De la soledad y sus razones
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, junio - Lo poco que he logrado aprender en los 48 años que llevo viviendo en este mundo es que toda relación con los demás, si uno no es conciente de los hechos, desemboca en conflicto y tragedia. Hace nueve años decidí vivir solo, y no me
arrepiento; antes al contrario, de no haber estado solo no podría escribir. Sólo ahora es que puedo comprender a los hombres y mujeres que han decidido vivir lo más separadamente posible del mundo de las relaciones.
Sobrevivir siempre ha sido difícil. En diferentes etapas, especialmente cuando era un joven, tuve suerte al recibir ayuda de diferentes amigos. Pero pienso que esta ayuda pude recibirla por alguna conexión que siempre (sin saberlo) he tenido con la zona parafísica de la
Manifestación.
Jamás podría declarar, ahora que me encuentro en mitad de mi vida, que alguna vez yo haya estado desamparado. Siempre una mano me ha levantado en el momento en que he estado a punto de tocar fondo.
Y aunque las circunstancias de mi vida siempre han sido adversas: sin familia, sin verdaderos amigos, y con las deformaciones del carácter y físicas heredadas, mi familia paterna, tía Tina, me ayudaron cuando crearon las condiciones para que me quedara viviendo en un pequeño
apartamento de Santos Suárez; y también los amigos a partir de sus propios intereses. De manera que mi visión de la existencia es agridulce. Y estoy pensando que la experiencia acumulada, que ahora me sirve de material para escribir, aunque al máximo dolorosa en algunos
momentos, ahora me ha servido para crecer; pues, ¿de qué escribiría yo si no hubiera sido azotado por el sufrimiento?
Decía que sobrevivir en el mundo nunca ha sido fácil. Hasta los príncipes y reyes, y familias pudientes, han sufrido su calvario. Lo que sucede es que hay muchas personas que se van a la tumba sin que nadie conozca sus penas. En este sentido las historias personales que
nunca se conocerán posiblemente sean, como testimonio humano, mucho más importantes que los hechos que registran las novelas.
Estoy en una etapa en que no puedo quejarme, aunque tenga motivos. Sólo con mirar la ignorancia y el dolor que me rodea me doy perfecta cuenta que desde mi torre de observación soy un privilegiado.
Así que de esta soledad de nueve años, de la que tanto me he quejado, es que recién comienzo a comprender que ha sido la mejor etapa de mi vida.
Podría ser esta necesidad de estar solo una incapacidad mía de amar. Sin embargo, para mí es libertad y más libertad, en tanto una identificación con los demás no me anule. Estoy en contacto con los demás, pero ya no permito que alguien llegue y
se adueñe de mi mundo interior donde yo, si me mantengo solo, no sólo soy un rey, sino que vivo en perfecta paz y equilibrio. La soledad, que tanto se parece a la muerte, es también un acto de sabiduría.
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