Así paga el Diablo: otro médico en apuros
Juan González, periodista independiente
LA HABANA, mayo - En una de las mesas redondas de principios de este mes se produjo un incidente que tipifica la relación entre el hombre y el poder en la Cuba de hoy. Esta desigual y enfermiza relación, teñida de un autoritarismo vicioso, quedó grabada en cada
telespectador y fue más elocuente que cualquier creación elaborada por el más hábil de los comunicadores.
El detonante fue la exposición de un destacado profesional, doctor en Ciencias Médicas Pediátricas, citado para disertar sobre los efectos medicamentosos de los fármacos retenidos por la aduana estadounidense a la enviada del gobierno de La Habana, doctora Ponce de León.
Este calificado profesional, capaz y de reconocida competencia, fue interrumpido de forma brusca en su intervención, según fuentes cercanas a los medios, por extenderse más allá de lo conveniente sobre "molestas" especificaciones de los fármacos
objeto de análisis, y por haber hecho mención de seguir el ritmo de avances científicos de sus colegas estadounidenses.
La teleaudiencia asistió involuntariamente al lamentable espectáculo de un hombre, con plata en las sienes, acosado, abrumado, limitado en su exposición, conminado a callar y humillado en muchas formas.
Meditando sobre la suerte aciaga de este médico comprendí cuánto debe el pueblo de Cuba a sus médicos y enfermeras, estén donde estén y ocupen la posición que ocupen.
Entre cielo y tierra pocas cosas consiguen mantenerse ocultas, y viene a la memoria el incidente -verídico o no- de aquel médico que interpeló con valor al poder para decir que las neuropatías que hirieron al pueblo de Cuba, lo hicieron porque teníamos hambre.
O de los médicos que no aplicaron electroterapia a objetores de conciencia en instalaciones psiquiátricas, o que, como el médico de Lawton, cambió recetas y fórmulas por manifiestos y declaraciones contra la pena de muerte, el aborto y por los derechos de
todos, o del que dejó a un lado su estetoscopio y su esfigmo y los cambió por la agenda y la grabadora de la prensa independiente, o de los que ponen su pericia y habilidad en función de resolver una "dieta" para alguien que la necesita mucho, o para que la niña
escape de la escuela al campo.
Entre la vida y la libertad existen infinitos atajos y vasos comunicantes secretos y mágicos. Para quienes juran consagrarse a la preservación de la vida es fácil que, sin percatarse de ello, se vean involucrados en la defensa de la libertad, que es a fin de cuentas, la
forma hermosa que da sentido a la vida.
Al profesional juramentado a preservar la vida que, por azares aciagos e inexorables le toca servir a un poder totalitario que consagra como una de sus alternativas reales la muerte, y que en el servicio a ese poder no es considerado, respetado u ofendido en su decoro, nuestra compasión más
sincera. Porque, como sabiamente expresara Martí, quien le quita a los hombres su libertad le quita a los hombres su decoro.
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