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Noviembre 20, 2000



Los terroristas y el Presidente

Frank Calzón. Publicado el lunes, 20 de noviembre de 2000 en El Nuevo Herald

La semana pasada, en el acto celebrado en memoria de los marinos norteamericanos asesinados en Yemen, un muy serio presidente Clinton les aseguró a las familias de las víctimas que sus seres queridos no habían muerto en vano. "Los terroristas responsables de sus muertes no hallarán puerto seguro. Vamos a encontrarlos, y ese día triunfará la justicia''.

No importa lo que uno opine sobre las promesas de los políticos durante una campaña electoral. Esta promesa del presidente ocupa una categoría sui generis, que todos los americanos apoyan. No hay otro deber presidencial más sagrado que el de proteger vidas norteamericanas y encausar en los tribunales a los responsables de tan horrendo crimen. No hay forma de predecir qué tiempo durará esta investigación. La de la explosión del vuelo de PanAm sobre Escocia, por ejemplo, tomó varios años. Es probable que le toque al próximo mandatario cumplir la promesa hecha por el presidente Clinton.

Pero aún no es demasiado tarde para que Clinton cumpla la promesa que le hiciera a otras familias norteamericanas, las que perdieron a sus hijos al ser asesinados en lo que la propia Casa Blanca describiera como "un vil acto de terrorismo en espacio aéreo internacional'', el 24 de febrero de 1996, cuando MiGs cubanos derribaron las avionetas en que sobrevolaban el Estrecho de la Florida tres ciudadanos y un residente americanos en misión civil no armada de Hermanos al Rescate.

Mientras en la Base Naval de Norfolk, en Virginia, se honraba la memoria de los marinos asesinados, en Washington el Congreso de Estados Unidos aprobaba una ley que prohíbe el uso de sanciones sobre alimentos y medicinas como arma de la política exterior estadounidense. La ley se fundamenta en que negarles alimentos y medicinas a los enemigos de Estados Unidos va en contra de los principios de esta nación, y además perjudica a los agricultures americanos.

Puede que el argumento tenga algún mérito. Sin embargo, de un mal caso sólo puede resultar una ley peor, o una pésima política exterior. ¿Qué dirían esas megagranjeras hambrientas de dinero si se comprobara que uno de esos gobiernos extranjeros que tanto quieren negociar con Estados Unidos es responsable de la muerte de los marinos? ¿Apoyan de veras los norteamericanos que Estados Unidos financie y asegure las exportaciones de productos americanos a estados terroristas como Libia, Irán e Iraq? Si vamos a creer que se contradicen los ideales de la nación cuando se limita el derecho de las corporaciones americanas a comerciar con la calaña de Khadafi o Sadam Hussein, entonces ¿por qué ha de ser aceptable arriesgar las vidas de tantos hijos e hijas de familias norteamericanas en todos los confines del mundo?

Esa misma ley que suspendió las restricciones sobre la venta de alimentos y medicinas a Cuba también aprobó la reimportación de fármacos y otros medicamentos de patente americana que se manufacturan en el extranjero. ¿La razón? Porque salen mucho más baratos en Canadá y en otros países. Entonces, ¿no se desmorona el absurdo argumento del lobby procastrista que hace años sostiene que los pobres niños cubanos carecen de medicinas porque, aunque Cuba puede comprarlos en otros países, saldrían más baratos ¡en EU!?

A pesar de que la guerra fría ha terminado, el mundo sigue siendo un lugar peligroso. Mientras la administración corteja a Yasser Arafat, y a los dictadores comunistas de Corea del Norte, Vietnam, China y la misma Cuba, el máximo guerrero de la guerra fría sigue al mando en La Habana. Indiferente a la crisis doméstica, Castro emplea millones de dólares en arengas antiamericanas. La más reciente fue la semana pasada frente a la Sección de Intereses de Estados Unidos en la capital cubana. El régimen costeó el transporte en ómnibus de ochocientas mil personas para que pudieran participar en el masivo desfile por el Malecón. Al suspender las restricciones sobre la venta de alimentos y medicinas norteamericanas, Washington le ha dicho a Castro que ya no puede utilizar ese argumento para atacar a su "enemigo del norte''.

No obstante, el subsidio soviético es cosa del pasado. Castro necesita un sustituto, y, a no ser que el pueblo americano acceda a subsidiar las futures ventas con sus impuestos, la demagogia antiyanqui del comandante se mantendrá hasta el fin de sus días. Los terroristas sí registran la reacción oficial de Estados Unidos ante el asesinato de sus ciudadanos en el exterior. Oremos porque el presidente Clinton cumpla la promesa que hizo no sólo a las madres de los marinos asesinados en Yemen, sino también a las madres de los pilotos asesinados en el Estrecho de la Florida. Es obligatorio que se cumpla, para que ni Castro ni ningún otro dictador asuma que se puede asesinar a un norteamericano impunemente.

Director del Centro para Cuba Libre, organización dedicada a la defensa de los derechos humanos en Cuba.

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