En busca de una sonrisa
Haydée Rodríguez, Agencia de Prensa Libre Oriental
SANTIAGO DE CUBA, marzo - Salgo a las calles como otras veces, veo por doquier rostros tristes, preocupados, rostros con visible ansiedad. Recorro la calle Enramada en el corazón de Santiago de Cuba, sin lugar a dudas, la más popular. ¿Qué sucede? Cientos de transeúntes
suben y bajan, me detengo a observarlos, veo rostros muy jóvenes, no hay una expresión alegre en ellos. Más bien caminan de prisa, serios, con los labios apretados. Algunas mujeres más de prisa aún, casi arrastran a sus hijos; señoras, ceñudas, los
conminan a apurar el paso: "Camina más aprisa, voy a llegar tarde al trabajo. Vamos, camina, que me van a poner raya roja".
Un niño llora desconsolado. Ha visto a otro más afortunado que él con un chupa-chupa en la boca. La madre lo hala: "¿De dónde voy a sacar dólares para comprarlo?" Luce amargada, a pesar de su juventud. El niño no comprende. Tiene pocos años
para entender que en Cuba existen dos monedas: una, devaluada, con la que le pagan a la mayoría de los trabajadores. Y la otra, poderosa, que abre muchas puertas detrás de las cuales se encuentran dulces, caramelos y juguetes que mamá y papá no pueden comprar aunque sean
profesionales, si no tienen en su poder la mágica moneda.
Paso junto a un anciano triste, delgado, con la mirada perdida en la desesperanza. ¿De qué tendría que reír?
Sigo buscando una sonrisa. No la encuentro. Escucho a lo lejos el ritmo de tambores y el agudo sonido de la trompeta china. Es una conga callejera. Voy de prisa. Allí debo encontrar una sonrisa. Me abro paso entre la gente. ¿Qué sucede? Es un grupo que toca en el parque Céspedes,
pero la gente apenas lo mira. No hay alegría, y mucho menos deseos de bailar. Los músicos, inútilmente, tocan los tambores. El de la corneta china se queda sin aire y yo sigo buscando una sonrisa.
Subo y bajo las empinadas calles. Veo una cola de helados a precios diferenciados (nuevo nombre de la bolsa negra autorizada), un puesto de frituras a peso cada una. Nada, que no encuentro una sonrisa. ¡Ah, voy a ver qué pasa allí! Es un grupo de mujeres en lo que fue una bien
surtida tienda. Buscan entre la ropa vieja (que ahora llaman reciclada) algo que le pueda servir. Veo un gesto, un gesto de asco. "¡Uf! ¡Qué peste tiene esta ropa tan usada!" Tampoco sonríen. Son muy altos los precios. Una sale airada: "Pagar sesenta pesos por
esa porquería". ¡Qué cara de pocos amigos lleva!
Pero, ¿qué pasa allí? Voy a ver es un policía mal encarado registrando a un señor octogenario. Le trata de quitar tres aguacates que lleva en las manos. El anciano se queja. El policía lo tira al suelo y lo amenaza. El anciano protesta, y al fin, el
uniformado se lleva al anciano esposado a la cercana estación de policía. El público, apenado, contempla la escena y comenta que es un abuso con una persona de edad avanzada. Pero señor, ¿dónde voy a encontrar una sonrisa?
Vaya, allí puede ser que encuentre una sonrisa. Es una jovencita de piel oscura, alta, delgada. Viste de negro, muy apretado y largo. Calza zapatos de plataforma, el atuendo preferido de las jineteras. La muchacha trata de sonsacar a un turista extranjero, gordo y colorado. Pero no sonríe.
Sólo discute el precio de su compañía. El la mira con desprecio y continúa calle abajo. Ella dibuja un gesto de fracaso y sigue con mirada sombría. ¿De qué se va a reír?
Unos jóvenes miran con recelo y me ofrecen dólares a veinte pesos. Uno comenta, apurado: "circula, ahí viene la jara" (policía), y guardan los dólares rápidamente en los bolsillos. Desaparecen de la escena.
Un anciano grita apenas sin aliento: "Ajos, ajos". Con una ristra sobre los hombros, luce muy cansado. Tampoco sonríe. Un hombre más joven sube y baja incansablemente, mientras pregona: "Maní, maní". Pero ni siquiera sonríe. Una señora
arrastra los pies por la acera. El peso de los años apenas la dejan andar. Llegan unos jóvenes bien vestidos, pero ¡qué cara de preocupación traen! La policía los detiene, y demanda a uno el carné de identidad. No lo lleva encima. Lo registran y lo
conducen a la estación de policía. Los otros no se atreven a protestar por la forma en que ha sido tratado el amigo. ¿De qué se van a reír?
Continúo mi caminata y me detengo en una esquina. Allí veo a tres muchachas que conversan con visible disgusto, mezcla de envidia y desesperanza. "¡Qué suerte tuvo, se ganó el sorteo de las visas!" Qué rostros tan ansiosos, pero ni siquiera una
pequeña sonrisa que los ilumine. Insisto en que tengo que encontrar una sonrisa por algún lugar.
Continúo mi recorrido por las calles de Santiago. Paso junto a un pequeño parque. Pienso que allí puedo encontrar una sonrisa. En efecto, la encontré. Varias personas, principalmente adolescentes uniformados, le hacen una rueda a un joven semidesnudo, descalzo, sucio
y desgreñado. Este hace piruetas, dice cosas incoherentes y se ríe, ríe, ríe. Es un infeliz retrasado mental, abandonado a su suerte, ajeno a las penas de este mundo. No tiene conciencia de ello. En vez de reírme, se me han llenado los ojos de lágrimas.
Siento dolor en el corazón y un vacío en el estómago. No es hora de buscar una sonrisa sino de buscar algo que lo llene. No hay tiempo para la risa. Es mucha la tristeza, la miseria que nos rodea. ¿De qué se puede reír este pueblo?
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