Aipiquingli
Manuel Váquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre - Yo tengo una inmejorable suerte para la mala suerte.
Siempre he pensado que soy capaz de caerme de espalda y romperme la nariz. A los
seis meses de nacido sufrí mi primer intento de suicidio. Sin explicarse
cómo, a esa edad, me madre me halló debajo de la cuna. A los cinco
años resbalé desde encima de una mesa y se me torció un ojo
para siempre. De ahí en adelante gané fama de belicoso porque, ¿quién
no riñe con eso de que le canten: Bizco, bizcocho, /huevo sin sal; /si
miras derecho, /te doy un real?
Y si de mala suerte se habla, ni qué hablar hay. En mi casa todo el
mundo habla perfectamente el inglés. Yo no. Mi mala estrella quiso que no
lo aprendiera como se debe, y a tiempo. A Fidel Castro se le ocurrió
ganar una guerra y declararse enemigo de Estados Unidos y prohibir todo lo que
tuviera que ver con ese país y hasta con esa lengua porque era "el
idioma enemigo". Mis hermanas mayores lo habían aprendido en la
escuela de las monjas, mi hermano mayor lo estudió con Los Maristas. A mí
vino a tocarme "la depuración de los gusanos de las filas de la enseñanza
para el pueblo" y no pude tener un profesor que me lo explicara
correctamente.
Cuando arribé a la Secundaria ya no alcancé a Emilio Salgado,
que tenía fama de haber estudiado en Oxford. Tampoco estaba Martica Buñuel,
que según se decía había sido educada por una nodriza
inglesa. A mí me tocó Paco Sandoval, un carpintero que según
se contaba su único contacto con el idioma inglés era haber sido
recolector de plátanos de la Fruit Company allá por la zona de
Guantánamo.
Con semejante profesor de inglés tuve que cargar. Para entonces
Martica Buñuel se ganaba el sustento impartiendo lecciones particulares,
mientras esperaba su visa, pero asistir a su casa era muy comprometedor a los
ojos, siempre alertas, de la vanguardia revolucionaria. Paco era Miliciano,
Cederista, Combatiente de Girón y había participado en la lucha
clandestina contra Batista. No tenía la más puñetera idea
del idioma ni de la pedagogía pero era un revolucionario cabal. Luis
Ferrales, por esa época Director Regional de Educación, lo
descubrió chapurreando inglés con un pichón de jamaicano
que asistía todas las tardes, arrastrado por la nostalgia de su lengua
materna, a la carpintería de Sandoval. Ahí mismo Luis le propuso
la importante tarea de reemplazar a los gusanos que habían sido
expulsados de la cátedra. Paco Sandoval aceptó por principios y
convicción revolucionaria.
El primer día de clases Paco rompió catorce tizas contra el
pizarrón y despotricó mal humorado delante de todos como si
estuviera injuriando a un indócil bolo de madera. ¿Qué más
se le podía pedir? Las hembras se sonrojaron y los varones nos reímos.
Pero un revolucionario se crece ante las dificultades y no se tenía muy
en cuenta que Sandoval dijera obscenidades en el aula o pronunciara yelon por
jeleu, lo verdaderamente importante era que nosotros, "la arcilla
fundamental de la revolución", supiéramos que eso significaba
amarillo.
Con Paco Sandoval transitamos séptimo, octavo y noveno grados. Los
Beatles ascendían a la cúspide de la fama pero nosotros no podíamos
oirlos. Eso era un crimen ideológico. Rolling Stones competían a
brazo partido con los chicos de Liverpol, pero tampoco podíamos
escucharlos so pena de cometer herejía contra "los sagrados deberes
de un joven revolucionario". Tuvimos que conformarnos con la pronunciación
de Paco.
Ese inglés de barracón guantanamero en los campos de la Fruit
Company nos acompañó hasta el Preuniversitario. Allí el
estudio de idioma era optativo y resultaba de muy buen ver seleccionar el ruso.
A fin de cuentas era la lengua de nuestros hermanos soviéticos y saber
decir aunque fuera nietparimayo podía acercarnos a una bequita en
Bielorusia y conocer, por fin, la nieve.
Al llegar a la Universidad no sabíamos inglés ni ruso y el
español era un enardecido turbión de consignas indispensables para
la buena comunicación socialista. Así nos graduamos de ingenieros,
de médicos, de arquitectos y hasta de filólogos.
El inglés era tan mal visto y, supuestamente, tan innecesario que
nunca lo tomamos en serio. Pero al tiempo es un bicho voraz y sin tendencia política.
Pasó como acostumbra, indetenible, sordo y constante. Los que no
aprendimos inglés, como se espera de un niño aplicado, hoy estamos
en un gran aprieto. Con el auge del turismo, las empresas mixtas, el jineterismo
y el sueño de la emigración nos hemos convertido en marginados.
Donde quiera que usted llega lo primero que le preguntan, mirándole a la
ropita que trae puesta, es: "Do you speak english?"
Y uno, por muy audaz que sea, o por muy desesperado que esté, no se
va a aparecer con aquella frasecita que nos enseñara, con todo el amor,
toda la torpeza y toda la convicción revolucionaria Paco Sandoval: "Yes,
aipiquingli".
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