Lo absurdo de los viajes en Cuba
José Cemí
LA HABANA, junio - Uno de los elementos que pueden llevar a una persona por el camino de la arbitrariedad puede ser el ferrocarril en Cuba, verdadero paraíso para encontrar temáticas a un ionesco antillano.
Alexander Cano Souza, estudiante de la Universidad Central de Las Villas tuvo esa experiencia cuando viajaba con su novia el 7 de abril pasado en el tren No.13, procedente de Santa Clara con destino a Camagüey.
Los jóvenes tenían asientos separados, con los números 29 y 70, y cuando abordaron el coche se percataron de la existencia de asientos adyacentes que no se encontraban ocupados por otras personas. Jóvenes al fin, decidieron ocupar esos asientos para estar bien cerca
el uno del otro, en espera de que apareciera la ferromoza y resolviera el problema adecuadamente. Cuando apareció, Alexander la llamó utilizando todos los apelativos que le vinieron a la mente: compañera, señora, señorita, ferromoza, preciosa. Pero la mujer no se
daba por aludida. Al fin, Alexander se decidió a tocarla por el brazo, pero ella lo miró sin prestarle la menor atención, y continuó su camino.
La pareja, ante la reacción de la empleada, decidió quedarse en los asientos donde estaban, hasta que la ferromoza preguntara.
Cuando el tren llegó a Guayos, subieron los pasajeros a quienes les correspondían los asientos que ocupaban los novios. La pareja, entonces, decidió volver a los que le pertenecían, según las reservaciones. El número 29 estaba vacío, pero el 70 lo
ocupaba otro pasajero. Alejandro pudo abordar a la empleada del tren y plantearle el asunto. Pero, otra vez, la mujer no le prestó atención. Insistió, y la ferromoza se le enfrentó, utilizando un lenguaje parecido al español, pero que no lo era:
- ¿Qué es lo que é, a ver? Qué é lo que te pasa?
Alexander repitió su historia. La empleada le respondió:
- E problema é que el asiento etá repetío y no hacé na.
Para colmo, al lado de Alexander viajaba el representante del tren que,
aunque se encontraba despierto, hacía todo lo posible por mantenerse al margen del asunto. El joven le preguntó al funcionario si no había solución posible, y cómo iba a viajar de pie si tenía su boletín en regla. El funcionario sólo le
respondió que cuando llegasen a su destino informaría de esa situación.
Alexander se quedó de pie y tuvo que deambular de coche en coche hasta llegar a Camagüey, preguntándose qué iba a solucionar el funcionario de los trenes cuando planteara la situación. Cosas de mi país, mi hermano. Como dice la conga famosa.
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