CUBANET .INDEPENDIENTE

24 de noviembre, 2000


Camember para Alexis

Miguel Angel Ponce de León, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, noviembre - En la penumbra de la sala, él unta generosamente con su camember maduro su tostada, mientras sorbe lentamente su taza de té de Oolong. Me observa incrédulo. Un pequeño ratón asoma su cabeza por el borde de la mesa, reclamando lo suyo, pero huye cuando fijo en él mis ojos.

Alexis -así se llama mi amigo- está repantigado sobre una silla, sin camisa, y sus pies, sin zapatos y sin medias, reposan a quince centímetros de mi cara. Sobre mi triclinium. Me entretengo torciéndole los dedos y masajéandole las plantas. Su belleza desconcierta por igual a mujeres y a hombres, aunque yo soy mantenido a distancia, debido al desparpajo que él manifiesta cuando estamos solos.

Sirvo más té y lo miro interrogante. El me responde con una sonrisa y eructa. Se toma su tiempo. Al fin me explica cómo hablando con el cobrador de la electricidad, y regalándole cinco dólares éste altera el equipo medidor del consumo para reducir su gasto al mínimo. Ahora comprendo cómo algunos vecinos que poseen desde vibradores eléctricos hasta microwaves gastan solamente quince pesos. Yo consumí cincuenta y uno este mes. Y conste que no "deseo" sospechar que alguno de ellos esté conectado a mi reloj contador.

El camember se acaba, Alexis es voraz, aunque sea la primera vez que prueba este tipo de queso francés. Ahora el niño de barba negrísima y cachetes rosados quiere hacer pipí. En su cara se manifiesta la satisfacción que le produjo el queso, el té y su explicación. Dejo como Petronio mi triclinium, pero no para buscar al médico griego que me corte las venas de los antebrazos y me produzca una muerte más o menos dulce, no, sólo para traerle una jarrita, barrigoncita, de Limoges, en la cual él prefiere orinar. Su rocío me bautiza.

Pienso en el cobrador de la electricidad. En los cinco dólares que no tengo destinados para sobornarlo. Los tengo sólo para comprar alimentos. Alexis comienza a reírse y me obliga a acostarme boca abajo. Me ofrece un masaje en todo el cuerpo, a golpes, con las palmas de las manos abiertas. Me dejo hacer y es como si comenzara a renacer. Desde la cabeza a los pies.

Mientras Alexis, fuerte en extremo, me golpea a placer (masajea), me cuenta otra historia. Ya no es un ratoncito el que asoma sus ojillos saltones y negros desde la mesa, hay otro en la reja de hierro del siglo pasado que tengo adosada a la pared.

El padre de un amigo de él, al dejar la fábrica donde trabaja, salió con un paquete. Doscientos metros llevaba caminando cuando un patrullero que venía de frente a él lo detiene. El policía le pregunta lo que lleva. El padre de su amigo se lo dice sin subterfugios. Lo montan en el carro patrulla y se lo llevan a la unidad, adonde no llegan. Por el camino, uno de los policías le pide doscientos pesos para que "el asunto" quede olvidado. El hombre paga y queda libre con su mercancía robada del centro de trabajo. ¿Moraleja?

No puedo evitar pensar. Pienso en otro amigo que no tiene trabajo ni dinero. Pienso que cualquier plaza de trabajo que "valga la pena" hay que comprarla y pagarla en dólares. ¿Cómo ayudarlo?

Mientras las grandes manos de Alexis, fuertes, reavivan hasta mi pensamiento, sus lecciones sobre la cotidianidad en este país las va desgranando con voz cariñosa, suave.

Estuvo bien que Alexis se comiera las tres cuartas partes de mi camember en la semioscuridad de mi sala. El placer que me brindó al darme ese excelente masaje vale mucho más. No podré dormirme rápidamente. Para otros es fácil pagar un soborno con cualquier objetivo. Yo siempre relaciono estos hechos y otros similares que se dan demasiado frecuentemente. Yo me pregunto: ¿hasta dónde, hacia arriba, hasta dónde, hacia abajo, penetrará la corrupción? ¿Cómo será el futuro de la sociedad cubana si no se le pone coto a este peligroso vicio social?

Miro el cuerpo de este hombre de treinta y cinco años dormido, plácido. Me cuesta creer que él viva con esa paz interior conociendo perfectamente el mundo que le tocó vivir. Un mundo del que ha intentado escapar en varias ocasiones. ¿Adaptación? No lo creo.

Sufro por mi ceguera, pero el resto del camember, el té y Debussy me transportan a una realidad diferente. Alexis comenzó a roncar.


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