Soren Triff. Publicado el jueves, 22 de junio de 2000 en El Nuevo Herald
Una nota de Cuba Press, la agencia de prensa independiente isleña, se adelantó al gobierno para decir lo que todos sabían pero han callado culpablemente: hay más personas infectadas con el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) en la isla. La plaga podría
convertirse, junto a la violencia, en el enemigo mayor de la transición si no se enfrenta ahora, aquí y allá, saltando las barreras políticas, religiosas y culturales que favorecen el silencio alrededor de la enfermedad. El avance del sida sería la medida de la
incapacidad del gobierno cubano para adoptar cambios democráticos necesarios, pero también del gobierno norteamericano y de la Unión Europea por la renuencia a fomentar la sociedad civil con la urgencia necesaria.
Hace poco más de un mes, una activista de Miami me comentó que miembros de la Iglesia Católica estaban preocupados por el aumento y la poca atención que reciben los enfermos de sida. Cuando le pedí más información para divulgarla enseguida vino el
manto de silencio, el ``no se lo digas a nadie''. Según la activista, los religiosos en Cuba tenían miedo de denunciar la situación y que el gobierno les prohibiera ayudar a los enfermos.
El sida es una enfermedad que vive del silencio, la falta de información y la ignorancia. Le pregunté --sin esperar una respuesta razonable-- si los religiosos no se daban cuenta de que callar les permitía consolar a unos cuantos enfermos, pero contribuían a propagar
la enfermedad. Conocí los límites de la piedad. Hay un momento en que el piadoso se convierte en parte de la maquinaria del maltrato. En la base de esta actitud se encuentra el miedo. El miedo a la vida. A vivir la vida como adultos, que significa vivir encarando riesgos razonables. Y
aquí asoma ya la paradoja. Cuando activistas y religiosos no enfrentan el riesgo de informar, permiten que otros --ignorantes-- arriesguen su vida, y que finalmente, el gobierno se salga con la suya contando con el silencio de todos.
El silencio de La Habana muestra la hipocresía con la que responde a las acusaciones de promotor del turismo sexual. Se comprende este silencio. El director de Higiene y Epidemiología de La Habana, Otto Peláez, reconoció un aumento de 19 por ciento en nuevos enfermos
este año, 272 seropositivos de un total de 1,444 enfermos. Es posible que nunca hubiéramos conocido estas cifras si la periodista independiente Mery Miranda no hubiera informado que la provincia de Matanzas, donde se encuentra la zona turística de Varadero, tiene un alto
porcentaje de enfermos. Según Miranda, hay 99 casos seropositivos, y en los últimos meses se registraron 24 casos nuevos, un aumento del 24 por ciento.
Pero existe otro silencio. El gobierno norteamericano reconoce que sus ciudadanos viajan cada vez en mayores cantidades a la isla y silencia su preocupación por la enfermedad. Las cifras de viajeros del gobierno son de 82,000 en 1999, un aumento de un 47 por ciento, comparado con 1998.
Funcionarios del gobierno cubano han afirmado que el año pasado visitaron Cuba 160,000 norteamericanos.
Aunque nadie podría probarlo, el aumento de turistas norteamericanos tiene que contribuir al aumento de la enfermedad o al menos al peligro de contagiarse con ella. El silencio de la Casa Blanca contribuye a la propagación de la misma. Su falta de interés en promover que
activistas de aquí lleven información a la población de alto riesgo en la isla es también responsable en parte del crecimiento de la enfermedad.
Pero la responsabilidad por el silencio no termina ahí. La comunidad gay en Estados Unidos también es responsable de la ignorancia en la que viven los gays cubanos. Se sabe que Cuba es un lugar barato de sexo sin protección, donde la pareja no pregunta si el visitante está
enfermo y no se cuida, pero pocos lo denuncian.
Esto nos lleva a investigar la responsabilidad de la prensa. El concepto estúpido de noticia local que mantiene desinformada a la población norteamericana sobre lo que sucede en la esquina vuelve a cernirse como un peligro sobre la sociedad norteamericana. No se informa sobre el
sida en Cuba porque no es noticia local. Pero luego la ignorancia hace que los norteamericanos lleven el sida a la isla, descargando irresponsable y criminalmente el virus mortal entre sus ciudadanos. El silencio de la prensa permite que otros norteamericanos, ignorantes, contraigan la enfermedad
pensando que Cuba es un paraíso donde aún no han llegado los males de la civilización occidental. La prensa norteamericana tiene que aprender que la ignorancia de lo que sucede hoy en la frontera permite que mañana sea una catástrofe en la puerta de nuestras casas.
Finalmente, los exiliados también son responsables del silencio. Ellos no han ampliado su apoyo a la sociedad civil cubana a las minorías gays de manera abierta. Hay una mezcla de temor mojigato y estrechez política en la interpretación de lo que significa sociedad
civil. Por otra parte, negar la existencia de los viajes o condenarlos prohíbe aprovecharlos como una herramienta para fomentar la sociedad civil en la isla. En vez de mirar hacia otra parte, debe hacerse una campaña educativa para que los gays cubanos que visitan la isla lleven
información sobre el sida, practiquen el sexo con protección y contribuyan a que los cubanos conozcan sus derechos humanos. Hemos dejado ese campo a la izquierda, que ha usado las causas humanitarias para promover los intereses politicos y económicos del régimen. Hay que
despolitizar esta ayuda humanitaria ahora.
Llevemos ayuda humanitaria a esta parte de la población cubana. La revista Catálogo de Letras se ha comprometido a divulgar información sobre este tema. Si quiere saber cómo usted puede ayudar, escriba a Catálogo de Letras. P.O. Box 557304, Miami, FL 33255.
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