CUBANET ...INDEPENDIENTE

8 de mayo, 2000



Acerca de Ramón

Lázaro Echemendía, Cuba Press

LA HABANA, - El mío es un pueblo pródigo, lo he dicho siempre. Un pueblo estoicamente hermoso; que para pasmo de otros ha resistido el pueblicidio marxista gracias a la prosperidad cigarrera de otros tiempos, los ingenios, las veinte marcas de zapatos del señor Botana "Juliano, Mademoiselle, Susy Brook...", la tostadora de café "La Diana" número uno de Cuba, el ímpetu de inmigrantes, las exportaciones, el comercio, el progreso.

Una Sodoma inocente que ha soportado la devastación de sus espléndidos salones: del Liceo de la colonia española; el exterminio de la Sociedad Antonio Maceo, que los negros -otrora víctimas de la discriminación racial- añoran; la indigencia de sus tiendas, reminiscencias capitalinas, la orfandad de sus vidrieras; el enjuiciamiento del Tennis Club por desviación ideológica, condenado a cambiar de nombre y al sempiterno saqueo de sus cristales y mobiliario, al desollo de su mayestático prado -único en esta Isla ex-cubierto de granito -"ex", porque un día el granito también hizo falta.

Eran los Trinidad millonarios especialmente queridos, "El Capital" no era best seller todavía.

Comienzo otra vez. Son los Trinidad especialmente queridos, quienes además de trabajo procuraban, entre otros lujos pueblerinos, repetidas actuaciones de Benny Moré, Chano Pozo, Aragón, y aún de la gran Rita Montaner.

Hoy de aquella fiesta sólo encuentro las memorias de Juan Jesús, envidia del Funes borgiano a quien muy pronto dirigiré mis letras.

Quedan también las edificaciones, los muros, bravísimos supervivientes de una orgía destructiva. Firmes -me han pedido ellos que no lo diga- gracias al cemento americano, al glamour arquitectónico, al esplendor capitalista. Salvados así del horror de otros pueblos donde, cual réquiems por el "Tengo" de Guillén, caen techos y nacen restaurantes con el siniestro nombre "Las Ruinas".

Mis muros han resistido el asedio si bien se ven tristes, deslustrados, olvidados, preocupados más por la suerte de los vivos que por la propia.

Y la poesía, el pensamiento, la sabiduría, acaso sea aquí donde se haya ofrecido la más feroz resistencia.

Apostados, Xiomara, Joel, Richard. Azotados. Vivian, una escritora invisible con luz en las manos, mi amigo Ramón...

Su cerebro, su resto anatómico es infame, "asila" a un erudito. Y he escrito "erudito" sin menosprecio semántico.

Para él el mundo es un libro, porque todo cabe en un libro. Sus treinta y seis años los ha escrito leyendo con tal ímpetu que aparenta transitar aún por el prólogo de sus lecturas, acaso excepcionales no en el caudal sino en el precio.

Durante sus estudios secundarios su consuetudinario "yo no entiendo" puso en aprietos a cuanto profesor de marxismo tuvo, y su "yo creo" tenía el don pugilístico de noquearlos o de que lo llamaran a la Dirección y lo "convidaran" a que no preguntara y que por su bien se "tragara sus opiniones".

Así, tuvo que tragar en seco anacronismos químico-literarios dadores de sendas descripciones de "insigne soviético" a Mendeleev y a Dostoievsky. También históricos: Martí "el autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada en 1953". Perversiones geográficas al estilo de "Cuba, un país del bloque del Este". Rusificación del Español tales como "Santiago de Cuba, ciudad héroe" -machismo proletario, como si no existiese la palabra "heroina". Y religiosidad del ateísmo: culto y procesiones a los "Santos" Guevara, Lenin, y a los vivos también. No faltaron las profanaciones, recordemos aquello de "la religión es el opio de los pueblos".

Acontece que con este último el mismísimo Engels sentenció su vida hace más de cien años.

Ramón, muy a pesar de su credo, no es un religioso. Cristo, Mahoma, Zoroastro, no son para él más que acertijos de Minerva. Desde niño ha devorado, con placer casi demónico, cuanta literatura espiritual atrapa.

Corrían los años setenta, a la cabeza las escuelas al campo -consumación del énfasis pedagógico en que el hombre es un animal- y un día, al regresar del trabajo, halló abiertas las maletas, los candados destrozados. "Un ladrón", pensó. Mas luego de revisar, sólo faltaba su Biblia. Quedó estupefacto. Aterrado. Un ladrón así, presagiaba un juez.



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