Coge el trillo, vena'o
Manuel Vázquez Portal
LA HABANA, junio - Quien haya disfrutado de un auténtico guateque campesino allá por el lomerío de Tamarindo o junto a las riberas, bordeadas por vegas de tabaco, de un río pinareño, con lechón asado, ron, chistes, porfías, bailoteo y tromponeras
al final, sabe que no hay nada más aburrido, almidonado y politiquero que ese engendro de fiesta campesina que la televisión cubana se empeña en transmitir cada domingo a las siete de la noche y que bajo el nombre de Palmas y Cañas se atreve a asegurar que es ahí
donde nace lo cubano. Yo dría que, más bien, lo matan.
Padece Palmas y Cañas de un engolamiento y una tiesura que nada tienen que ver con el gracejo, la picardía y la astucia campesina. Las pocas veces que lo he visto me ha parecido estar en presencia de una "actividad cultural", montada para clausurar una asamblea de la
asociación de agricultores pequeños, con discursitos y todo.
No cuenta el programa con aquel humor que Chanito Isidrón, por ejemplo, derramaba en sus décimas de pura cepa criolla. Los viejos tonadistas, de voz melódica y clara, capaces de entonar desde el punto espirituano a la tonada Carvajal, desde el punto camagüeyano a la
tonada vueltabajera, han desaparecido. Los cancioneros campesinos como Ramón Veloz, a quien su nieto trata de rescatar imitándolo un poco, o Celina González, a quien su hijo Reutilio no le hace mucho honor, cada día son más escasos. Y cuando aparece uno con la
calidad de Albita Rodríguez, coge el trillo, tumba la mula, y Palmas y Cañas no se empata más con él.
Los compositores como Eduardo Saborit y González Allué parecen no haber encontrado sustitutos y la sitiera se ha marchado -en bombo, balsa, como ha podido- y el sitiero enamorado sufre unos programas que nada dicen de su realidad cotidiana porque el guión está escrito
bajo la estricta vigilancia del partido y no permite ni un chistecito en el cual siquiera pueda barruntarse una queja del campesinado cubano.
Claro está que el programa de la televisión cubana le importa tres pitos al guajiro que, el que más y el que menos, ha vendido sus buenos quintalitos de frijoles a precio de agro-mercado, y se ha comprado, por trasmanos, una video cassettera en la cual ve esas películas
deliciosas sobre granjeros norteamericanos que escuchan música country mientras conducen una camioneta Ford de último modelo camino a los almacenes de pesticidas para sus siembras de maíz.
Así que qué importa un, más que otro, programa pésimo donde la controversia entre improvisadores es una ringlera de consignas, un atajo de rimas facilonas, una friolera de frases manidas, si el campesino cuenta con los medios para proveerse de una programación
privada gracias a los precios que han alcanzado los productos del agro y de los cuales nunca habla el programa Palmas y Cañas.
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