Monólogo activo del unicornio encantado
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, mayo - En la semana del 10 al 16 de abril, mientras sesionaba en La Habana la Cumbre Sur-Sur, púsose de moda en los medios de prensa criollos referirse al fenómeno -presuntamente allí acaecido- del diálogo interactivo.
Para muchos cubanos, sin embargo, diálogo interactivo no es un hecho público reconocible, sino más bien un feliz matrimonio lingüístico -mero dueto retórico- totalmente carente de significado en sus vidas. El ejercicio del diálogo interactivo, que
supone el accionar simultáneo y equilibrado de ponentes diversos y opuestos, no constituye un elemento visible en la sociedad cubana actual, en la cual más bien se ejercita el estilo militar de ordeno y mando, en el que unos imperan mientras otros obedecen.
Es un hecho que en nuestra isla no prevalecen los hábitos y mecanismos que propicien el fomento de una cultura del diálogo interactivo. Y es una lástima nacional. Porque hasta hoy es el método que ha demostrado mayor factibilidad y eficacia a la hora de resolver
problemas. ¿Cuántas cisternas de sangre humana y fosas comunes hubiera costado la independencia de la India si al ejercicio del verbo hubiese Gandhi preferido el uso de las armas?
Y no sólo en la India. Dondequiera que se probó, contando con la voluntad de las partes, el diálogo interactivo resolvió los problemas, como en El Salvador y Sudáfrica, o está en camino de resolverlos, como en Irlanda y Palestina.
Sí, señor. Aún cuando para los cubanos sólo tenga remotas resonancias, el diálogo interactivo es un recurso cada día más profusamente utilizado en el mundo por las más diversas instituciones, partidos, gremios, etnias y grupos religiosos,
intentando a través de él resolver sus problemas o, en el peor de los casos, encauzarlos. Porque las aguas contaminadas, ¿dónde se prefieren? ¿En el río desbordado o en el que fluye por su cauce?
El diálogo interactivo es un viejo legado divino -Cristo mismo lo utilizó y recomendó- actualmente redimensionado y convertido en una tendencia moderna. Dondequiera que no se ha intentado, o ha fallado por la intransigencia de las partes, se crisparon los ánimos, se
derramó sangre y... perviven los problemas. Por ahí andan los que han optado por el no diálogo, corroídos por su egocentrismo, enclaustrados en un círculo vicioso, los etarras, los UNITA, los senderistas. Por cierto, nadie les envidia.
Lamentablemente, la prescindencia del diálogo interactivo no es causa sólo de millones de trifulcas domésticas a diario en todo el globo. No disponerse a dialogar ha llevado al hombre a los más atroces cataclismos universales. Prestar oídos sordos a los
argumentos "del otro" condujo expeditamente a la Inquisición y a las dos guerras mundiales, tanto como a la guerra de Kosovo. Cuando colapsa el diálogo, siempre y en cualquier parte se quebrantan los derechos de alguien.
En lo que a la actualidad cubana se refiere, optar por el no diálogo, como hace el oficialismo, es presumir que en este país no hay problemas, que puede prescindirse de las propuestas que otros (que no sean oficialistas) tengan o que estos "otros" no existan, todo lo cual
pueden creerse sólo los propios oficialistas. Estas doctrinas excluyentes y divorciadas de la realidad deberían ser gradualmente sustituidas por los diversos y progresivos estadios de un hecho civilizado: reconocer los derechos del que piensa distinto.
En cuanto a la oposición, hasta hoy ha demostrado una generalizada falta de perspectiva presentando -por demás pálidamente- unas esporádicas y difusas propuestas que ya nadie recuerda. En algún momento las fuerzas de la insurgencia pacífica deberán
comprender y acatar la ley de obediencia a un proyecto común, de origen diverso pero con orientación definida y bajo control cronológico. En la jungla de la represión tirar machetazos al aire, sin plan ni tino retarda demasiado la apertura del camino, permitiendo así,
por la pereza de las neuronas, el desgaste gratuito del músculo del brazo.
Si la oposición pretende ir a un diálogo interactivo con el régimen, deberá antes concentrar y clarificar su mensaje hasta hacerlo extracto puro, publicitándolo tanto y con tal constancia como fuere humanamente posible.
Quizás por esta senda pueda espantarse a quien hasta hoy aquí cualquiera se cree: un unicornio encantado con todo el derecho reservado para un monólogo activo.
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