De Beijing a Cuba: un apunte sobre la violencia
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, junio - El tema de la violencia contra la mujer ha sido retomado por la Organización de Naciones Unidas en estos días, sólo para constatar cuán poco se ha avanzado desde la Conferencia Internacional de Mujeres de Beijing... si es que se ha avanzado. La
castración femenina sigue ocurriendo, casi de la mano con las bofetadas al estilo del convulso Centro Habana, en la Cuba del picadillo de soja.
Cada país tiene su modo, y hasta su identidad, en la práctica de formas de violencia sobre la mujer y contra la mujer. No es extraño que, en La Habana, una esposa pida a su cónyuge una azotaina matutina y primaveral, siempre acompañada de una advertencia: "en
la cama, en la cama". Hasta quejas existen, porque el moralismo gubernamental impide la venta de objetos dignos del Marqués de Sade, lo que explica alguna que otra afición, de ciertas féminas habaneras, por exhibir heridas de guerras felices.
Pero en La Habana, donde un pómulo amoratado puede arribar al mercado junto a un contonear de caderas satisfechas, no siempre un bofetón es preámbulo del orgasmo. Días atrás escribí una crónica de asombros ante tanta bofetada, más o menos a
la vera de la impotencia policial. Mujeres golpeadas, así como así, en el medio de la calle. Como para darme razón, un programa transmitido por la televisión capitalina mostró a un oficial de policía que justificaba la inoperancia de sus colegas ante hechos
de violencia contra la mujer. "Muchas veces, cuando acudimos en ayuda de ellas, son las mismas mujeres quienes nos dicen que se trata de un asunto entre esposa y esposo". A veces ocurre que los policías terminan denunciados por abuso de autoridad, señalan otras fuentes.
Eventos oficiales y reportes de prensa oficiosa, e independiente, hacen pensar que el tema de la violencia contra la mujer gana cada vez más espacio en la agenda de Cuba, cual síntoma de más violencia o de más sensibilidad hacia ella. Nadie sabe, o casi todos
ignoramos. La censura oficial enturbia un abordaje realista del problema, sin dudas existente y al parecer in crescendo.
Una sociedad abierta y un gobierno cuya gestión puede ser explorada en estadísticas al alcance general otorgan mayor posibilidad de conocer la magnitud cierta, o al menos aproximada, del estado de la violencia contra la mujer. Algunos índices son ilustrativos, como el número
de denuncias presentadas, así como las radicaciones penales o las sentencias judiciales impuestas por delitos asociados al abuso contra las féminas. Desde luego, siempre habrá esposas, madres, trabajadoras, que preferirán no denunciar las agresiones de que son víctimas.
Pero si la opinión pública conoce el movimiento reportado de esos delitos, o de figuras menores como los maltratos hogareños, el simple conocimiento conducirá a un planteo acertado y a soluciones admisibles.
Semejante verdad de Perogrullo es ignorada tenazmente por el gobierno de Fidel Castro y por la prensa que le está subordinada. No existe acceso público a estadísticas como las apuntadas, razón por la cual todos estamos dando palos de ciego a la hora de tratar asunto
de tanta importancia. No caben dudas de un rechazo ciudadano básico a los abusos a costa de la mujer; pero mi paseo de Día de las Madres, visión al natural de más de cinco golpizas propinadas a mujeres, en plena calle, dan motivo para pensar que "algo huele a podrido
en Dinamarca".
Cuando los hechos no encuentran las puertas abiertas, saltan la ventana. Un bofetón callejero puede ser hasta una declaración de amor sísmico. Pero un insultante ruido siempre es un aviso.
Esta información ha sido transmitida por teléfono, ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a Internet.
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