Mendigos de información; marginales de la actualidad
Lázaro Raúl González (El guajiro de Herradura), CPI
HERRADURA, mayo - El pasado mes me prestaron dos números de la revista de divulgación científica National Geographic, editada en español. Los dos ejemplares del magazine, ambos de fines del año pasado, llegaron a mis manos penosamente deteriorados, pues según
cálculo que hemos realizado, cada uno de ellos podría haber sido leído completo por lo menos por 150 personas, y hojeado o consultado por muchas más.
Tal es la sed de lectura que hay por acá, especialmente de novedades extranjeras -aún cuando éstas sean del año pasado- que el muchacho que me las prestó me concedió sólo 24 horas para mi turno, de modo que tuve que apretar duro ese día
para, a expensas de la lucha diaria por la sobrevivencia, terminar con la lectura de ambas a las 2 de la mañana. Somnoliento, sí, pero oxigenado con el baño de novedades e información recibido.
No sé cómo serán los casos de Filipinas o Nepal, pero en Cuba la carestía de información, y la consiguiente sed de ella, es un fenómeno crónico e intelectualmente degradante, que cubre con su sombra medieval el territorio nacional. Y lo demuestra
de manera contundente el hecho que acabo de mencionar respecto a la National, acontecido no en la capital del país, de la provincial, ni siquiera en la cabecera municipal, sino en el sito donde vivo: un humilde poblacho de campo, supuestamente lleno sólo de guajiros. Allí
subyace, sin embargo, un profundo anhelo de cultura.
La referida anécdota acerca de los ejemplares de la National Geographic, llegados a Cuba por vía contrabando, no es más que un ejemplo de la cerrazón cultural que padecemos, y de la lucha que libra la gente por integrarse a los tiempos que corren.
El hecho es que los cubanos, en su mayoría, son víctimas de un maremagno de legislaciones -extranjeras, como el embargo americano, y principalmente nacionales-, que impiden al país acercarse a la información.
El gobierno cubano hace todo lo posible por impedir el acceso de nuestros nacionales a cualquier tipo de ediciones extranjeras.
Hora es ya de que se le refresque la mollera a quienes tanta claustrofobia sudan. Que los españoles lean la prensa de los argentinos, y éstos la uruguaya es un hecho común. Tal práctica no es sólo un ejercicio intelectual imprescindible, sino un derecho
espiritual, también de urgente satisfacción, para nosotros los cubanos.
La maraña legal que por fundamentalismo ideológico y político no nos permite el libre acceso a la prensa extranjera, posibilita que conozcamos algunos de los problemas del mundo, pero impide que nos enteremos de lo que en última instancia despierta un mayor interés
antropológico: el debate público que generan los berrinches de ultramar y una búsqueda incesante de soluciones.
Leyendo National pude enterarme de cómo se lucha en el mundo por proteger al manatí en la costa mexicana, y a los guepardos en el sur de África. En el número de diciembre de 1999 aparece un largo artículo dedicado a los hermanos Grimm, legendarios escritores de
cuentos ¿para niños?, y se abordó asimismo la obra de José Martí.
Y llego a una conclusión: si National Geographic Magazine se dedica a divulgar tópicos de naturaleza científica, y por ende, consustanciales al cubano moderno, ¿quién y por qué nos priva de su lectura? ¿Será acaso para preservarnos de algún
indefinido tipo de contaminación?
Con independencia de cuál es su objetivo, los censores de tales lecturas nos convierten en marginales de la información que circula de arriba abajo por todo el mundo.
Esta información ha sido transmitida por teléfono, ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a Internet.
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