Luis Aguilar Leon. Publicado el domingo, 30 de abril de 2000 en El Nuevo Herald
En toda tragedia asoman siempre rasgos histriónicos. Hace unos días, por ejemplo, el New York Times publicó un burlón artículo proponiendo a Janet Reno como presidenta de los Estados Unidos. Detrás de la burla se traslucían oscuros sentimientos
que dividen a esta comunidad. Según el autor, el mayor mérito de la señorita Reno es haberle enseñado a ``los extremistas cubanos'' que en esta tierra impera la ley y no la voluntad de unos cuantos mandones.
Parece asombroso que, después de la crítica que Janet Reno ha recibido de profesores y legisladores por su reciente actuación extralegal, aún haya quienes utilicen el abuso de la ley para criticar a los ``extremistas cubanos''. Como si hubieran sido los humildes
que en la casa vivían y no los oficiales de Reno los que quebraron los preceptos legales, utilizando el más antiguo, primitivo y peligroso de los argumentos: la fuerza. Y tal cosa escribe un individuo que no vive en Miami ni vio nunca a cientos de cubanos desfilar sin gritos y con
admirable disciplina.
Esos grupos olvidan que los cubanos aprendieron temprano esa lección. El palo y la prisión son los argumentos ``educadores'' de Fidel Castro para imponer ``su'' ley. De ahí el que los cubanos exiliados sean más sensibles al abuso de la autoridad y al uso de
ilegales métodos de fuerza que aquéllos que han tenido la fortuna de vivir fuera de esas sombrías condiciones y pueden permitirse el lujo de reírse de quienes tuvieron que vivir bajo ese aplastamiento. Ahora bien, esa sensibilidad no autoriza a transformar a Janet
Reno en un símbolo de todas las maldades o una expresión de lo que piensan todos los americanos. Si algo simboliza Janet Reno es la inmensa ignorancia que siguen teniendo los americanos del dictador cubano, para quien, como lo acaba de demostrar criticando duramente al Departamento
de Estado, ninguna concesión es aceptable si le quita un destello de la atención internacional que lo nutre y lo mantiene.
El caso de Elián está cargado de sufrimientos e injusticias, pero no puede ser el cargo definitivo que dañe las relaciones entre cubanos y americanos. Porque aun cuando la responsabilidad de las autoridades sea evitar el abuso, la responsabilidad de toda la comunidad es
estar alerta para denunciar y oponerse al atropello de fuerza dondequiera y contra quienes se apliquen. Ese es el espíritu que mantiene firme los más valiosos principios que sustenta esta nación. Más la vieja lección de la historia de que cuando los abusos de
fuerza no provocan protestas colectivas, o sólo se escucha el aplauso cómplice de los golpeantes, algo anda mal con la ética de esa sociedad. En el caso de Elián, creo que lo menos que debiera haber hecho la autoridad era esperar por el juicio de los tribunales y no
imponerse como si ellos fueran la única autoridad.
De ahí la última contradicción que proyecta la situación actual. Resulta que los que luchan contra el abuso de poder en Miami, y no son sólo los cubanos, están más cerca de defender la democracia americana que quienes celebran fiesta por la
violación de los derechos humanos porque ``detestan'' a los cubanos exiliados. Esos exiliados, muchos de los cuales han usado su apasionamiento para defender a los Estados Unidos de las críticas ``antiyanquis'', simplemente quieren que sus hijos crezcan en un ambiente de libertad y
democracia y no como el que ha impuesto en Cuba el gran violador de los derechos humanos, todavía gentilmente aplaudido por muchos norteamericanos.
Es por eso que todos los factores sociales que integran esta colectividad deben hacer un esfuerzo por sosegar los argumentos, evitar los juicios drásticos y el salto de culpar de todo no a un individuo, o a un grupo, sino a toda otra colectividad. Precisamente, el prejuicio racial
comienza siempre con generalizaciones: ``los cubanos'' son esto; ``los judíos son aquello'' o ``todos los afroamericanos''... Por ese camino llegaremos a profundizar divisiones sociales bañadas en resentimiento y a una batalla en la que todos perdemos y sólo un personaje
gana: Fidel Castro.
Defender una causa y denunciar a los que arrollan con su fuerza es un deber de todo ciudadano que ama la justicia y la democracia. Pero esa denuncia debe concentrarse en un hecho y no expandirse hacia toda una comunidad. Una cosa es criticar a Janet Reno y otra incluir en la misma
culpabilidad a los americanos que, por falta de información o interés, creen que Reno hizo lo correcto. Como no es lo mismo acusar a los cubanos de ser gritones y arrogantes que privarlos del derecho a protestar o acusarlos de ser los peores terroristas que hay en esta nación.
Embridar las pasiones es difícil tarea, pero si queremos evitar que Miami se disperse en grupos es preciso ponerles freno a los resentimientos y no escuchar a quienes nada más se dedican a sembrar odios. Este país nos acogió en nuestro trágico momento y, con
todos sus enormes problemas políticos, económicos y sociales, sigue siendo el mejor país donde vivir. Como decía Churchill, la democracia es el peor tipo de gobierno, hasta que una la compara con todos los otros.
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