Aquella
noche, en Tampa
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, noviembre - Ocurrió en Tampa, el 26 de noviembre de 1891.
Cuenta el historiador Emeterio Santovenia que "la presencia de una
muchedumbre extraordinaria y el desarrollo del programa previsto por la
directiva del club Ignacio Agramonte contribuyeron a la brillantez de la velada.
(...) Cuando quiso realizarse estuvo dispuesto a la hora señalada para
comenzar el acto, y la esplendidez y trascendencia del mismo pronto pusieron fe
hasta en los pechos de los pesimistas". Dios, que nunca juega a los dados,
ordenó a un destacado taquígrafo habanero viajar a los Estados
Unidos para recoger con fidelidad absoluta las palabras del principal orador de
aquella noche.
Ovación tal le saludó, que su eco aún se escucha en las
ergástulas de los presos de conciencia Ariza, Kilo Ocho, reportan los
periodistas independientes el aplauso multitudinario. Afortunados, elegidos,
quienes vieron al menudo poeta habanero ascender a la tribuna de Tampa, y
comenzar su discurso con lapidaria frase: "Para Cuba, que sufre".
Otros autores narran versiones similares de aquella noche. Sin dudas, un
misterio atravesó las almas de los presentes. La Luz de Yara, hecha
cuerpo material en la figura de aquel hombre. "Con todos y para el bien de
todos", dijo en Tampa, un 26 de noviembre de 1891. Y Cuba despertó.
¿Recordará esa noche la prensa oficiosa de Cuba con espacio que
merece? ¿Será opacado por esas páginas el 26 de noviembre de
José Martí, con la anécdota del Che Guevara que un mismo día
de 1959 ó 60 ocupó la presidencia del Banco Nacional? Poco
importa, si sucede; las anécdotas de la Historia nada pueden contra las
noches de un Apóstol, cuya Oración Magna advirtió a sus
compatriotas que un país de exclusiones no es un país. "Con
todos y para el bien de todos" no fue verbo de orador arrebatado por la
multitud, enfermo de megalomanía caudillesca, sino diseño de República,
sólo posible de alzar bandera decorosa, si extrae de su cuerpo moral al cáncer
de las exclusiones, parte sustancial de la saga cubana. "Y con letras de
luz se ha de leer que no buscamos, con este nuevo sacrificio, ni la perpetuación
del alma colonial en nuestra vida, con novedades de uniforme yanqui, sino la
esencia y realidad de un país republicano nuestro, sin miedo canijo de
unos o la expresión saludable de todas las ideas y el empleo honrado de
todas las energías, ni de parte de otros aquel robo al hombre que
consiste en pretender imperar en nombre de la libertad por violencias en que se
prescinde del derecho de los demás a las garantías y los métodos
de ella".
Casi un siglo después de aquella noche admonitoria y luminosa, Cuba aún
practica el infame vicio de la censura, para no pensar en cuánto los
cubanos seguimos siendo excluyentes. Pudiera afirmarse, hoy, que José
Martí ha devenido figura santoral, manipulable por izquierdas y derechas.
Sólo que la cicatriz de su tobillo de presidiario se ha reproducido, cual
eco de su discurso tampeño. Vladimiro Roca, político sin pedir
permiso; Pedro Pablo Alvarez Ramos, sindicalista sin autorización
innecesaria, de acuerdo con la ley de Fidel Castro, la escrita para consumo
internacional.
¿Tendrá valor la prensa oficiosa de Cuba para recordar aquella
noche de Tampa? ¿Tendrá valor de citar estas palabras, donde el Apóstol
señaló proféticamente cuál sería nuestro
destino, de excluir a uno solo de los nacidos en nuestra tierra? Vale
reproducirlas, para hacer ver que, en nuestro pecado, florece la penitencia: "O
la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus
hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio,
el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia,
al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por
el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de
nuestras mujeres ni una gota de sangre de nuestros bravos".
No olvidarlo: en nuestro pecado, la penitencia.
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