Belkis Cuza Male. Publicado el jueves, 2 de noviembre de
2000 en El Nuevo Herald
Parte 2
El 20 de marzo de 1971, cuando no eran aún las siete de la mañana,
tocaron a mi puerta. Acosada por el miedo, quise saber quién era. "Telegrama'',
me respondió una voz al otro lado. Corrí a informarle a Heberto,
que aún estaba en cama. "Diles que lo tiren por debajo de la
puerta'', me respondió. "Dice que tengo que firmar'', regresé
al instante con la nueva respuesta. "No abras, que tumben la puerta''.
Pero, aterrada, intuyendo que con cada minuto que pasaba poníamos
nuestras vidas en peligro, fui y abrí. Tras casi aplastarme contra la
puerta, al negro alto y corpulento le siguieron por lo menos doce personas.
Venían armados con pistolas y hasta ametralladoras y la mayoría
corría a la habitación, como fieras que buscaran su presa. Minutos
después contemplé cómo, custodiado por seis hombres
armados, como si se tratase de un peligroso criminal, se llevaban a Heberto y
quedaba yo a mansalva de cinco o seis matones, que comenzaron a lanzar los
libros y a romper cuadros y cuanto les pareció sospechoso. Buscaban el
manuscrito de la novela En mi jardín pastan los héroes, pues temían
que el escritor chileno Jorge Edwards la hubiese sacado del país. En poco
segundos, el verdadero rostro del poder revolucionario había entrado como
un ciclón por la puerta y pisoteado nuestra condición humana.
Luego, cuando comenzaron a cerrar las ventanas y a decir que tenía que
acompañarlos a firmar unos papeles, supe que yo también estaba
detenida. Apenas la noche anterior, Heberto había visitado en el hotel
Riviera a Zaverio Tuttino, corresponsal del periódico comunista italiano
L'UNITA, quien se despedía tras una larga estancia en Cuba.
Sabiéndose vigilado y seguido adonde quiera que iba, como medida de
seguridad me llamó ese noche desde un teléfono público, y a
su regreso me comentó que allí se encontraba también el
escritor Norberto Fuentes. Había estado en casa esa misma mañana,
en una larga y extraña visita llena de interrogantes que aún
recuerdo, pues no era amigo de Heberto, ni nunca antes nos había
visitado. Hoy, a la luz de los años, uno puede releer la "famosa''
autocrítica de Heberto Padilla y encontrar las claves que llevarían
a descubrir entre líneas la verdad de lo acontecido.
Por ejemplo, vemos cómo es el propio Heberto quien nos dice de
Norberto Fuentes: "Y yo recuerdo que justamente estuvimos un día
antes de mi detención juntos, hablando siempre sobre temas en que la
Seguridad aparecía como gente que nos iba a devorar''. Fue también
el autor de Condenados de Condado quien precisamente intentó darle
verosimilitud a la farsa, al levantarse y refutar a Heberto. Todos los presentes
sospechaban que, tanto Heberto como cada uno de los escritores por él
mencionados, no hacíamos más que seguir la pautas del libreto
asignado por la Seguridad del Estado, allí presente aquella noche llena
de policías que iban de un sitio a otro del salón. Heberto no acusó
a nadie, no "se embarró'', como afirma groseramente Norberto Fuentes
en ese artículo que se apresuró a escribir y publicar ahora en
España, aún insepulto su cadáver.
El estigma de cobarde y delator de sus compañeros --y hasta de mí,
su propia esposa-- fue la segunda parte del programa macabro ideado por Fidel
Castro como escarmiento a la voluntad de independencia de un poeta. No cesaban
los agentes castristas de utilizar todos los medios a su disposición para
calumniar e intentar "embarrar'' al autor de Fuera del juego. A partir de
entonces, confinado a un estatus de no persona, bajo un mal disimulado arresto
domiciliario, haciendo traducciones desde casa, sin amigos --pues todos nos habían
abandonado, salvo Pablo Armando Fernández, César López y
Manuel Díaz Martínez--, estaba claro que en lo adelante la
literatura cubana, tras la arremetida de Castro contra los intelectuales
izquierdistas que se atrevieron a escribirle dos cartas en contra de la represión
y la abominable autocrítica, no podría más que repetir
consignas y cantar loas al tirano.
Yo, que participé en aquella autocrítica, que dije también
--no sin temor-- la parte del papel que me correspondía, sé que
Heberto no sólo no denunció a ningún escritor, sino que
avisó a cada uno de ellos de lo que iba a suceder. Y, en cambio, ese acto
de obligada autodegradación fue el boomerang que no esperaba Fidel
Castro. En lo adelante, el caso Padilla lo perseguiría eternamente --y lo
continuará persiguiendo--, como ese búho que dicen aletea siempre
en la tumba de otro poeta, Plácido, a quien el escarnio y la calumnia no
lograron borrar del corazón de los cubanos, porque hay un "Ser de
inmensa bondad'' que todo lo ve, que todo lo sabe. |