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Junio 30, 2000



Envidia y castrismo

Emilio Ichikawa. Publicado el viernes, 30 de junio de 2000 en EEl Nuevo Herald

En los jardines de Aranjuez se yergue la Estatua de la Envidia. Es femenina no por cuestión de género, sino por cuestión de vida: la envidia es universal, una suerte de constante humana que puede mover la historia.

Los ojos, el pelo y por supuesto la lengua son los rasgos que más recuerdo de aquella estatua que de repente empecé a ``envidiar'' por su extraño poder entre los hombres. Ella es el móvil secreto de muchos combates heroicos, de pecados y redenciones, de tretas en la bolsa y otras utopías.

Recuerdo ahora a José Martí, requiriendo en sus Cuadernos de Apuntes, íntima pero decididamente, a aquellos historiadores que inventaban grandes móviles para explicar una conducta instigada por celos entre caudillos envidiosos.

Así de frágil es la historia cubana. Por eso me disgusta tanto el caudillo con el poder totalitario, la envidia vencedora.

Se puede pensar mucho en una definición que avanza María Zambrano en su libro El hombre y lo divino: ``La envidia es un mal sagrado''.

Lo cierto es que sin una meditación seria sobre la envidia difícilmente podamos acceder a un conocimiento cabal de las sociedades hispánicas y, en consecuencia, de la sociedad cubana.

Los estudios cubanos tienen aquí un déficit, pues la envidia es un núcleo estructurante del castrismo; una institución ``performadora''.

En Las reglas del método sociológico, a Emile Durkheim le bastaba con afirmar que el objeto de la sociología eran las ``instituciones sociales''. No hay ningún problema en considerar esta imprecisa definición siempre que se acepte que esas instituciones, como núcleos estructurales de lo social, son diferentes según los casos. Y ya que en el caso cubano la envidia es una institución social, una mirada sociológica de la misma debe incluirla.

La literatura y el arte cubanos en general, por atenerse más que la sociología a los móviles reales de la vida, han podido entender mejor la función de la envidia como fuente de conflicto y móvil de la acción.

Es ya escandaloso el divorcio que existe entre el pensamiento social cubano y la experiencia inmediata. Sólo un interés muy poderoso, o una patología, pueden explicar las valoraciones complacientes de algunos profesores acerca del castrismo.

El filósofo español José Luis Villacañas, en un estudio sobre Dante, da por sentada esta separación y pasa del diagnóstico a la recomendación: hay que unir el pensamiento a la vida.

En la tradición filosófica universal existen agudas reflexiones sobre la envidia. Lo mismo en un pensamiento tan sobrio como el de Baruch Spinoza, como en prolíficos moralistas al estilo de Ortega e Ingenieros. Martí, es conocido, fue con reiteración blanco de este ``sagrado mal'', por lo que no es difícil encontrar en sus textos estrofas plenas de serena amargura: ``Los hombres no se admiran sino cuando se temen, y no ensalzan sino a los muertos porque ya no estorban''.

En 1973 el filósofo social John Rawls publicaba uno de los libros que más han influido en el pensamiento contemporáneo: Teoría de la justicia. Constituye una referencia obligada cada vez que se discute acerca del estado de derecho, la igualdad, la libertad. Pero pocas veces se hace notar que Rawls introduce un capítulo relativo a la envidia. Desde cualquier perspectiva, los estudios sociológicos concretos deben indagar en esta institución social.

Cualquier estudioso de la sociología sabe que la definición de ``anormal'' de Durkheim se acepta más por tradición y autoridad que por su rigor lógico. Es demasiado gradualista, externa y formal. Casi recomienda considerar ``anormales'' los fenómenos sociales cuya regularidad (en el sentido de repetición) no es observable en un contexto determinado.

Desde esta perspectiva cabe afirmar que no son anormales sino regulares, por tanto, instituciones de interés sociológico como ``hechos sociales'', esa suerte de ``males sagrados'' del castrismo como la delación, el chisme, el rumor, y por supuesto, la envidia.

Los Comités de Defensa de la Revolución, el ``escalafón'' para optar por cualquier cosa y otros mecanismos que incitan y hasta obligan a confrontarse con el prójimo en términos más o menos ``revolucionarios'', no son más que una materialización de la envidia.

``En cada cuadra un comité, en cada barrio revolución'', dice una canción de la Nueva Trova. ``Siempre hay un ojo que te ve'', canta un sonero de Bejucal. Estos malos hábitos, tal vez naturales, han sido amplificados y rutinizados por el castrismo. Ahí hay otra zona para trabajar en el proyecto de una Cuba futura. Un cuento, un poema, otra canción, también ayudan a despejar el mañana.

© El Nuevo Herald

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