Camember
para Alexis
Miguel Angel Ponce de León, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, noviembre - En la penumbra de la sala, él unta
generosamente con su camember maduro su tostada, mientras sorbe lentamente su
taza de té de Oolong. Me observa incrédulo. Un pequeño ratón
asoma su cabeza por el borde de la mesa, reclamando lo suyo, pero huye cuando
fijo en él mis ojos.
Alexis -así se llama mi amigo- está repantigado sobre una
silla, sin camisa, y sus pies, sin zapatos y sin medias, reposan a quince centímetros
de mi cara. Sobre mi triclinium. Me entretengo torciéndole los dedos y
masajéandole las plantas. Su belleza desconcierta por igual a mujeres y a
hombres, aunque yo soy mantenido a distancia, debido al desparpajo que él
manifiesta cuando estamos solos.
Sirvo más té y lo miro interrogante. El me responde con una
sonrisa y eructa. Se toma su tiempo. Al fin me explica cómo hablando con
el cobrador de la electricidad, y regalándole cinco dólares éste
altera el equipo medidor del consumo para reducir su gasto al mínimo.
Ahora comprendo cómo algunos vecinos que poseen desde vibradores eléctricos
hasta microwaves gastan solamente quince pesos. Yo consumí cincuenta y
uno este mes. Y conste que no "deseo" sospechar que alguno de ellos
esté conectado a mi reloj contador.
El camember se acaba, Alexis es voraz, aunque sea la primera vez que prueba
este tipo de queso francés. Ahora el niño de barba negrísima
y cachetes rosados quiere hacer pipí. En su cara se manifiesta la
satisfacción que le produjo el queso, el té y su explicación.
Dejo como Petronio mi triclinium, pero no para buscar al médico griego
que me corte las venas de los antebrazos y me produzca una muerte más o
menos dulce, no, sólo para traerle una jarrita, barrigoncita, de Limoges,
en la cual él prefiere orinar. Su rocío me bautiza.
Pienso en el cobrador de la electricidad. En los cinco dólares que no
tengo destinados para sobornarlo. Los tengo sólo para comprar alimentos.
Alexis comienza a reírse y me obliga a acostarme boca abajo. Me ofrece un
masaje en todo el cuerpo, a golpes, con las palmas de las manos abiertas. Me
dejo hacer y es como si comenzara a renacer. Desde la cabeza a los pies.
Mientras Alexis, fuerte en extremo, me golpea a placer (masajea), me cuenta
otra historia. Ya no es un ratoncito el que asoma sus ojillos saltones y negros
desde la mesa, hay otro en la reja de hierro del siglo pasado que tengo adosada
a la pared.
El padre de un amigo de él, al dejar la fábrica donde trabaja,
salió con un paquete. Doscientos metros llevaba caminando cuando un
patrullero que venía de frente a él lo detiene. El policía
le pregunta lo que lleva. El padre de su amigo se lo dice sin subterfugios. Lo
montan en el carro patrulla y se lo llevan a la unidad, adonde no llegan. Por el
camino, uno de los policías le pide doscientos pesos para que "el
asunto" quede olvidado. El hombre paga y queda libre con su mercancía
robada del centro de trabajo. ¿Moraleja?
No puedo evitar pensar. Pienso en otro amigo que no tiene trabajo ni dinero.
Pienso que cualquier plaza de trabajo que "valga la pena" hay que
comprarla y pagarla en dólares. ¿Cómo ayudarlo?
Mientras las grandes manos de Alexis, fuertes, reavivan hasta mi
pensamiento, sus lecciones sobre la cotidianidad en este país las va
desgranando con voz cariñosa, suave.
Estuvo bien que Alexis se comiera las tres cuartas partes de mi camember en
la semioscuridad de mi sala. El placer que me brindó al darme ese
excelente masaje vale mucho más. No podré dormirme rápidamente.
Para otros es fácil pagar un soborno con cualquier objetivo. Yo siempre
relaciono estos hechos y otros similares que se dan demasiado frecuentemente. Yo
me pregunto: ¿hasta dónde, hacia arriba, hasta dónde, hacia
abajo, penetrará la corrupción? ¿Cómo será el
futuro de la sociedad cubana si no se le pone coto a este peligroso vicio
social?
Miro el cuerpo de este hombre de treinta y cinco años dormido, plácido.
Me cuesta creer que él viva con esa paz interior conociendo perfectamente
el mundo que le tocó vivir. Un mundo del que ha intentado escapar en
varias ocasiones. ¿Adaptación? No lo creo.
Sufro por mi ceguera, pero el resto del camember, el té y Debussy me
transportan a una realidad diferente. Alexis comenzó a roncar.
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