No han cambiado
José Antonio Fornaris, Cuba-Verdad
LA HABANA, marzo - La televisión de Cuba está pasando un "anuncio" donde se puede ver a la monja Jeanne O´Laughlin -la que está planteando que el niño balsero Elián González Brotons se quede en Estados Unidos- sufriendo una metamorfosis
que la convierte en la conocida imagen de Lucifer y con una zwástica colgada al cuello.
Contra la religiosa ya se habían emitido crudos ataques verbales por parte de dirigentes oficialistas, entre ellos de Ricardo Alarcón, presidente de la denominada Asamblea Nacional del Poder Popular, pero hasta el momento esa agresión no se había tratado de "popularizar".
Recientemente, en un mensaje que hizo público la Iglesia Católica, el Cardenal Jaime Lucas Ortega hizo mención de esos ataques a la monja estadounidense y señaló lo incorrecto de su proceder. Pero, evidentemente, los buenos oficios del Cardenal no han dado ningún
resultado. Esos buenos oficios no son, está claro, para los que tienen el oficio de comunistas.
El ataque no es muy de darle calificativo. La señora O´Laughlin merece respeto como mujer, como religiosa y como ser humano. En ese "anuncio" que quiere masivizar la intolerancia, el odio, está de nuevo presente de forma pública la génesis del régimen
político que hace 41 años se apoderó de Cuba.
Son los mismos de los paredones de fusilamientos, de la UMAP, de las cárceles llenas de presos políticos, de los actos de repudio. Son los mismos que han obligado de una forma u otra a que un elevado por ciento de la población cubana se encuentre en el exilio. Los mismos que
quieren mantenerse en el poder sin importarle para nada los sufrimientos del pueblo cubano. No han cambiado.
Alguien pudiera pensar que llevar la imagen de una monja convertida en diablo a través de la televisión a todos los hogares cubanos, donde haya todavía uno de esos equipos, pudiera ser una iniciativa personal de algún cerebro antireligioso o de algún
oportunista mediocre que quiere ganar "méritos" dentro de ese medio. Pero a nadie se le ocurre en Cuba hacer semejante cosa si no tiene de antemano la anuencia o la orden de la nomenclatura en el poder. La televisión es un medio masivo de comunicación -al igual que
todos los demás- totalmente en manos del Estado. Por ahí no puede divulgarse nada de importancia política, aunque ésta sea relativa, si no está plenamente autorizada.
Cuando uno ve en la televisión a una monja que la van convirtiendo poco a poco en el Diablo, por públicamente declararse en contra de un asunto de interés para el gobierno de Fidel Castro, se recibe nuevamente la evidencia, tras la sorpresa inicial y la indignación,
de que los representantes del régimen político que tiene la sede en La Habana nunca estarán del lado de la verdad y la justicia.
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