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Marzo 21, 2000



Los diez años de Alicia

Alejandro Armengol. Publicado el martes, 21 de marzo de 2000 en El Nuevo Herald

No fue Carlos Marx quien dijo que la historia se escribe dos veces, una como guión cinematográfico y otra en la realidad. No es necesario que los cubanos vean un remake de Alicia en el pueblo de Maravillas: pueden conocer la misma atmósfera, el mismo absurdo ideológico e igual consagración del engaño y la personificación del poder absoluto en las páginas de Granma, Juventud Rebelde y cuanto periódico o revista se publica en la isla. Visto ahora a 10 años de su estreno, el filme mantiene su valor crítico no porque el tiempo no logró gastarlo en los escasos cuatro días en que se presentó en las salas habaneras, sino porque el tiempo no debe pero está detenido en un régimen que se empecina en no cambiar nada para que poco a poco todo se esté volviendo distinto.

El lunes 8 de julio de 1991 escribí en estas mismas páginas refiriéndome al ataque de Granma contra Alicia: ``Ahora el director de la película, Daniel Díaz Torres, enfrenta la realidad que muchos otros cineastas y escritores cubanos sufrieron antes que él: contra la revolución no hay ningún derecho. Su película será encerrada en las bóvedas o destruida, convertida en un nuevo cadáver cultural''. Más allá de la vanidad inevitable que no abandona a todo columnista y lo tienta a citarse, compruebo lo fácil que es no equivocarse frente al totalitarismo. Una década cada después, Alicia sólo ha vuelto a ver la luz del proyector durante el Festival Internacional de Cine de La Habana. Nunca se exagera bastante a la hora de criticar una dictadura y hay que ser muy bobo para no aprovechar la oportunidad. Por ello una revolución es una fuente inagotable de escritores y desertores.

Desde el punto de vista del lenguaje cinematográfico Alicia es una mescolanza no de influencias sino de estilos y hasta secuencias de películas, pero lo más notable es que sigue la huella de El hombre de mármol de Andrzej Wajda. Más que de la niña inglesa, el personaje de la instructora de teatro es un calco de la joven cineasta que protagoniza la película polaca. Pero allí donde Wajda triunfa con una maestría que logra trascender lo político, Díaz Torres se queda en el astracán y el choteo. El mayor defecto de la cinta es un intelectualismo que nunca imaginé encontrar en un director al que conocí cuando aún era crítico de cine y en privado mostraba una preferencia apasionada por John Ford y Samuel Fuller. Pese a ello, por vía del chiste es por donde logra Alicia su mejor comunicación con el público y uno de sus aspectos más críticos. El régimen se dio cuenta de inmediato de que había que prohibir una película donde la risa desembocaría inevitable en una burla generalizada a las consignas y a Fidel Castro.

Hay que señalar que gran parte de este mérito se lo debe la cinta a la actuación de Reinaldo Miravalles, que acerca peligrosamente al personaje del director del sanatorio a una representación de Castro. Cuando en medio de una reunión éste desciende de un elevador, comienza a gesticular, señalar con el dedo y mostrarse paternalista y acusador al mismo tiempo uno siente que está ante la mejor caracterización de la esencia del comportamiento del dictador cubano, muy superior a las caricaturas fáciles a que estamos acostumbrados en Miami. Por su papel en esta película el exilio le debe a Miravalles, más que un desagravio, una valoración justa y un reconocimiento a su calidad de actor, luego de tanto ataque de que fuera víctima a su llegada aquí.

Alicia es una muestra de lo que nunca fue o apenas comenzó a brotar: un glasnost cubano. Por ello, con el paso del tiempo, queda como un caso insólito, tanto en el cine hecho tras el triunfo de la revolución como en la filmografía del director: un cult movie que no lo es porque dentro de la producción del Instituto del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC) no cabe esa categoría. Un filme de culto es una película peculiar que, de diversas maneras, se aparta de los patrones generalizados. Factores como la calidad de la producción, la actuación o el guión no tienen nada que ver a la hora de juzgar este tipo de cine. Pero este apartarse de lo común que define a un cult movie no existe en una organización como la que dirige el cine cubano: dentro del ICAIC todo, fuera del ICAIC nada. Cómo Alicia logró escaparse y ser filmada e incluso salir un día a la calle resulta hasta cierto punto todavía un enigma. Es posible que cuando esta pregunta carezca de sentido, cuando los críticos e historiadores prefieran referirse al filme al hablar de la historia de la censura dentro del ICAIC --un organismo que surgió con la función esquizoide y malvada tanto de hacer cine como de impedirlo-- Alicia encuentre su público y su nostalgia. Entonces será vista no por su virulencia crítica, sino como el recuerdo de una época de la que ya no tendrá sentido reírse con alivio sino imaginar apenas. Entonces, como siempre, la obstinada Alicia encontrará su venganza más allá del espejo.

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