Entramado
de complicidades
Miguel Angel Ponce de León, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre - Hace varios años, bajo una falsa Tiffany de la
época y de frente a un dibujo de Wilfredo Lam, al que mi amigo, diplomático
en Francia, daba la espalda, escuché sobre la amistad una extraña
-quizás no tanto- definición: Esta sería el resultado de un
complejo entramado de complicidades entre dos seres humanos. Para mí no
resultaba suficiente semejante explicación. ¿Qué es el amor? ¿No
podemos amar a amigos y amigas sin que ese "entramado" sea tan
complejo? ¿Dónde dejar la empatía entre una o varias
personas?
Ni la Tiffany ni el Lam ni mi amigo están en Cuba. Vive ahora en
Barcelona. Nuestras "viejas complicidades" dejaron de unirnos. ¿Qué
decir, o cómo explicar entonces, las intensas relaciones espirituales -no
de espiritismo, por favor- que mantengo con amigos que no veo hace veinte años
y casi no nos escribimos.
La semana pasada, un amigo de Manhattan, a quien por cierto una crónica
mía publicada por CubaNet le hizo romper con el temor de regresar al
pasado, estuvo en casa y conversamos durante más de dos horas. Desde el
ochenta no lo veía, nunca nos escribimos, pero la comunicación
entre ambos fluyó con amor y con más sabiduría que cuando
apenas teníamos treinta años. Richard... ¡Cuánta alegría
nos diste a tu madre y a mí y a tus amigos! ¡Cuánto dolor,
quizás, recibió tu corazón en esta ciudad devastada!
¿Qué alquimia desconocida pudiera explicar lo que mi alma
percibe después de escuchar unos fortísimos golpes dados en mi
puerta, la abro y me encuentro con Nicolasito, el escritor, el que vive en San
José de Costa Rica? ¿Cómo podemos charlar durante horas,
entre cervezas Cristal, sobre o que amamos, sobre los que amamos? La ciudad,
nuestra Habana. Sus hijos, y ellos: Carlos, Rosa. Sentimos la necesidad urgente
de estar con Carlos, de estar con Rosa. No nos veíamos hacía más
de un año.
En el año setenta y tres, después de salir de la prisión
denominada El Castillo del Príncipe, una voz ronca, potente, se deslizó
entre la balaustrada de la reja de madera antigua que tengo como segunda puerta.
Yo estaba sumido en el terror y, en ese preciso momento, me disponía a
salir para entregar dos "cartas de libertad", una a la presidenta del
CDR y otra a la oficina del MININT encargada de ubicarle laboralmente. El de la
voz ronca, ex boxeador y sembrador de claveles, me las quitó literalmente
de las manos y las abrió: "¡Comemierda! Lee esto. No las lleves
a ninguna parte. Guarda una como recuerdo. Cuánta razón tenía.
Las dos cartas decían que yo acababa de cumplir una condena de ciento
ochenta días por prácticas homosexuales, cuando la causa había
sido política. Me sacó de Mercaderes #2 y me llevó a
contemplar los cientos de claveles de diferentes colores que tenía
sembrados en la azotea de su apartamento en Víbora Park, y a comer unas
minutas de merluza que Rosita nos tenía preparadas. Su mujer y él
aliviaron mi soledad y mi miedo. ¡Carlos...! ¡Rosa...!
Ahora, con frecuencia, paso frente a un hermoso edificio que está
siendo restaurado, aquí, en la Habana Vieja, y que será un hotel.
En él estuvo la redacción de la Revista Cubatabaco, donde
Nicolasito y Carlos trabajaron durante años. Algunas veces escapaban y se
sentaban, al comienzo de las tardes, bajo los árboles del parque que está
frente a mi casa. Otras, bajo los que crecen alrededor del Castillo de la
Fuerza. Otras, venían a "descargar" a casa, mientras yo les hacía
té y seguía trabajando en mis artesanías. Los escuchaba.
Los sentía. ¡Carlos...! ¡Rosa...!
¿Qué entramados complejos de complicidades, ni qué
carajo, hacen que mi piel se erice y mi alma sienta la urgencia de verlos, de
tocarlos? ¿Cómo explicar esa urgencia mía si no es a través
del amor? ¿Se derrumba la definición "racional" de mi
bello e inteligente amigo ex diplomático cubano? No. No totalmente. ¡Pero
hay algo más! Y no estoy hablando de parasicología.
En un país como Cuba, aparente paraíso de gentes sensuales y
veleidosas, para el turista; infierno literal para sus habitantes, la amistad,
tal como la definió mi ex amigo y ex diplomático en Francia, es un
real entramado de complicidades.
La sinceridad y el amor se convierten, con demasiada frecuencia, en trampas
mortales, si no para el cuerpo, sí para el espíritu. Tu mejor
amigo es el que te delata. Es el mismo que roba contigo en el almacén
donde trabajan. Es el que ayuda a que tu expediente del MININT crezca, hasta que
sea necesario usarlo para alguna que otra "actividad inteligente y
revolucionaria". Nuestro país sería un paraíso para
Gurdieff, Ouspenski y sus seguidores. Los delincuentes son los mejores
colaboradores del sistema político imperante. Pero...
El hombre necesita amar... necesita (creer) la amistad... pero de esta otra,
en la cual la empatía, la confianza y el amor integran su centro, su
alma.
Richard, el de Manhattan, ya conozco el nombre de tus dos plantas que
reciben la luz del este, allá. Pueden volver a pasar varios años,
pero sé que estás cerca, que volveré a verte. Pero tú,
Rosa; tú, Carlos, aún estando más cerca, ¿por qué
siento esta urgencia en mi corazón por verlos, abrazarlos, tocarlos?
Nicolasito se me adelantará. ¿Se hará demasiado tarde para mí?
¡Carlos...! ¡Rosa...! No sólo yo, desde acá, desde Cuba,
los amamos.
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