Washington en La Habana
Ricardo González Alfonso
LA HABANA, noviembre - El título no es un disparate histórico
o geográfico, sino la realidad paradójica de un Estado ab(z)urdo
por negarse a ser de Derecho.
George Washington en sus 67 años nunca visitó la Villa de San
Cristóbal de La Habana. Por otra parte, las latitudes de ambas ciudades
son bien distantes. Sin dudas, la similitud más notoria entre las dos
urbes son sus capitolios; pero, desde hace décadas, la semejanza sólo
es arquitectónica, no funcional.
En fin, no escribo sobre un viaje de ficción ni sobre una insólita
yuxtaposición de una capital en otra. Aunque, eso sí, se trata de
un asunto capital; o, si se prefiere, de capitales.
Jaime de Aldeaseca, en su etapa clerical, impartía en Cuba por el año
60 unas conferencias por televisión, que después editó en
un libro: "Mientras el Mundo Gira". Uno de los capítulos se
titulaba $$$$$$$$$. Y comenzaba (cito de memoria): "No tiene palabras, ¡pero
cómo dice!" Y Aldeaseca llegaba a la feliz conclusión que lo
malo no era tener dinero, sino que el dinero lo tenga a uno.
Años después, en el 1994, vi en un Nuevo Herald varias
caricaturas del humorista cubano René de la Nuez (Ñico). En una de
ellas llegaba a un hotel un billete con la imagen de Martí, sostenido por
un cuerpecito de pocos trazos. El carpetero le decía al Apóstol: "Lo
siento, usted no puede entrar aquí".
Y así es. En los hoteles de lujo no se acepta la moneda cubana ni a
los cubanos, a pesar de que la Constitución vigente declara en su Preámbulo:
"Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de
los cubanos a la dignidad plena del hombre", que es, por cierto, un
pensamiento de José Martí, el mismo de la caricatura.
Esa práctica discriminatoria, lesiva a la dignidad patria, viola la
letra y el espíritu del Artículo 43 de la referida Ley de leyes; y
aunque esa transgresión tuvo numerosos antecedentes, se oficializó
en el verano del 93 con la llamada "despenalización del dólar".
La moneda norteamericana antes de la reinvolución del 59 (sic.) valía
igual, cuando no estaba por debajo, que el peso cubano. De modo que lo mismo
daba el níquel del búfalo que el de la estrella. Ahora, en cambio,
se cotizan 21 Martí por un Washington.
La experiencia demuestra que no sólo las paradojas existen, sino que
se multiplican como dos espejos frente a frente. Hoy Cuba mira más que
nunca al Norte; tanto, que ya estamos a punto de sufrir una tortícolis
nacional. El gobierno, para organizar insultos masivos; el pueblo, para recibir
remesas para las mesas.
De modo que la moneda enemiga es la amiga. Sin embargo, en los discursos
oficiales se condena al bloqueo norteamericano con el mismo entusiasmo con que
se niegan a comprar medicinas y alimentos en los Estados Unidos, en nombre de
una dignidad criolla de exportación.
Antes de nuestra ira (lo digo porque los ideólogos del patio
transformaron nuestra idiosincrasia cordial en iracunda), la situación no
era perfecta, pero tampoco peor. Al menos en los billetes, como en la geografía,
Washington estaba en Washington y La Habana en La Habana.
Por eso critico a este Estado ab(z)urdo que se niega a ser de Derecho.Lo
hago con la misma decisión que si optara por ser de derecha. Yo aspiro a
una nación donde el dinero no tenga a los cubanos, sino que nosotros lo
poseamos a él; y, sobre todo, donde ningún carpetero pueda
expulsar de un hotel a José Martí.
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