¡Que lance la primera piedra
quien esté libre de culpa!
Víctor Rolando Arroyo, UPECI
LA HABANA, noviembre - ¿Cuáles son las verdaderas causas que
fomentan el robo en todas sus manifestaciones en la Cuba de hoy?
Sin apologizar la retórica oficial, décadas atrás no
era precisamente la opulencia lo que caracterizaba al país.
Recientemente, algunos comentaristas del gobierno vinculaban el embargo, el
salario, las insatisfacciones materiales y el delito, para hacer recaer sobre el
diferendo gobiernos de Cuba-Estados Unidos el origen del problema.
Cortinas de hierro o tenues velos de seda no ocultan la realidad. En el país
se enraizó una cultura del robo que va más allá de la
violencia en la apropiación. Pienso que se fraguó en los planes
económicos incumplidos y que se reportan como alcanzados. Ahí se
dio el primer paso hacia el irrespeto por el control. Después vinieron
etapas de desorden en que la utopía del igualitarismo continuó el
lento erosionar de la Etica y el decoro popular.
No fueron los capitalistas norteamericanos los que promovieron de un rango
inferior a otro superior a funcionarios comunistas incapaces o corruptos.
Decisiones que a la larga se reflejaron en la sociedad cubana que, ni corta ni
perezosa, aprendió a confundir las palabras robo con "resolver",
tal como veía hacer a diario a quienes supuestamente eran el ejemplo a
seguir.
Ahora, el mismo gobierno lleva a tres veces los precios originales de
productos o servicios que brinda a la población, y argumentan los voceros
comunistas que esto se revertirá en servicios de salud, educación,
seguridad social y deporte.
Por su parte, el cubano, sea o no de los que andan a pie, encuentra
justificación para apropiarse de unos gramos de pan, carne u otros
alimentos; alterar precios o no pagar el transporte. De ahí algunos
saltan al robo con violencia y se rompe el mito de una sociedad conciente con el
proceso político.
Cuando se descubren redes de comerciantes ilícitos ya sea de carne
vacuna, productos industriales, tabaco, bebidas alcohólicas o corredores
de inmuebles; no son precisamente los más pobres y marginados los
implicados.
La realidad que aquí vivimos contrasta con la liturgia oficial, que
presenta a una población comprometida con un liderazgo incorruptible y
dispuesto a la austeridad por guiar a su rebaño.
Años atrás no había compromisos políticos o
espectaculares desfiles. El pueblo carecía de suntuosidades y las
necesidades materiales no eran pocas, pero había un código de
conducta social y rechazo al que lo inflingiera. Prevalecía el precepto: "Pobre,
pero honrado".
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