Perder la chapa
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio - Desde que el 20 de mayo -fecha que ya no se celebra en Cuba aunque se conmemora la institución de La República: el gobierno actual considera que aquello no era república, ni independencia, ni democracia- comenzaran los trabajos de reparación del Túnel
de La Habana, más de un botero ha perdido la chapa a manos de los inspectores, más de un camellonauta se ha desmayado bajo el sol del mediodía en un embotellamiento interminable y más de un chofer avisado ha cambiado de ruta hasta tanto mejore la situación.
Como se ha cerrado una de las vías, la otra ha tenido que asumir la doble circulación y ello ha provocado que se limite el paso a ciertos vehículos con el objetivo de evitar accidentes.
Por la vía abierta se permite sólo el paso a ómnibus, camellos, vehículos de turistas -no hay que decir que extranjeros-, taxis estatales y taxis privados (boteros).
Como consecuencia el potencial de medios de transportación para la parte Este de la ciudad -aquí el Este no se ha derrumbado aún- ha disminuido notablemente. Los boteros, que tanto público movían, sobre todo en los horarios picos, han desertado de sus
piqueras tradicionales hostigados por inspectores que insistentemente llevan a cabo revisiones técnicas que normalmente concluyen en la pérdida de la chapa o el pago de un muy alto y clandestino peaje.
Los camellos que siempre fueron insuficientes y torturantes, se han tornado una doble tortura. Ahora, cuando coinciden dos en sentido contrario, por miedo a una colisión en la que peligrarían cerca de seiscientas personas, se ha tomado la decisión de dar paso a uno mientras
el otro espera. No hay que describir que el embotellamiento, la piratería, las palabrotas invaden ambos lados del subterráneo. Y es el momento en que los pasajeros, barriguivacíos, agotados, impacientes, comienzan a sudar, a sentir vahídos, retortijones, náuseas,
y alguno que otro cae rendido por el desfallecimiento, y aunque no se desploma -debido a la falta de espacio- muestra una palidez mortuoria y mira con ojos añorantes.
Pero el más grave de los problemas se presenta cuando, por cualquier evento: marcha del pueblo combatiente, o marcha del pueblo combatiente, o marcha del pueblo combatiente, cierran el túnel totalmente. Entonces no hay manera de entrar o salir. La gente se apelotona en las "paradas",
se escuchan las diatribas más insultantes, los chistes más tragicómicos, las lamentaciones más plañideras. Un aire como de resignación recorre los semblantes y gravita al fin una sensación de destino fatal. Los que no se conforman toman el camino de
la Vía Blanca y también se las ven negras para abordar algún cachibache que, después de cobrarles veinte pesos por persona, los desmonta en los lugares más insospechados.
Y, como siempre hay personas muy optimistas, dicen que la reparación demorará solo diez meses, piensan que es mejor pasar un poco de trabajo antes que el túnel se nos venga encima, con bahía y todo a consecuencia de más de cuarenta y siete años de
deterioro sin que una mano precavida se moviera para salvar de la incuria uno de los monumentos de la construcción civil que esa república negada y no celebrada nos legara.
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