¿Qué será de otras Aidas?
Lázaro Echemendía, Cuba Press
LA HABANA, mayo - Veinte y cuatro horas después del desalojo de Vieques, Aida Trujillo ya estaba preparada.
Abrió la puerta. Se había levantado mucho antes; ahora eran apenas las ocho, pero por el rostro de la comitiva supo que para ella era la hora cero.
El primero ya lo conocía de memoria: Guillermo Castro, director de Vivienda. Detrás, en orden marcial, el jefe de la Policía y otros tres gendarmes. También un abogado. Por último los choferes del camión de comunales, ella no los vio, convocados para
una misión -sólo eso le dijeron. Tampoco vio al médico.
Tuvo a su hijo en aquella casa; calle Armando Machado #34. Vivieron allí hasta que se separó de Fernando. Después regresó a Cienfuegos. Fernando se fue a USA y su madre, loca de soledad, clamó por su nieto. Hace un año les pidió que regresaran.
Después ella también se fue a USA y ya no regresó. Aida Trujillo y su niño quedaron allí.
"Ya se te ha dicho mil veces -dijo el director de Vivienda- tú sabes que tienes que irte. Esta casa no te pertenece, el dueño se fue".
Aida se defendió: "Los dueños son el padre y la abuela de mi hijo. ¿Quién puede tener más derecho que él?"
Lector, debí prevenirte. "Dueño" aquí es una mala palabra. Tu casa no la puedes vender ni regalar. Tu casa no es tuya. Si te vas al Norte, al Sur, si te vas y tu hermano está sin techo; se la "donas" al Estado o no podrás ir. Tu carro, tu
televisor... ¡si es que hasta tú no eres tuyo!
El jefe de la Policía prescindió de palabras. Un ademán suyo y entraron. Con la embestida, Aida Trujillo salió proyectada. Se repuso después que un gendarme cargaba una mesa. "¡Abusadores -gritó- hacen esto porque soy una mujer, pero de aquí
no van a sacar nada, me van a tener que matar!" Y se dispuso a validar sus palabras.
Afuera, los vecinos se congregaban.
Se asió del brazo del policía, en vano éste intentó zafarse. El público crecía, venido ahora de todas partes.
Una mujer se batía.
El "agredido", soltando la mesa se aprestó a reducirla; le inmovilizó los brazos, ganó su espalda y anilló uno suyo en el cuello de la mujer. El otro brazo le quedó libre, ella aprovechó y lo mordió.
Toda una escuadra se lanzó contra su escasa anatomía. Fernandito, con sus puños de ocho años, golpeaba a un gendarme en la espalda. "Suelten a mí mamá" -gritaba, acaso tan fuerte como un "devuelvan a Elián" de todos los días
en clases. Como el "devuelvan a Elián" de su madre. Aida Trujillo es maestra.
Los agentes resolvieron demostrar al INS como es que se hace.
La sacaron por la fuerza -evocando acaso a Marisleysis-, no en balde trajeron un médico. Aida Trujillo, abusada, toda amoratada, viendo la tremenda multitud, gritó: "¡Un hombre, por favor, un hombre que me ayude, coño!"
Cientos vieron cuando la metieron en el carro; cuando Fernandito, poco menos que volando, le hizo compañía. Cuando cargaron con todo, cuando abarrotaron el camión con sus pertenencias, cuando averiaron el refrigerador.
Cerraron y se fueron.
Por la noche volvió, sólo que esta vez arrastrando un pie, su dedo enyesado, fracturado, y sus hematomas en el cuerpo.
Tenía escondida otra llave. Dice que no se va, acabo de verla.
Vieques fue visto por el mundo. Cámaras, satélites, cable TV. El desalojo de pacíficos protestantes, apenas rozados y encienden al mundo con que han sido maltratados.
De Aida Trujillo hemos sabido gracias a que en su pueblo hay una "anomalía", algo que en Cuba esta considerado una rareza: un periodista independiente. ¿Qué será de otras Aidas?
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