Flores
en el otoño del patriarca
Ricardo González Alfonso
LA HABANA, noviembre - Los asuntos peliagudos son difíciles de
bautizar, pero esta vez resultó sencillo. El título me lo dictó
la ocurrencia de un individuo quien, por supuesto, contó con la
complicidad de la novela de García Márquez y de este milagro
tropical que obsequia flores en noviembre.
Aunque la niñez y la adolescencia era el tema central de la X Cumbre
Iberoamericana celebrada en Panamá, no podía faltar un documento
sobre el justificado terror al terrorismo.
Firmar o no firmar era sólo parte de la cuestión. Tener tejado
de vidrio y tirar piedras, frase muy escuchada en estos días, dio lugar a
la disputa entre el presidente de El Salvador, Francisco Flores, y el mandatario
cubano Fidel Castro.
Quienes residimos en esta Isla -en el sentido geográfico e
informativo- recibimos una doble ración de asombros. Primero, nunca habíamos
presenciado a alguien que discutiera con tanta agudeza y calma con el comandante
de los discursos largos. Segundo, el domingo transmitieron y retransmitieron el
incidente por la televisión nacional.
El lunes por la mañana era la comidilla de cada barrio. Recorrí
varias calles. Escuché, sobre todo escuché, y lo que oí era
diferente a la versión del oficialista Juventud Rebelde, que en un
subtitular calificó las palabras del presidente Flores de "una
acusación insolente".
El arresto en Panamá de Luis Posada Carriles -procesado en el 76 por
la explosión de un avión en pleno vuelo que provocó decenas
de muertes e hizo congregar en La Habana a más de un millón de
cubanos para condenar el sabotaje- pasó a un segundo plano, y a un
tercero lo del plan de atentado contra Fidel. (Este orden de interés la
televisión del patio ya trata de revertirlo y lo hará hasta que se
olvide el debate con Flores.)
Pero aún los comentarios de amigos, vecinos o simples conocidos
-algunos militantes del Partido Comunista de Cuba- así como aquellos que
de pasada oí en colas (filas), parques y esquinas, pueden resumirse en
que la intervención de Fidel había sido un error político
que los más irreverentes achacaron a una reacción senil, y otros a
un simple olvido: no estaba ante la Asamblea Nacional del Poder Popular.
"¡Figúrate, lo que nos faltaba, fajarse ahora con los españoles!"
"¿Se fijaron en las caras de Aznar y del Rey?" "¿Y la
de Chávez?" "¿Imagínese, le estaban regañando
a su papá!" O este otro: "La que sí tiene tremenda
paciencia es Moscoso". Pero quizás el más agudo resultó
el siguiente: "La ETA pone una bomba en Madrid, estalla en Panamá y
revienta a La Habana".
Y como el criollo, por aquello del realismo mágico, es un ser
especulador por excelencia, no faltó quien preguntara (tal vez no se
atrevió a adivinarlo) "¿qué pensarán de todo esto
personas tan inteligentes como Abel Prieto y Lage?"
Seguro que algunos estarán de acuerdo con el criterio de Juventud
Rebelde, aunque probablemente no sean ni tan rebeldes ni tan jóvenes. El
que sí lo es fue quien me sugirió sin saberlo el título de
este trabajo.
Cuando regresé a mi casa no pude resistir la tentación de
releer, como quien descubre un presagio, las últimas palabras de "El
otoño del patriarca": "Y las campañas de gloria
anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad
había por fin terminado".
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