La Nación Line. 30.06.2000
Está aislado, lejos de la prensa, con su familia y compañeros de colegio; el gobierno no deja que nadie se acerque
LA HABANA.- "Oiga, compañero", llama con respeto el policía cubano, pantalón azul, camisa gris, gorra de béisbol también azul. "¿Que adónde va, compañero?", insiste, con el mismo tono, bajo el sol del mediodía en La
Habana, que molesta pero no tanto porque hay una brisa muy agradable. "Aquí nomás, a cuatro cuadras. Soy periodista. Voy hasta la casa de Elián", es la respuesta. Pero él, aun sin agresividad, se mantiene firme: "No, compañero, que no se puede".
Nada que hacer. Dos de sus compañeros están detrás, revisando los papeles de una familia que llegó hasta la misma esquina en un destartalado Lada blanco y asegura vivir en la siguiente manzana. Como esa información está confirmada por sus respectivos carnets
de identidad, al fin la dejan pasar.
No hay barricadas, pero sí hay parejas de policías en cada esquina, en cuatro cuadras a la redonda, con los límites marcados por la avenida 3 en el frente y el hermoso mar azul allá al fondo de la casa, ubicada exactamente en la avenida 1 y 36, a quince minutos del
centro de La Habana. De quienes custodian, unos son de la Brigada Policial y llevan gorra de béisbol. Los otros, la Brigada Especializada, cubren sus cabezas con boinas.
Allí, en el centro mismo de esa zona aislada, está instalado Elián González, junto con su padre, Juan Miguel; su madrastra, Nercy; su hermanastro, Hianny, y sus familiares más cercanos. Además, por supuesto, los miembros de la comitiva que convivieron
con él en Washington, iniciando el operativo de readaptación para el regreso: su maestra, Ageda, y catorce compañeritos del primer grado de su escuela de Cárdenas, su pueblo natal.
Ese operativo continúa aquí, por lo que una de las principales tareas del niño será estudiar. Algún día pasará a saludarlo ese hombre que casi no ha dormido en siete meses por este caso, elevándolo a la categoría de cuestión
de Estado. "Lo único que quiero es que el niño esté tranquilo. Ni pienso cantar victoria", dicen que dijo Fidel Castro.
No es una casa más, ésa. Hasta ahora, había sido la sede de visitas de la FEU, Federación de Estudiantes Universitarios, y desde que la justicia norteamericana dispuso el primer fallo en favor del regreso del niño balsero a la isla fue objeto de todo tipo de
remodelaciones y arreglos.
Hoy es una hermosa construcción blanca, con techo de tejas rojas a dos aguas y una flamante reja blanca de hierro a lo largo de todo su frente, de más de treinta metros. Debajo de la construcción elevada que se ve desde el frente hay espacio para guardar por lo menos seis
autos. A la izquierda, un portón abre el paso hacia un camino que lleva hasta la puerta misma de la casa, de dos plantas. Allí, Elián y sus compañeros continuarán con el estudio hasta terminar el primer grado. Calculan que esto será posible en dos o tres
semanas. Cuando esto se concrete, todos podrán salir al fin de aquella casa y disfrutarán de una semana de vacaciones, seguramente en Varadero. Después, sí, regresará a Cárdenas.
Reencuentro a solas
Mientras tanto, su reencuentro con Cuba será esto, lejos de las cámaras de televisión, de las fotos y de las discusiones judiciales. Por ahora, y quizá durante las dos o tres semanas que dure su estada allí, no pasan autos frente a su casa. Tampoco demasiada
gente, pero no sólo porque la policía no lo permite. Caminando por la calle más cercana, es posible cruzarse con hombres, mujeres y chicos para los que la vida no ha cambiado. No se amontonan en las esquinas y tampoco se abalanzan sobre los policías para poder ver al
nuevo héroe nacional.
Elián está instalado en un barrio, el Municipio Playa, que él seguramente ni siquiera conocía cuando su madre decidió, hace siete meses y cuatro días, embarcarse en una precaria balsa para escapar hacia Miami. Nada sabía, seguro, de esos frondosos
árboles que techan las avenidas, por las que circulan autos de todo tipo y color: la más grande variedad de Lada jamás vista, viejos Chevrolet y Cadillac que llenarían de agua la boca de los coleccionistas y también camionetas 4x4, generalmente de extranjeros
residentes en la isla.
Según cuentan algunos de los que caminan por esas calles como si nada hubiera cambiado, esos árboles que bendicen con la sombra tienen nombre y característica: "Es el framboyán, el árbol del amor", dice Elisya, de unos 40 años, mientras camina
por la 3, con la bolsa de la ración colgando de su mano sin siquiera mirar hacia la derecha, donde podría advertir, por lo menos, las tejas de la casa de Elián. "Que haya vuelto el niño me da mucha alegría, sí", dice, no muy convencida.
Nada que ver su opinión con la de Camilo, el taxista con el que es posible recorrer el perímetro cercado más rápido y descansado: "Chico, que es la mejor noticia que hemos recibido en los últimos tiempos..."
La noche anterior, cuando ya el aterrizaje de Elián era una realidad y no un sueño, otro taxista, Bernardo, más maduro éste, al volante de un imponente Mercedes-Benz negro que está generalmente al servicio del Hotel Nacional, había dicho: "Es bueno
para el turismo también, chico. Porque los operadores, en el extranjero, habían inventado que con todo esto había inestabilidad política y manifestaciones todo el tiempo... ¿Inestabilidad política, con el Comandante? ¡Por favor! Y eso de las
manifestaciones... Aquí todo el mundo sabe cuándo son, cuántas calles se cortan, ¡y no hay peligro de nada, chico!"
Para la mayoría, la historia de Elián ya terminó. Pocos o ninguno se detiene a pensar qué pasará por la cabeza de este chico luego de estos siete meses terribles. Pero los cubanos, todos, saben que la lucha sigue...
Mientras tanto, muy difícil será acercarse a ese niño que fue el dueño de las calles, de los carteles, de las remeras, de los medios, durante siete meses. Bien custodiado está, si es tranquilidad lo que quiere. Tanto que hasta resulta difícil preguntarle
a un policía, después de haber recorrido todo el perímetro cercado y llegado a la otra punta.
-Disculpe, compañero, ¿cómo se llama la playa que está detrás de la casa de Elián?
-No lo sé, compañero... Y si lo supiera, no se lo diría.
A dos metros, un cubano de a pie que escuchó la conversación se acerca y pregunta, interesado.
-¿Está perdido, compañero?
-No, sólo necesitaba una información.
-Pues yo se la doy, chico. Mar Azul, se llama.
-Gracias.
-Eso cuesta cinco dólares, para los cigarrillos.
-Aquí tiene.
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