CUBANET ...INDEPENDIENTE

3 de marzo, 2000



Arte ¿para qué?

Germán Castro, Cuba Press

LA HABANA, febrero - Al observar el panorama literario cubano de las últimas cuatro décadas, vemos un lienzo curioso y extraño, donde cohabitan factores de índole diversa y aparentemente antagónicas. Se diría que es un reflejo otro de la situación y el comportamiento del conjunto, que a mí me sugiere por lo menos tres preguntas: ¿Realmente tenemos dos literaturas, la de dentro y la de afuera? ¿O sólo una, la de mi bando? ¿O tres, esas dos y la del medio?

El pequeño boom que obviamente disfruta nuestra novelística (por no hablar de la música) en muchas partes del mundo, sugiere una respuesta. Pero cualquier cuestionamiento que se haga a partir de presupuestos partidistas (en pro o en contra, el sentido de dirección ideológica es lo de menos), adolecerá sin falta de la misma limitación: fijar un aspecto accesorio o añadido de la creación artística, que la empobrece. De modo que lo aconsejable es evitarlos.

Entonces, si muchos escritores isleños venden con éxito sus creaciones (algunos exiliados disidentes), eso no prueba que la editorial responsable del acontecimiento peque de colocar en el mercado un producto político, con el propósito extraliterario de atacar a la revolución o servirla, según el caso. Semejante contenido no es en sí mismo lo suficientemente comercial, si no lo avalan atributos artísticos que, por lo menos, lo conviertan en un candidato a best seller. El "cubacentrismo" hasta cierto punto puede entenderse, pero no hay que exagerar.

Ahí está, por un lado, Zoé Valdés para ejemplificarlo, aunque muchos se escandalicen por su tratamiento de lo erótico y hasta por su "intransigencia" hacia el gobierno cubano. A fin de cuentas, es fácil imaginarse el dedo del funcionario que, desde las alturas, traza en el mapa de la cultura el rumbo del criterio, como si se tratase de una tropa que participa en la "guerra ideológica". En el otro lado, podríamos citar a Miguel Barnet. Y, en ambos, a toda una tropa de vivos y muertos que, con sus obras, empujan nuestra cultura en la misma dirección.

No verlo así ha provocado, por una parte, esa subdivisión absurda con pretensiones medio suicidas o de mutilación, tales el quinquenio gris y el llamado REALISMO SOCIALISTA que, con Manuel Cofiño entre los abanderados, por suerte no pudo "aclimatarse"; y por la otra, el uso del silencio como arma para anular la parte considerada "enemiga". El poeta Heberto Padilla, al humillarse, lo dejó suficientemente al desnudo aquel inolvidable 27 de abril de 1971; y Fidel Castro acabó de rematarlo tres días después con estas fatídicas palabras: "El arte es un arma de la revolución". Despejadas las dudas, a partir de entonces ningún autor cubano disidente ni ningún extranjero que no se aviniese con la ideología impuesta, fue permitido en la isla. Prohibición que, vale advertir, lejos de levantarse, en estos momentos se intensifica.

Drama que, de un modo u otro, se padece en todas las esferas del país, y que podemos nombrar con una terrible palabra: INCOMUNICACIÓN. Lo que también puede ser comunicación en un solo sentido o en sentidos ajenos y hasta antagónicos. O sea, comunicación dirigida, inducida o controlada por el gobierno y para el gobierno. Que es lo mismo, si no peor.

Anótese que hablo de la ausencia de DIÁLOGO, eso que Gadamer, el genial fundador de la hermenéutica filosófica contemporánea, nos legó como antídoto. Por lo que hablo también de la imposibilidad de que los escritores y artistas cubanos -dialogantes por excelencia- puedan reunirse desprejuiciadamente, tanto entre sí como con el público receptor, para discutir con libertad; la única dinámica sana que se me ocurre imaginar en beneficio de la cultura. O sea, el arte, no como arma de la revolución o la contrarrevolución, sino del diálogo.

La cultura cubana en general es, como hemos visto, un todo; y los pedazos en que algunos quieren dividirla; los trozos que otros pretenden anular y las intenciones anómalas que muchos le atribuyen, no son más que manifestaciones del crimen: IMPONERLE UNA FUNCIÓN EXTRAÑA A SU NATURAL DIVERSIDAD; lo que es lo mismo: sujetarla en el cepo de una ideología, ignorando que su esencia pertenece por entero a un "más allá" que se sitúa incluso al otro lado del tiempo. Ese reino absolutamente subversivo, donde sólo habitan los artistas auténticos y Dios.



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