La
vida de los niños cubanos no es color rosa
Milagros Beatón, APLO
SANTIAGO DE CUBA, noviembre - Niñas cubanas tratan de ganarse la vida
por medio de la venta de dulces. Así contribuyen con sus familias a
paliar el hambre y la pobreza.
En el horario de descanso escolar, Kati y Karina se esfuerzan por cumplir
con la encomienda de sus padres. Ellas visten ropas gastadas, calzan zapatos
rotos y sus ojos parecen apagados, quizás por la infelicidad. La última
vez que las vi estaban sentadas en el muro de un viejo portal; sobre sus
delgadas piernas una caja de cartón contenía dulces. Karina, la
mayor de las hermanas, atraía con su pregón a los clientes.
"¡Dulces, compren dulces!", pedía Karina mientras la
pequeña Kati miraba con ansias el contenido de la caja y, discretamente,
pellizcaba algunas migajas y se las llevaba a la boca.
Todo parecía ir bien hasta que se oyó el sonido de un silbato.
Era el aviso de que se acercaba la policía. Al instante se formó
el corre corre. Los vendedores que estaban en el área huían, las
mercancías "ilícitas" (al decir de las autoridades)
quedaron abandonadas en el lugar. Las niñas también huyeron
asustadas y los dulces de la caja fueron devorados por el único
beneficiado en este asunto: un perro callejero.
Casos de niños como el de Kati y Karina, que tratan de ganar algún
dinero para aumentar los magros ingresos de sus familias, abundan en la
actualidad. Unos venden helados. Otros, cucuruchos de maní. Y los hay
que venden alimentos de la regulada canasta familiar. También están
los que nada tienen que vender y piden limosnas a los turistas extranjeros.
La pobreza de las familias cubanas se agudiza alarmantemente, porque los
salarios no están en correspondencia con los altos precios de los
productos básicos. Los funcionarios del gobierno muestran indiferencia
ante este fenómeno que afecta a la niñez mientras persisten en
mostrarle al mundo la imagen de que, en Cuba, la vida de los niños es
color de rosa.
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