Andrés. Publicado el jueves, 15 de junio de 2000 en El Nuevo Herald
Resulta difícil de creer, pero puede ser que algunas de las más prestigiosas casas editoriales de habla hispana --las mismas que publican obras originales de Mario Vargas Llosa y Guillermo Cabrera Infante-- estén aceptando la censura sin abrir la boca.
El tema fue abordado en el último número de Letras Libres, una revista literaria mexicana que se hizo eco de rumores en círculos literarios de que Editorial Alfaguara --que publica a Vargas Llosa y Cabrera Infante, entre otros-- estaría considerando seriamente abrir
una librería en La Habana, aceptando las demandas del gobierno cubano de decidir qué libros pueden ser introducidos en la isla, y cuáles no.
``Parece ser que la condición puesta por las autoridades cubanas para dar su autorización [a la librería] es gozar del privilegio de seleccionar cuáles autores del catálogo de la editorial podrán ser leídos [en Cuba]'', señala Letras
Libres. ``Esperemos que (...) la editorial no dude por un solo instante en salirse de su proyecto en La Habana, a menos de que se garantice la libre venta de todos sus autores''.
Fuentes bien informadas de la industria del libro mexicana me señalan que varias otras editoriales --incluidas Grijalbo, Ediciones B, y Océano-- ya han abierto o están en negociaciones para abrir librerías en La Habana.
El director de Alfaguara, Sealtiel Alatriste, me señaló en una entrevista que su empresa, luego de estudiar el proyecto, decidió abandonarlo. Pero agregó que la empresa española que es dueña de Alfaguara, Grupo Prisa, podría decidir abrir una
librería en Cuba en el futuro.
``No hay listas negras como tales, pero el gobierno cubano se reserva el derecho de comprar los libros que quiere'', me señaló Alastriste. ``Es una censura disimulada: en la selección de libros que hacen hay una eliminación de algunos autores o libros que están
en contra del régimen''.
Alatriste señaló que grandes librerías mexicanas hacen lo mismo cuando seleccionan sus libros, y no aceptan, por ejemplo, libros cuyas portadas muestran desnudos. ``Yo estoy contra todas estas formas de censura'', señaló.
Pero hay una diferencia, que estoy seguro que Alatriste entiende. Mientras que el proceso de selección que hacen las librerías privadas no impide que cualquier persona en una sociedad libre pueda ir a otra librería --o a la internet-- y comprar lo que quiere, no existe tal
opción para quienes viven en regímenes donde el estado tiene el monopolio de la compra de libros.
Grijalbo fue la primera editorial mexicana que abrió una librería en el casco viejo de La Habana, en abril de 1999. La librería ofrece 2,500 titulos, y unos 40,000 libros, la mayoría de ellos sobre temas de auto-ayuda.
El director de Grijalbo en México estaba de viaje cuando lo llamé, y no pude contactarme con él. Pero fuentes de la Cámara del Libro mexicana me señalan que el régimen cubano prohibió la entrada a la isla de casi todos los libros de la editorial
sobre política mexicana y latinoamericana, incluido mi libro Crónicas de héroes y bandidos, que Grijalbo publicó en 1997.
``Es censura, no hay otra vuelta que darle'', me comentó un ejecutivo de la industria del libro en México. ``Y algunas de las casas editoriales más prestigiosas la están aceptando''.
El hecho de que los dinosaurios políticos que están gobernando Cuba censuren a algunos autores no debería sorprender a nadie. Pero si fuera cierto que las grandes empresas editoras de México y España se están prestando a la censura sin abrir la boca,
todo este asunto sería mucho más grave.
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