del todo en vano. Permanecen sin solución global aquellos problemas sociales contra los cuales su conciencia se rebeló, allá por los días en que describió las infames condiciones laborales padecidas por los obreros ingleses de mediados del siglo XIX.

Edward W. Said, profesor en la Universidad de Columbia, apunta en El País Digital de 3 de octubre último una valoración del neoliberalismo que bien pudiera haber sido escrita por Engels. Según Said lo que ha desaparecido es la idea de que los ciudadanos necesitan tener un derecho, garantizado por el Estado, a la sanidad, la educación, el cobijo y las libertades democráticas. Si todos ellos se convierten en la presa del mercado globalizado, el futuro es profundamente inseguro para la inmensa mayoría de la gente, a pesar de la retórica tranquilizadora (y profundamente engañosa) de cariño y bondad que prodigan los que controlan los medios de comunicación y los expertos en relaciones públicas que dominan el discurso público.

Engels, coautor del Manifiesto Comunista, profetizó casi literalmente el advenimiento de lo hoy conocido como globalización, todas sus contradicciones incluidas. Pero de ahí a asociarse a él, o a Marx, con las consecuencias totalitarias hijas del célebre manifiesto, va un pequeño trecho. Uno y otro cayeron presas de la ambigüedad teórica de una doctrina que puso en el altar a la violencia como partera de la Historia, aún cuando comprendieran, como apuntaron, que el problema esencial del hombre es el de su emancipación. No por gusto, esta frase: "El bienestar de todos pasa por el bienestar de cada uno". Engels, particularmente, dejó bien claro en los finales de su larga vida, a partir de sus estudios sobre la evolución de las guerras, que en las condiciones modernas lo inmensamente destructivo de las armas haría peligrar a la existencia misma de la Humanidad, razón por la cual pronosticó que ello terminaría por imponer carácter pacífico a toda contienda pública. "Las luchas obreras del futuro no se librarán en las barricadas, sino en las urnas", escribió, como para advertir a los discípulos del inmenso error que cometerían años después, con Lenin a la cabeza. Engels, quizás, fue el primer representante de la clase obrera que vaticinó la carencia de futuro de los enfoques confrontacionales en política, relaciones internacionales o desenvolvimiento social general. Quien privilegia a las urnas acepta el compromiso de ganar o perder, en buena lid, opositores reconocidos sea cual sea su pelaje, y siempre que todos respeten las reglas del juego. Por supuesto, muy de dudar será que la prensa oficiosa cubana, si conmemora el natalicio de Engels, aborde esa arista democrática de las postrimerías de su vida, tan parecida al valor otorgado a la disidencia por su brillante seguidora, Rosa Luxemburgo. Cierto es: la izquierda socialdemocrática parece empantanada en su esfuerzo de hallar alternativas profundas al discurso neoliberal y a su apología del mercado. Pero su similar "tradicional", tan cercana al Partido Comunista de Cuba, casi idéntica se diría, ¿ha encontrado cómo compatibilizar el ideal socialista con el carácter universal e indivisible por lo tanto, globalizado de los derechos humanos? Cabe preguntarse, por ello, si es posible considerar a Engels como patrimonio del castrismo, entendido como doctrina política de los partidarios de Fidel Castro, sobre todo si entre ambos existe una divergencia programática, dada por la actitud hacia la propiedad sobre los medios de producción.

Partidarios del castrismo y Fidel Castro mismo colocan en "lo sagrado" a la propiedad estatal sobre dichos medios. Aunque la Constitución cubana restringe lo estatal sólo a los fundamentales, la interpretación real ha conducido a un estatismo definitivamente exagerado. Engels, aún en sus momentos más tremendistas, señaló sin ambages que la propiedad del Estado sólo es capaz de llevar al extremo la contradicción entre capital y trabajo asalariado, y afirmó que el verdadero socialismo comienza únicamente cuando es la sociedad la que se apropia directamente de las fuerzas productivas. Consulte la prensa oficiosa cubana el discurso fundacional de la Primera Internacional, donde dicha propiedad social se define como cooperativas de productores libres, asociados mediante un plan único. Por tanto, si se parte de tales conceptos como definitorios del ser socialista, puede deducirse que el estatismo castrista reproduce, como nunca, aquello contra lo cual Engels combatió. Y si ello sucede en condiciones de globalización, una pregunta se impone: ¿se promueve desde el poder de Cuba exactamente lo criticado por Said, aunque una voluntad política parezca hacer lo contrario? Supóngase los mejores propósitos: pues bien, de buenas intenciones, empedrado el camino del infierno.

No puede olvidarse que una de las causas del repunte del liberalismo, en su forma neoliberal, ha sido la probada ineficacia del Estado como productor de bienes y proveedor de servicios sociales, por lo que cabe interrogar si parte de las críticas al neoliberalismo representan, en el mundo real, nostalgia de burócratas desempleados. Por el lado cubano, a su vez, nadie parece dar razón del por qué es necesario renunciar a la libertad de expresión para contar con médico de la familia. Engels, desde su tumba, tironea de sus barbas y se permite estas faltas de ortografía: ni los hunos, ni los hotros.


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