"Hacer política": ¿un
arte diabólico?
Tania Díaz Castro
LA HABANA, noviembre - Para "hacer política", entre
comillas, es necesario disponer de una buena dosis de inteligencia, astucia y,
sobre todo, de amor al poder. Se "hace política" por dos
causas. La primera, para alcanzar el poder. Y la segunda, para perpetuarse en él.
Los buenos políticos que aspiran a ser totalitarios deben poseer el
arte de impresionar, tanto como un actor de cine o de televisión, sólo
que este actor político no puede cambiar de cara o ponerse una careta en
los momentos más difíciles de su retórica. Además,
debe ser un buen manipulador de las masas. Esta es la clave para perpetuarse en
el poder. Este es el que más actúa, el que más necesita
tener una cara de cemento o de concreto. O mejor, cara de adoquín, con
ansias de jonronero.
Son los mejores para montar teatros en zonas urbanas o a campo abierto. El
guión siempre es el mismo, y siempre el mismo repertorio. Hasta apelar a
lágrimas maternas es válido, siempre que se logre una escena
imborrable. En este caso la acción es impredecible y la madre puede
terminar de rodillas ante el político dando gracias por su esperanza.
Por eso dicen que la política es un arte, porque todo político,
además de actuar, se mira al espejo y vive convencido de que todo lo que
hace está bien. Al totalitario, por ejemplo, no hay quien pueda señalarle
un error o un defecto. En ese sentido nadie quiere ponerle el cascabel al león.
Me considero entre los espectadores que se percatan cuando los políticos
totalitarios, al cabo de varias horas, se ven hastiados ante las manifestaciones
multitudinarias que ellos mismos organizan y financian. Un ligero rictus y ¡zas!,
no es necesario un psicólogo para darse cuenta. También nos damos
cuenta cuando algo los hace salir del paso porque un periodista le formula una
pregunta comprometedora, que no esperaban, cuando miran con desdén al
vulgo o rebaño que grita, pero sobre todo, cuando se pasan de hábiles
o pícaros y mienten.
Hay una gama de políticos muy diversa. El que mejor cae, sobre todo a
los latinos, es el busca pleitos. Ese está fuera de serie, pues por lo
general los políticos tratan de ser pacientes, mesurados, conciliadores,
generosos, honorables y hasta temerarios, cuando se paran en un escenario a
expensas de que les vuelen la tapa de los sesos con una bala de verdad.
Desde mucho antes del siglo XV, cuando Maquiavelo exaltó la razón
del Estado, ya se conocían una serie de destrezas en el arte de "hacer
política". Por ejemplo, hay una palabra que se repite hasta el
cansancio: unidad. No para la oposición, claro, si es que ésta
existe de forma legal. Para la oposición se emplea la policía política,
encargada precisamente de desunir con sus malabarismos y subterfugios. Esto no
puede fallar. Si falla, al político el poder le dura lo que una pompa de
jabón.
En fin, que para "hacer política" hace falta un vocabulario
no tan extenso y siempre el mismo. Hay pueblos que esto lo conocen bien y tienen
vista de águila para interpretarlo, aunque como bien señalara el
escritor Michael Novak, "la sumisión a la tiranía es la
condición más frecuente de la especie humana". Esto lo saben
bien algunos políticos que sólo tienen como fin morirse en el
poder.
Para concluir, podría decir que estoy harta de los políticos
totalitarios, que me hago eco de aquellas palabras que con tanto acierto expresó
la poetisa cubana María Elena Cruz Varela antes de partir al exilio. Dijo
ella que prefería morir de poesía que morir de política. Y
tenía razón.
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