CUBANET .INDEPENDIENTE

2 de noviembre, 2000


Aipiquingli

Manuel Váquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, noviembre - Yo tengo una inmejorable suerte para la mala suerte. Siempre he pensado que soy capaz de caerme de espalda y romperme la nariz. A los seis meses de nacido sufrí mi primer intento de suicidio. Sin explicarse cómo, a esa edad, me madre me halló debajo de la cuna. A los cinco años resbalé desde encima de una mesa y se me torció un ojo para siempre. De ahí en adelante gané fama de belicoso porque, ¿quién no riñe con eso de que le canten: Bizco, bizcocho, /huevo sin sal; /si miras derecho, /te doy un real?

Y si de mala suerte se habla, ni qué hablar hay. En mi casa todo el mundo habla perfectamente el inglés. Yo no. Mi mala estrella quiso que no lo aprendiera como se debe, y a tiempo. A Fidel Castro se le ocurrió ganar una guerra y declararse enemigo de Estados Unidos y prohibir todo lo que tuviera que ver con ese país y hasta con esa lengua porque era "el idioma enemigo". Mis hermanas mayores lo habían aprendido en la escuela de las monjas, mi hermano mayor lo estudió con Los Maristas. A mí vino a tocarme "la depuración de los gusanos de las filas de la enseñanza para el pueblo" y no pude tener un profesor que me lo explicara correctamente.

Cuando arribé a la Secundaria ya no alcancé a Emilio Salgado, que tenía fama de haber estudiado en Oxford. Tampoco estaba Martica Buñuel, que según se decía había sido educada por una nodriza inglesa. A mí me tocó Paco Sandoval, un carpintero que según se contaba su único contacto con el idioma inglés era haber sido recolector de plátanos de la Fruit Company allá por la zona de Guantánamo.

Con semejante profesor de inglés tuve que cargar. Para entonces Martica Buñuel se ganaba el sustento impartiendo lecciones particulares, mientras esperaba su visa, pero asistir a su casa era muy comprometedor a los ojos, siempre alertas, de la vanguardia revolucionaria. Paco era Miliciano, Cederista, Combatiente de Girón y había participado en la lucha clandestina contra Batista. No tenía la más puñetera idea del idioma ni de la pedagogía pero era un revolucionario cabal. Luis Ferrales, por esa época Director Regional de Educación, lo descubrió chapurreando inglés con un pichón de jamaicano que asistía todas las tardes, arrastrado por la nostalgia de su lengua materna, a la carpintería de Sandoval. Ahí mismo Luis le propuso la importante tarea de reemplazar a los gusanos que habían sido expulsados de la cátedra. Paco Sandoval aceptó por principios y convicción revolucionaria.

El primer día de clases Paco rompió catorce tizas contra el pizarrón y despotricó mal humorado delante de todos como si estuviera injuriando a un indócil bolo de madera. ¿Qué más se le podía pedir? Las hembras se sonrojaron y los varones nos reímos. Pero un revolucionario se crece ante las dificultades y no se tenía muy en cuenta que Sandoval dijera obscenidades en el aula o pronunciara yelon por jeleu, lo verdaderamente importante era que nosotros, "la arcilla fundamental de la revolución", supiéramos que eso significaba amarillo.

Con Paco Sandoval transitamos séptimo, octavo y noveno grados. Los Beatles ascendían a la cúspide de la fama pero nosotros no podíamos oirlos. Eso era un crimen ideológico. Rolling Stones competían a brazo partido con los chicos de Liverpol, pero tampoco podíamos escucharlos so pena de cometer herejía contra "los sagrados deberes de un joven revolucionario". Tuvimos que conformarnos con la pronunciación de Paco.

Ese inglés de barracón guantanamero en los campos de la Fruit Company nos acompañó hasta el Preuniversitario. Allí el estudio de idioma era optativo y resultaba de muy buen ver seleccionar el ruso. A fin de cuentas era la lengua de nuestros hermanos soviéticos y saber decir aunque fuera nietparimayo podía acercarnos a una bequita en Bielorusia y conocer, por fin, la nieve.

Al llegar a la Universidad no sabíamos inglés ni ruso y el español era un enardecido turbión de consignas indispensables para la buena comunicación socialista. Así nos graduamos de ingenieros, de médicos, de arquitectos y hasta de filólogos.

El inglés era tan mal visto y, supuestamente, tan innecesario que nunca lo tomamos en serio. Pero al tiempo es un bicho voraz y sin tendencia política. Pasó como acostumbra, indetenible, sordo y constante. Los que no aprendimos inglés, como se espera de un niño aplicado, hoy estamos en un gran aprieto. Con el auge del turismo, las empresas mixtas, el jineterismo y el sueño de la emigración nos hemos convertido en marginados. Donde quiera que usted llega lo primero que le preguntan, mirándole a la ropita que trae puesta, es: "Do you speak english?"

Y uno, por muy audaz que sea, o por muy desesperado que esté, no se va a aparecer con aquella frasecita que nos enseñara, con todo el amor, toda la torpeza y toda la convicción revolucionaria Paco Sandoval: "Yes, aipiquingli".


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