Crónica sin Coca Cola
Tania Quintero, Cuba Press
LA HABANA, marzo - Este 8 de marzo quise celebrar a mi manera el Día Internacional de la Mujer. Me fui a la cafetería La Rampa, en el Hotel Habana Libre. Pero cuando vi los precios di media vuelta y me fui. Un café express vale 1,50 dólares y un café con leche
dos.
En el bar contiguo, al final del lobby, un café estilo español, con brandy o cogñac, cuesta 4,50 (dólares). Bajé por la calle 25 hasta O y entré al Pain de Paris. El local es pequeño, con cuatro mesas, pero limpio, iluminado y agradable. El dulce
más barato -rosquita azucarada- se vende a 50 centavos de dólar (diez pesos, el salario de un día de cualquier profesional cubano) y por esa misma suma se puede tomar un café fuerte. Por 65 centavos (de dólar) hay tres opciones: cofee mate, capuccino y cortadito.
Me decidí por el cortadito, que sirven acompañado de un bombón.
Durante las 24 horas que esta panadería-dulcería permanece abierta, es visitada por decenas de extranjeros. Lo más solicitado son los panes. Sentada en la mesa que da para la calle vi llegar un lujoso Turistaxi y de él bajarse una estilizada joven negra acompañada
de un "yuma" que resultó ser italiano. El pidió un capuccino y ella una Coca Cola Diet, pero no había. Las que tenían eran Coca Cola mexicanas, corrientes, a 90 centavos la lata. La muchacha pidió entonces agua mineral.
Y yo me quedé con las ganas de haber probado la famosa Coca Cola Diet. No porque de pronto me hubiera americanizado y menospreciado mi refresco preferido, Tropicola, sino porque al menos por un día hubiera bebido igual que ciertas mujeres dirigentes de mi país, que sólo
toman Coca Cola Diet. Para cuidarse su figura. Como las jineteras.
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