CUBANET ...INDEPENDIENTE

30 de junio, 2000



Una oscura tarde de tormenta yo...

Miguel Angel Ponce de León, Grupo Decoro

LA HABANA, junio - Las nubes, negras, casi han convertido la tarde en noche cerrada. Las gruesas gotas de lluvia comienzan a golpear las hojas de las plantas que crecen en mi patio. Una siniestra descarga eléctrica que cayó sobre el pararrayos de la Catedral hizo temblar los gruesos muros y los cristales de las puertas de la habitación donde estoy encerrado. Solo.

Me falta el aire y la ansiedad me corroe por dentro. No quiero ir al médico. ¿Para qué? Este se encuentra sumido en sus asuntos más inmediatos. Yo no le importo. Además, no hay medicinas. Seguro que colabora estrechamente con la Seguridad. Entonces sería contraproducente visitarlo. Ni a él ni a otro que me han presentado en bandeja. Peor.

A ustedes, que no conocen el edificio, les será difícil entender cómo estoy cercado. Vivo en la planta baja. Después de cruzar un pequeño zaguán que permanece en constante semipenumbra y pasar a través de un gran patio accedo a mi apartamento. La puerta de acceso al edificio permanece cerrada. Mi apartamento recibe la luz y el aire de las ventanas y puertas que rodean un patio interior más pequeño. El control de la puerta de acceso al edificio lo poseen aquellos que pagan disciplinadamente el tributo por mantener sus negocios ilegales.

Tendré que sobornar al director de alguna oficina de correos, para lograr una caja postal. Las cartas no me están llegando. Esto no es nada nuevo. ¿A qué manos irán a parar? Posiblemente a las de los mismos vecinos complotados.

Lo que acrecienta mi angustia es algo más importante. Mi soledad la pueblo de recuerdos y seres amados. Los libros me permiten vivir y recrear otras vidas y lugares. Pero mi amante no puede visitarme. Lo han amenazado y agredido para que no lo haga. Casi me alegra esta situación. El ha sido -¿y es?- un diablo menor que ha trabajado para otro mayor. Pero ahora no tiene lugar donde vivir, ni empleo. Está físicamente cada vez peor y temo que si continúa en este estado termine enfermando.

Hace dieciséis años, una madrugada de febrero, al cruzar la pequeña plaza de Albear, a un costado del edificio Bacardí, tropecé con un joven de dieciocho años que iniciaba su servicio militar. Lo traje a casa. Desde entonces fue mi sombra y mi vía crucis. Su ingenuidad y su sexualidad me atraparon. Mi relación con Jorge no se afectó. Era una relación madura y sólida. Jorge prefirió ir a vivir con una amiga. Jorge fue el cómplice y el amante -a pesar de Elizabeth- hasta su muerte prematura en 1990. No pudo evitar celar al joven militar. Opinaba que era una relación peligrosa.

Arturo aparecía y desaparecía de mis días, como otros lo hacían. Su retorno me alegraba. Ese retorno Arturo, con su carácter cambiante y problemático lo hacía difícil. Sus ausencias generalmente coincidían con relaciones más o menos estables que lograba con conocidas.

Nunca le pregunté nada. ¿Para qué? Sólo que se me iba haciendo necesario. Yo, sin percibirlo, iba transmutando mi deseo en otro tipo de amor. Cercano al que siente un padre por su hijo.

El tiempo para el joven militar no pasó en vano. Lo ascendieron a primer teniente. Se licenció en 1998. El pequeño diablo vestido de uniforme era para mí más una víctima que un victimario. Quizás inflingí daños a su espíritu sin proponérmelo. A pesar de su vida conservó cierta ingenuidad. No deseo que vuelva a vivir en mi casa. Pero si está enfermo o subalimentado o no tiene un lugar donde descansar no puedo estar tranquilo. ¿Me ama? ¿Es necesario que lo haga? Siento que soy responsable, de cierta manera, de sus dificultades. Lo quiero. No le exijo que él lo haga.

Su visión de la realidad, casi sin matices, lo enfrentó a los gángsteres del edificio sin comprender que éstos son producto de una realidad nueva, manejada con inteligencia aunque con cautela por el poder. Los convirtió en sus enemigos. El mismo poder que lo formó lo pone a un lado ante la utilidad de estos engendros que forman potenciales mafias en el presente e integrarán, casi seguro, la delincuencia (altamente) organizada -y perfeccionada- del futuro.

¿Por qué le permitieron a un oficial estar cerca de mí durante tantos años? ¿Por qué continúo yo cerca de él a pesar de todo? ¿Habré amasado y dado vida a un Golem como si fuera un pequeño y poderoso dios solitario en contra de los planes que se tendrían para él? Las respuestas son lo que menos me interesa.

Ese ser humano que amo y sufre es lo que me concierne. Me desespera.

Son las 5:15 de la tarde y continúa lloviendo ferozmente. Como suele ocurrir en los trópicos. La oscuridad es cada vez mayor y los relámpagos han hecho que el aire huela a ozono.

Continúo en este enorme salón sin muebles, ante mi escritorio, paranoico y solitario. Falto de aire. Sintiéndome literalmente cercado. Necesitaré romper el cerco. El muro ya tiene grietas en su base, sobre todo ahora, después de cuatro décadas de haber sido construido. Pero mi angustia sólo la acrecienta la situación de ése al que apenas puedo ayudar. El ex.amante. El amado.



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