Unos son libres y otros no
Tania Díaz Castro
LA HABANA, junio - Según la prensa cubana, la emisora Radio Habana Cuba se siente orgullosa de poder llegar a lugares tan distantes como Daly River, comarca de aborígenes australianos armados con boomerang. Expresa su directora que esta planta cuenta con treinta y cuatro
corresponsales que brindan su colaboración desde numerosos países.
La misma transmite en nueve idiomas, incluso en esperanto y árabe y es escuchada hasta en Nueva Zelanda y Japón gracias a los prodigios de la onda corta.
Sus oyentes, quienes a veces envían cartas a la redacción de esa planta radial, hacen saber a través de ellas que la emisora puede escucharse con una nitidez aceptable.
Uno de estos radio-escuchas, Gabriel Carrión, vecino del poblado de Canelones, en Uruguay, dice en una misiva que ha instalado una antena de largo alcance sólo para sintonizar con mayor claridad la emisora, cosa que ha logrado.
Pero, ¿qué ocurre con quienes preferimos escuchar Radio Martí, la emisora del exilio cubano? En primer lugar, estamos obligados a escucharla con una interferencia que logró poner en práctica el gobierno de Fidel Castro desde mediados del año 1990; un
ruido ensordecedor que aumentan deliberadamente en determinados momentos, como por ejemplo en el programa "Sin censores ni censura", dirigido por Rolando Cartaya, decano del periodismo independiente de la Isla antes de marchar al destierro.
Tampoco los cubanos podemos instalar antenas de largo alcance sobre los techos de nuestras casas, so pena de ser multados con sumas de mucho más de mil pesos en moneda nacional, cifra equivalente al salario de varios meses de cualquier trabajador.
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