CUBANET ...INDEPENDIENTE

18 de mayo, 2000



En nombre de la igualdad

Lucas Garve, CPI

LA HABANA, mayo - Una de las situaciones más estresantes en la vida de cualquier cubano(a) a partir de la adolescencia es la de comprar lo poco que se vende por la tarjeta de racionamiento.

Es imprescindible estar atento a "lo que vino a la bodega o al Mínimas" para no perder la oportunidad de comprar los artículos. Y son artículos de primera necesidad... ¡A correr!

- Mercedes, ¡llegó la carne!

- Alfonso, ¡vino el pescado en lata!

- Oye, ¿cogiste el pan?

Son frases cuya frecuencia de uso es muy alta en Cuba desde hace casi cuatro decenios.

En una ocasión, un extranjero me preguntó la causa de que los cubanos vivan con el "síndrome de la comida".

- Chico, porque se acaba. Fue la única respuesta que tuve a la mano para ofrecerle de inmediato.

Además, si no se acaba, se puede vencer el período de compra. La parte maquiavélica del asunto. Porque si no acudes en el plazo de tiempo asignado (¿por quién?), no te lo venden. "Y el premio cayó en Hacienda", como decía mi abuela.

El sistema de distribución de artículos de primera necesidad, presentado por el gobierno cubano como el "derecho a la alimentación del pueblo", esconde en su interior la inagotable fuente del mercado negro.

Por ejemplo, no pude ir a tiempo por el galón de alcohol que me corresponde en el mercado 1100 de Mantilla, donde tengo que comprar. Así sea 12 horas después del día fijado como plazo para adquirirlo, no me lo venden.

¿Por qué si queda mi cuota en existencia? Simplemente, el dependiente no lo vende, amparado por el reglamento de distribución, que marca un día de vencimiento. El mismo dependiente que me niega la venta, lo marca y lo coge para la reventa a sus "socios", quienes lo revenden a su vez.

Gracias a ese procedimiento, una botella de alcohol tiene un precio a partir de cinco pesos. El galón de alcohol que no compré no se devuelve. Se desaparece. Pero aparece en el registro de venta como si me lo hubieran vendido.

Así ocurre en todo el sector del comercio. Desde la más desprovista de las bodegas hasta la más surtida de las boutiques. ¡Y en estas últimas la mordida es en dólares!

La necesidad hace parir jimaguas. Los dependientes ganan tan poco que tratan de aumentar su salario del peso del cliente. Una especie de "regla de oro" no escrita, fatalmente determinada por el sistema. Pues, a fin de cuentas, es el sistema quien te empuja a "inventar" para sobrevivir.



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