CUBANET ...INDEPENDIENTE

23 de marzo, 2000



Alguien me grita: Te necesito, mamá

Tania Díaz Castro, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, marzo - En días pasados recibí una carta del preso cubano de conciencia Arturo Suárez Ramos, quien padece las prisiones de Fidel Castro hace más de trece años.

Recuerdo que a raíz de ser condenado a la pena de muerte, sin haber cumplido 23 años de edad, en 1987, los que componíamos el Comité Cubano Pro Derechos Humanos, presidido y creado por el Dr. Ricardo Bofill Pagés en 1976, emprendimos una campaña a nivel internacional para salvar su vida. Así, el gobierno cubano le conmutó esa pena por treinta años de prisión.

Sin ánimo de disculpar una acción que no apoyamos para nuestra lucha, recordamos el ejemplo que nos dieron los revolucionarios que combatieron al dictador Batista. Aquella lucha estaba saturada de terrorismo. Incluso la guerra de guerrillas que comenzó con la infiltración de un barco mexicano en las costas cubanas, donde venían cubanos además de extranjeros, dirigido todo esto por el propio Fidel Castro, constituye una acción violenta.

La carta de Arturo del 3 de marzo pasado refleja claramente su carácter reflexivo y sereno. Hace un breve análisis sobre la psicología del hombre que lleva largos años entre rejas a través de su propia experiencia, cómo incluso llegan a actuar como niños. Dice: "he ahí donde está la grandeza, porque el niño es inocente, indefenso, ingenuo, honesto. Todo ternura".

"En la cárcel -escribe- me he dado cuenta de que en la medida en que uno desgasta la vida en ella, se aleja de lo real, llega a ignorar cómo se vive en sociedad. La mente vuelve a sus primeras edades donde uno aprende a comportarse, a comunicarse".

Subraya Arturo que se trata simplemente de "una enfermedad propia de la prisión, del desamparo que se siente siempre, de una terrible soledad que, al más mínimo maltrato, corremos al camastro a llorar".

Ha tenido suficiente tiempo para analizar todo su pasado, cuando ansioso por huir del comunismo hacia la verdadera libertad, cometió un acto de violencia que lo ha privado no sólo de esa libertad que buscaba con loco afán juvenil, sino hasta de la porción que le correspondía en su propio país.

Me pide Arturito que lo quiera como un hijo y lo repite hasta la desesperación. No imagina que desde que un grupo de defensores de los derechos humanos logramos arrebatarlo de las garras de un pelotón de fusilamiento, fue considerado nuestro hijo. Hijo de Ricardo Bofill, de Ernesto Díaz Rodríguez, de Guillermo Rivas Porta, fallecido este último en el destierro; de Aida Valdés Santana, quien en Cuba ha hecho mucho por su excarcelación.

Arturo es, además, hijo de la oposición interna pacífica cubana, de cada uno de los periodistas independientes que, contra viento, marea y leyes mordaza, ejercen su derecho a escribir y opinar. Es hijo, sobre todo, de Cuba.

Tan hijo mío es que desnuda su alma en las cartas que me envía, me da a conocer el lacerante dolor de la cárcel que lo hace "morir en pedazos cada segundo, cada día, cada año". Me jura mi hijo Arturito que algo dentro de él ha muerto para siempre, algo que lo deja sin palabras y sin luz.

"Quiero tanto volar como un ave -dice su carta-, darme a la vida, a la libertad, para no ver cómo mi piel se me marchita, mamá, para que mi corazón no siga siendo un vegetal, para dejar de sentirme un animal encerrado en una jaula de hierro. Esto me mata, mamá".

Arturo Suárez Ramos, con treinta y siete años de edad, me asegura que le faltan las fuerzas necesarias para esperar por la vida, que apenas tiene resistencia para seguir muriendo en la muerte agria de una celda. Me dice -y esto es lo más grave- que Dios lo ha abandonado.

¿Habrá sido realmente abandonado por esa fuerza cósmica que los seres humanos llaman Dios? El Santo Padre, en su visita a Cuba en 1998 pidió su excarcelación y ésta le fue concedida. Pero determinados hombres no permitieron que Arturo obtuviera esa libertad. Ojalá el Santo Padre vuelva a tender su mano piadosa a este joven, ya tan viejo emocionalmente. Ojalá no vuelva yo a recibir una carta que termine diciendo: "TE NECESITO, MAMÁ".



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