CUBANET... INTERNACIONAL

Mayo 11, 2000



Bandera de peligro

Vicente. Publicado el jueves, 11 de mayo de 2000 en El Nuevo Herald

En días atrás --en medio de la crisis por el caso de Elián González--, la bandera de Cuba alcanzó de pronto una súbita popularidad: los noticieros de este país la mostraban constantemente: flameando frente a casa de los González en La Pequeña Habana, agitada por manifestantes en Estados Unidos y en Cuba; estilizada como símbolo para servirle de fondo al comentarista de un noticiero, o para ilustrar una publicación. En un país donde la gente casi llega a presumir de su ignorancia sobre la historia de otros pueblos, deben ser muchos millones los que ahora puedan identificar los colores de la enseña de Cuba (en cuyo diseño se inspira la de Puerto Rico): las franjas blancas y azul turquí; el triángulo rojo sobre el que campea una sola estrella.

Hoy, 11 de mayo, se cumplen 150 años de que esta bandera ondeara por primera vez; aunque no en Cuba, como muchos podrían creer, sino aquí, en Estados Unidos, en la ciudad de Nueva York, en un edificio que se alzaba en la esquina de las calles Fulton y Nassau, de lo que ahora se conoce como Lower Manhattan y que, en 1850, era aún el centro de una ciudad que ya se iba extendiendo hacia el norte.

Para esa fecha, había habido exiliados cubanos en Estados Unidos por más de una generación. Pioneros de ese exilio habían sido el poeta José María Heredia y el padre Félix Varela, que había ejercido su ministerio entre los irlandeses pobres de Manhattan. En Nueva York vivía Cirilo Villaverde y, desde su destierro, había evocado La Habana de 1830 en esa novela inolvidable que es Cecilia Valdés. A Estados Unidos, y a Nueva York en particular, iban llegando otros emigrados que lograban escapar a la represión que España había impuesto en Cuba (al otorgarles facultades omnímodas a los gobernadores de la isla) desde hacía más de una década. Entre esos exiliados estaban el poeta Miguel de Teurbe Tolón y el general venezolano Narciso López.

López había sido el líder de un movimiento separatista (la llamada Conspiración de la Mina de la Rosa Cubana) que se gestó en Manicaragua, en el corazón de la Sierra del Escambray, y que terminó, en 1848, como otras muchas intentonas de este tipo, en fracaso. Un año después, López andaba por Estados Unidos reclutando soldados para volver a Cuba. En una casa de huéspedes de la calle Warren, en Nueva York, donde vivía Teurbe Tolón, los conspiradores coincidieron un día de junio de 1849 y entre López y el poeta confeccionaron una bandera que, a semejanza de la de Texas, tendría una estrella solitaria.

Esa sería la bandera que López llevaría en su primera expedición a Cuba en mayo de 1850 y que, en solidaridad, ondearía del 11 al 25 de ese mes en el edificio del periódico The Sun, en Nueva York, y en el del The Delta, en Nueva Orleáns, y que se izaría brevemente en la ciudad de Cárdenas el día 19 antes de que los expedicionarios reembarcaran para los Estados Unidos. En 1851, la bandera acompañaría de nuevo a López en una segunda y última intentona (que terminó con su ejecución) al tiempo que sería el estandarte de otros sublevados, en Trinidad y en Camagüey, cuyos líderes también acabaron ejecutados. El rojo de la bandera se estrenaba como símbolo de la sangre del martirio. A partir de entonces, mártires habría muchos.

Poco más de medio siglo de aquel comienzo, el 20 de mayo de 1902, la bandera de Cuba se convertía en el pabellón de una república independiente; y el símbolo diseñado en la intimidad de un hogar cubano en Nueva York tremolaba como la identidad soberana de todo un pueblo. Parecía que al fin habíamos llegado. Pero en la república que comenzara con tan buenos auspicios, el ideal de la nación se fue debilitando hasta ser suplantado por el orden totalitario que Cuba padece desde hace cuatro décadas y que compromete seriamente ya esa identidad que la bandera representa; pues bajo el mismo pabellón se enaltece y se denuncia la opresión, se ensalza y se condena la tiranía, se defiende la libertad o la esclavitud de un niñito inocente. La misma bandera que llevamos en las manos para denunciar el horror con que a diario envilecen a nuestro país, es la que enarbolan los tránsfugas que nos lo secuestran. El riesgo de que un símbolo sujeto a esta duplicidad pierda su carácter sustantivo es muy grande.

La pasión tiene un lugar y mérito; pero una bandera tiene que ser algo más que un trapo de colores que levante las pasiones de un pueblo. Debe ser el símbolo de su jerarquía espiritual, de los valores cívicos a partir de los cuales una nación se funda y se edifica. Si esos valores faltan, la bandera sobra.

© Echerri 2000/El Nuevo Herald

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