CUBANET... INTERNACIONAL

Junio 27, 2000



Monjitas, no esbirros, secuestraron a Elián

José Antonio Zarraluqui. Publicado el martes, 27 de junio de 2000 en El Nuevo Herald

Si usted pensó que al balserito lo raptaron de su casa en La Pequeña Habana tropas parecidas a las SS hitlerianas está en un error. Si creyó que la criatura iba a ser sacrificada por un entendimiendo entre la Casa Blanca y la mafia habanera no comprende nada. Y si considera que a pesar de cuanto ha ocurrido debe continuar lipidiando por Elián es un tontaina irremediable.

Paréntesis. Como esta columna toca temas que rozan dos de los más peligrosos poderes de este mundo --``Con la Iglesia hemos dado.'', Cervantes, Quijote. ``Dile a Clemenza que escoja personal que no se maree al oler sangre.'' Mario Puzo, El padrino-- y aunque la escribo en un castellano tan expresivo como asequible, para evitar malentendidos me acojo a las definiciones que brinda el mataburros de nuestro portentoso idioma: monja. (f. de monje) f. Religiosa de alguna de las órdenes aprobadas por la Iglesia, que se liga por votos solemnes, y, generalmente, está sujeta a clausura. 2. Por extensión, cualquier religiosa de una orden o congregación. esbirro. (Del it. sbirro.) m. Oficial inferior de justicia. 2. El que tiene por oficio prender a las personas. 3. fig. Secuaz a sueldo o movido por intereses. Termina paréntesis.

No me voy a referir al team SWAT como un todo. Decenas participaron en el asalto pero en conjunto eran un barril de manzanitas luminosas temerosas de Dios, aunque quién quita que alguna haya estado podrida. Por ejemplo las manzanitas que rociaron sin ton ni son gases intoxicantes. Por ejemplo la que empleó una pata de elefante de hierro para derribar la puerta de entrada, sin tocar antes el timbre, y luego la dejó olvidada. Las que propinaron puñetazos y pisotearon cámaras de grabar imágenes y sonidos. Son cosas que vemos todos los días de Dios y no tienen mayor importancia. La madre manzana superiora las llamará a capítulo en su momento, les impondrá un rosario como penitencia y asunto concluido.

De manera que empiezo por el esbirro de la foto famosa con su parafernalia impresionante y el dedo no en el gatillo de la subametralladora que apuntó no exactamente a la frente de Eliancito ni a la de Donato mientras gritaba como un energúmeno: Give me the f... kid or I'll kill you! No se dejen llevar por primeras impresiones. Lo único que deseaba ese temeroso de Dios era evitar males mayores.

Sigo por la esbirro que sofocó al niño con una sábana, salió corriendo con él, lo introdujo con muy malos modos en un van y le dio un sentón que debió producir al chiquilín más miedo que el aliento de los tiburones. La esbirro luego dijo haber recibido amenazas y experimentar temor. ¿Y qué monjita no, me pregunto, puesta en su caso? Por lo cual se le asignó protección policial. Muy bien hecho.

Ahora viene el esbirro con grados, sicólogo y siquiatra y muchos años de servicio que, cuando en el avión no le quedaba inyección ni pastilla que sedaran al diablillo, el cual clamaba por Marisleysis con chillidos que hacían protestar al piloto y ponían en peligro la estabilidad de la aeronave, explicó muy doctoralmente al niño que eso de ver a Marisleysis sería algo que, no de momento pero tal vez en el futuro, él y su papá tendrían que decidir de común acuerdo. ¿Se concibe conducta más profesional --si se quiere más monjil?

A continuación, la esbirro jefe del INS, que, habiendo recibido una revelación divina para no dar asilo a Elián, se exprimió los sesos, hizo de tripas corazón y, persignándose con agua bendita y encomendándose a las once mil vírgenes, se puso al habla con los herejes de La Habana para que todo llegara a buen fin, dejando a un lado a los falsos piadosos de Miami. Y como le dijeron allá en La Habana, y aquí los delegados de Fidel, que enfrentaría una resistencia armada de mucho cuidado --aunque al final ni un tirapiedras apareció--, recomendó una operación lo más salvaje posible, con el fin de salvar vidas.

Y, por fin, la esbirro mayor del reino de Bill I, que sin que le temblaran ni la voz ni la mano --y ya me dirán si no estamos ante algo prodigioso--, ordenó el en apariencia terrorífico pero en el fondo amoroso raid para rescatar a Elián de sus desalmados parientes lejanos.

Mirada en retrospectiva la cosa, no queda sino reconocer que lo que pareció brutalidad fue dulzura. No existe otra posibilidad que admitir que el asalto a la casita de La Pequeña Habana fue inspiración de Dios Padre mismo, con la colaboración del Espíritu Santo, que revoloteaba por allí en forma de helicóptero para indicar segundo a segundo a los agentes de la ley, la verdad y el derecho lo que era mejor para todos.

Nunca hubo esbirros salvajes que raptaran a Elián, quítense eso de la cabeza. Lo que hubo fue un grupo de piadosas monjitas que tomaron a su cargo momentáneamente al niño para llevarlo al cuidado de quien correspondía, su papá. Y no monjitas cualesquiera, sino émulas de las hermanas de la Caridad, seguidoras de Teresa de Calcuta. Nada de sectas venenosas encuadradas por ninguna reverenda payasa con el nombre de la sopa rojísima que inmortalizó Andy Warhol.

Incluso antes de que carguen con Elián hacia Cuba, el pequeño se está pudriendo en vida, a sus escasos seis años. Pero ni la administración ni los tribunales quieren darse cuenta, porque más importante es apaciguar a la bestia de Castro. La historia enseña a qué conducen los apaciguamientos con las bestias enemigas, no sólo de Estados Unidos, sino de la democracia y la libertad --si bien aquí nadie parece saber ya en qué consisten la democracia y la libertad.

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